Me temo que mi sensibilidad de hombre del siglo XX (lo soy mucho más que del XXI) no me haya permitido gozar de esta obra, curiosa, sin duda, del XVIII y fundadora –he aquí su mayor mérito– de la novela gótica, que tanto predicamento tuvo, y aún tiene, aunque «aggiornata» bajo otras formas, como la ciencia ficción, por ejemplo.
Tanto portento sobrenatural, tanta ingenuidad y tanto trasfondo místico han podido conmigo.
Cabe reconocerle a Walpole, no obstante, varios hallazgos, entre ellos el de una prosa muy dinámica y que va derecha al grano, a lo que se añade el colorido inglés de su época.