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Publicado en Málaga Hoy el viernes 2 de junio de 2017.

Este 16 de junio de 2017 tendremos en Málaga, por primera vez, el Bloomsday: celebración de Joyce, de su gran novela Ulises y de su protagonista, Leopold Bloom. También honraremos a sus traductores. Todo de manera festica e informal; una gran fiesta de lectores.

La organizamos Juan Francisco Ferré (otro novelista) y yo, con el apoyo en retaguardia del escritor y columnista José Antonio Montano.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

BLOOM, EL ENTRAÑABLE

La proximidad del Bloomsday (el 16 de junio) me lleva a escribir, de nuevo, sobre Leo Bloom, protagonista de Ulises. En el episodio noveno leemos:

—Y tenemos, no es así, esas páginas inapreciables del Wilhelm Meister. Un gran poeta sobre un gran poeta hermano. Un alma vacilante alzándose en armas contra un mar de obstáculos, desgarrada por dudas discrepantes, como se ve en la vida misma.

La vida misma: esa es la materia que conforma esta novela grandiosa. La vida, claro, es la materia de la mayoría de las novelas, pero en ninguna aparece contada, moldeada y hasta amasada con una amalgama tan estupefaciente de profanidad y poesía y con un lenguaje tan protagonista. Su otro protagonista, el bueno de Bloom —Poldy para su mujer— a quien acompañamos durante un día por Dublín, es un hombre cualquiera que acaba por sernos entrañable, contra más de un pronóstico.

¡Ulises es tantas cosas a la vez! También un fastuoso juguete lingüístico, cosa que, al parecer, irrita a muchos, que se sienten estafados al toparse con un lenguaje a veces roto y siempre rompedor. (Es verdad que no resulta fácil reproducir en las traducciones el inmenso talento verbal de Joyce):

Doblechirriantemente análisis se coreomarchó. Calvo, el más cumplidor junto a la puerta prestó todos sus oídos a las palabras del ayudante: las oyó: y se fue.

En el inglés de Joyce:

Twicreakingly analysis he corantoed off. Bald, most zealous by the door he gave his large ear to all the attendant’s words: heard them: and was gone.

Las preocupaciones de Joyce, artísticas y universales, tienen anclajes locales. La necesidad de encontrar su propio espacio vital, artístico y cultural, frente al dominio inglés, que empezaba por la lengua, es uno de los grandes temas de la novela y produce cosas enjundiosas:

—Nuestros jóvenes bardos irlandeses […] aún tienen por crear una figura que el mundo instale al lado de Hamlet, del sajón Shakespeare aunque le admiro, como le admiró el viejo Ben, más acá de la idolatría.

—Todas esas cuestiones son puramente académicas, hadó Russell desde su sombre. Quiero decir, si Hamlet es Shakespeare o Jacobo I o Essex. Discusiones de clérigos […] El arte ha de revelarnos ideas, esencias espirituales sin forma. La cuestión suprema sobre una obra de arte es saber desde qué profundidad surge.

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James Joyce

Las profundidades de las que surge esta prodigiosa obra de arte son las del alma de Leo Bloom, un uomo qualunque (cualquiera de nosotros, sí) que pelea a diario por la vida, tiene aspiraciones nobles y apetitos brutos, come riñones de cerdo, ama a su mujer, lee el periódico mientras defeca, llora la muerte de su hijito, persigue con la vista a toscas Maritornes dublinesas de rebullentes jamones, acaba aceptando sus cuernos, se esfuerza por agradar y se masturba mirando en una playa los muslos entrevistos de una muchacha. He aquí —¿qué mejor forma de concluir?— su eyaculación:

Y entonces un cohete subió y explotó pum fogonazo cegador y ¡Oh! luego la carcasa reventó y fue como un suspiro de ¡Oh! y todo el mundo exclamó ¡Oh! ¡Oh! en éxtasis y derramó un chorro de finas hebras de lluvia de oro y se deshicieron y ¡ah! eran estrellas todas de un verdor de rocío que caían junto con doradas ¡Oh tan preciosas, Oh suaves, dulces, suaves!

