Archivos para Alfred Döblin

De Weimar a Auschwitz

19 septiembre, 2022 — 1 Comentario

Artículo publicado en The Objective el 1 de septiembre de 2022. https://theobjective.com/cultura/2022-09-01/alfred-doblin-weimar-auschwitz/

Salen: Alfred Döblin, Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Fassbinder, Satanás y los viejos espartaquistas.

El formidable Döblin habría sido otro buen título para este artículo, que está impulsado por el entusiasmo, así que debo empezar por pedir disculpas: el entusiasmo del articulista puede ser un insulto a sus lectores. He de andar con pies de plomo.

Aun a sabiendas de que los consejos sólo suelen servir a quien los da, recomiendo la lectura de una novela que leí hace ya mucho, pero que sigue conmigo desde entonces: Noviembre de 1918, de Alfred Döblin. Su título original lleva un subtítulo añadido, Una revolución alemana, y consta de tres partes:

1 – Burgueses y soldados

2 – A) El pueblo traicionado y B) El regreso de las tropas del frente

3 – Karl y Rosa

La 2ª parte suele presentarse en dos tomos, de modo que la obra se presenta como tetralogía. Así está en la edición española de Edhasa, con una magnífica traducción de Carlos Fortea. Son 2 528 páginas, un número que impone respeto en cualquier época y que infunde pánico en nuestros medrosos tiempos de Tuíter. Los animo a que no se desanimen: su colosal extensión es pareja a su grandiosidad artística y a la incomparable experiencia lectora que regala. Imagínense poner en la mesa los cuatro gruesos tomos, contemplarlos un rato y deleitarse anticipando las semanas de placer que tienen por delante. Porque las novelas largas (para mí a partir de 600 páginas) tienen una cualidad toda suya que permite validar la existencia de un género determinado por la cantidad de horas de lectura que necesitan: los novelones. El lector de Guerra y Paz, de En busca del tiempo perdido o de El hombre sin atributos sabe que va a sumergirse en un mundo paralelo, un universo con otras leyes y códigos, en otro tiempo y en otras vidas, por mor de las horas y horas que voluntariamente pasará en él. Los buenos «novelones» secuestran y el buen lector es alguien que se deja secuestrar.

Notas biográficas.

 Alfred Döblin era alemán y judío. Del judaísmo y de ser judío se ocupó en muchos de sus escritos, y su identidad judía fue motivo de agudos conflictos internos. Su posterior conversión al catolicismo atestigua lo tempestuoso de su vida interior en las dimensiones religiosa y cultural. En los años treinta, cuando llegaron los nazis al poder, emigró a Francia y después a los Estados Unidos. Salió de su país siendo un escritor célebre y regresó en 1945, oscurecido por las sombras del desinterés público. Fue prolífico, aunque su novela más conocida, hasta casi eclipsar las demás fue Berlin Alexanderplatz, versionada como serie televisiva por Fassbinder. Además de escritor, Döblin fue médico neurólogo.

Personajes.

Cumplido este expediente, llega la hora del entusiasmo controlado.

Noviembre de 1918 es, de cabo a rabo, una novela histórica, pero a diferencia de la mayoría de las novelas de ese género, no es la Historia la protagonista última, sino la que permite que afloren quienes sí lo son. (Pero, en garde!, porque acabo de decir una verdad a medias).

Hay unos cuantos personajes históricos con mucho peso en la novela, entre los que destacan algunos de los dirigentes políticos de la época y, muy especialmente, la celebérrima Rosa Luxemburgo y su compañero Karl Liebknecht, a quienes se consagra el cuarto volumen. Döblin hace un retrato estremecido y harto original de ambos personajes históricos, ambiguo, complejo, que oscila entre la admiración y la simpatía iniciales y el desencanto y la desaprobación posteriores. El zarandeo intelectual  y emocional al que el propio Döblin se enfrentó al tratar de entender (o justificar) a los camaradas Karl y Rosa, se advierte en la naturaleza fantástica y sobrenatural que surge en distintas páginas de ese cuarto volumen, con momentos oníricos y hasta fantasmales en los que llegan a aparecer el místico medieval Johannes Tauler y hasta el mismísimo Satanás. He aquí, por ejemplo, lo que este último le dice a Rosa sobre Dios:

Rosa Luvemburgo y Karl Liebknecht, el inflexible.

«¿Qué puede hacer el otro? Mírame. Yo… me lanzo a través del Universo. Estoy en la guerra, en la política, en la fresca y libre vida del mundo. Él… tiene que esconderse en las iglesias y dejar que las viejas y los curas le cuchicheen cosas».

No es un gran argumento (es una bobada), pero en la novela cumple su función. Sin embargo la grandiosa obra de Döblin es arte novelística y no manual de historia, porque cuenta las vicisitudes de personajes inventados en un marco espacio-temporal real: la Alemania tras la Gran Guerra y la subsiguiente revolución socialista-espartaquista que estuvo a punto de triunfar, lo que habría cambiado radicalmente la historia moderna de Europa, convirtiéndola en algo bastante siniestro, como lo fueron la URSS y sus satélites y como de hecho fue, tras la segunda guerra mundial, media Alemania: la ominosa RDA.

«―Rusia se ha esforzado desde hace siglos en aprender de Alemania. Sigue sin haberlo conseguido del todo. Pero quizá lo haga. Sus fusilamientos masivos son prometedores».