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Publicado en Málaga Hoy el viernes 6 de enero de 2017.

A vueltas con algunos detalles de la vida de Leopold Bloom, el inolvidable protagonista de Ulises, de James Joyce.

cabecera

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

EL KIKI DE POLDY

Hay muchas escenas del Ulises de Joyce que me maravillan una y otra vez. Una de ellas es el recorrido de Leopold Bloom hacia el cementerio, en un coche de caballos. Está en medio de un grupo y, sin embargo, está solo; lo notamos en varios pequeños detalles, aparentemente nimios, que Joyce inventa magistralmente. Bloom intenta meter baza, pero apenas lo dejan. Hacen como que no oyen o cambian de conversación. Durante el recorrido hay chistes y alusiones a los judíos (supuestamente, Bloom lo es) que acrecen su soledad.

No es realmente rechazo, sino falta de reconocimiento. Él no pertenece al grupo. Se esfuerza por agradar, pero sin resultado. Lo acomodadizo de su carácter se nos va haciendo evidente cuando alguien observa la presencia en la calle del chuleta Blazes Boylan (Resplandores Boylan o El diablo Boylan, si prefieren). Bloom sabe que su adorada Molly planea acostarse con él. ¿Y qué hizo al verlo? (Las traducciones que siguen son mías).

…se pasó revista a las uñas de la mano izquierda y luego a las de la mano derecha.

Acto seguido el pensamiento de Bloom reemplaza la voz del narrador:

¿Hay algo más en él que ellas ella ve? (sic). Fascinación. El peor hombre de todo Dublín. Eso lo mantiene vivo. Ellas presienten a veces cómo es alguien. Instinto. Pero un tipejo como ese. Mis uñas. Estoy mirándomelas: bien recortadas…

Bloom anticipa sus mugidos y agacha el pescuezo; acata y consiente.

En este episodio sexto, presidido por la idea de la muerte, Bloom evoca chispas de vida, como aquella vez que su adorada Molly le pidió un polvo de urgencia:

Méteme un arreón, Poldy. Dios. Me muero de ganas. Cómo empieza la vida. Se quedó barrigona entonces. […] Mi hijo dentro de ella.

Ese arreón, ese  Give us a touch, Poldy, de Molly Bloom, es tan inolvidable como el faire cattleya de Odette de Crécy, la heroína de Proust. Frases que todo buen lector conserva para siempre.

Los ocupantes del carruaje hablan de muertes y entierros, y entonces Joyce nos hace mirar los caballos que tiran de las carrozas fúnebres. Sus pelajes son códigos:

Caballos blancos con blancos penachos doblaron al galope por la esquina de Rotunda. Un diminuto féretro resplandeció al pasar. Con premura hacia la sepultura. Coche fúnebre. No casado. Negro para los casados. Pío para los solteros. Alazán para el capellán.

(Sí, ya sé que dun for a nun no es alazán para el capellán, pero pardo para la monja perdería, misérrimamente, el juego de la rima y, por otro lado, hay que mantenerse en lo equino y lo eclesiástico).

Después llega este párrafo que leemos en apnea:

Cara de enano, malva y arrugada como la del pequeño Rudy. Cuerpecito de enano, blando como masilla, en un ataúd de pino con forro blanco. La Mutua de Entierros lo costea. Un penique a la semana por un trozo de tierra con césped. Nuestro. Pequeño. Pobrecito. Recién nacido. Nada significó. Error de la naturaleza. Si sale sano es por la madre. Si no, por el hombre.

Las multicolores pinceladas de este episodio —psicológicas, sociales, escatológicas, costumbristas…— cristalizan en la imagen de los caballos y en los recuerdos agridulces de Bloom. Todo, claro, con una prosa de ritmo y sonoridad a prueba de imitadores.

Leer Ulises, sin prisa, marca una vida de lector. Además gusta a muy pocos. ¿Qué más pueden pedirle?