El avispero alemán.

La imagen que el escritor nos hace ver, casi como una fata morgana, de manera ejemplar y magistral, con técnica novelística admirable, es la de una Alemania que, tras la humillante derrota militar, parecía un avispero gigantesco violentamente apedreado: las avispas, aturdidas, salen en desbandada y en mil direcciones buscando a dónde ir y a quién acribillar a aguijonazos. Los personajes están aturdidos y el neurólogo Döblin raya muy alto en la descripción de este aturdimiento, que nos muestra con veracidad sobrecogedora, pero a la vez con la suficiente distancia para percibir que estamos ante un importante artefacto artístico. Saltamos con rapidez de unos personajes a otros, de unos escenarios a otros; ninguno es protagonista y todos lo son; Alemania lo es; la revolución espartaquista es un avispero dentro de otro avispero: para muchos el infierno, para muchos otros, una esperanza que pronto se derrumbó ante sus propios horrores y desquiciamientos.

Humor.

Dentro del drama que fueron aquellos años desquiciados para tantas personas, Döblin inventa momentos de un humor desternillante, incluso vodevilesco, pero a la vez inteligente. En ese aspecto recuerda a veces a La Regenta y hace que los lectores soltemos carcajadas sonoras y liberadoras que se agradecen.

Historia y mucho más.

La novela, al cabo, la hacen todos esos personajes que, más allá de su dimensión coral, son individuos; individuos que hubieron de sobrevivir en una época atroz (que la veamos también como fascinante, con una mirada cándidamente ex post, no la hace menos atroz), una época que va de la República de Weimar a los campos de concentración nazis, el otro gran horror del siglo XX. La parte histórica de la novela es la gran excusa que permite la fabulación de esos dramas humanos de cada uno de los personajes.

Con todo, quien quiera leerla pensando que es la Historia, con gran H, lo que verdaderamente importa en Noviembre de 1918, puede hacerlo sin desdoro. Yo enarco una ceja, pero no me meto. A fin de cuentas, he aquí lo que se dice ya casi al final:

«El país, con el veneno que la revolución no había podido extirpar metido en los huesos, se recuperó lentamente de la guerra…, rumbo a una nueva guerra».

Tengo mis cuatro volúmenes llenos de notas, signos, escolios y diagramas, hasta el punto de que a veces parece la partitura de alguna febril melodía hecha únicamente de garrapateas. Darían pie a un artículo interminable, pero sería una descortesía.

Consideren leerse esta obra tremenda y formidable: serán semanas de placer y de gran aprovechamiento.

Entonces dijo Gangleri

19 noviembre, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 17 de noviembre de 2017.

Hay muchas formas de fragmentar los textos literarios: cantos, partes, volúmenes, estrofas. La novela escogió los capítulos como forma preferente de fragmentación. Pero ¿por qué se trocean las historias? ¿Hay una finalidad estética o narrativa además de la meramente funcional de facilitarle la vida al lector (y al novelista)?

La poética del capítulo es relativamente nueva. La lectura de La Voie aux châpitres, del canadiense Ugo Dionne, uno de los fundadores de la nueva disciplina, me llevó a llamar su atención sobre este asunto en mi brevería de cada viernes.

2017_11_17_Entonces dijo GangleriPara quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto: 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

ENTONCES DIJO GANGLERI

Acabo de leer las Memorias póstumas de Brás Cubas, de Machado de Assis, novela hecha de capítulos cortos.

A vueltas con los capítulos cortos recordé La alucinación de Gylfi, de Snorri Sturluson, tan amado por Borges. Rehojeé mi coqueta edición, leída hace tantos años, y ahí estaban, en efecto, esos cortos y brumosos fragmentos, muchos de los cuales empiezan con una fórmula que nunca he olvidado: Entonces dijo Gangleri.

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Gangleri, el Caminante, uno de los nombre de Odín

La fragmentación en capítulos es cómoda para los lectores y más aún para los novelistas, que con ella quedan dispensados de conseguir el continuum de la trama, algo que se corresponde más con la realidad que con la ficción. Eso, claro, no significa que construir una novela-mosaico con teselas, en vez de una novela-mastaba con grandes bloques (a lo Proust), sea tarea fácil. Es difícil, pero menos laborioso. Cuando los capítulos son largos, muchos novelistas recurren a la trampichuela de la fragmentación interior, mediante el doble espacio interlinear o el socorrido asterisco. Continuar leyendo…

¡Ah, las sobrinas!

16 abril, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 14 de abril de 2017.

Sobre Alfred Döblin, uno de los novelistas mayores del siglo XX, y su monumental Noviembre de 1918.

(Texto sentido aparece los viernes en el diario Málaga Hoy)

2017_04_14_Ah las sobrinas

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

¡AH, LAS SOBRINAS!

Ya he hablado de Alfred Döblin y de su Noviembre de 1918. Son cuatro volúmenes que, al desmenuzar un tremendo periodo de la historia alemana, componen una multinovela  fabulosa. Anduve ayer retrasteando el segundo volumen, El pueblo traicionado. Como tengo mis libros llenos de anotaciones y signos cabalísticos, es fácil dar con los pasajes que más me interesaron. Hablaré del titulado Distracciones parisinas, que presenta un erotismo de monóculo muy de la Belle époque que ya moría.

Nos topamos primero con Anny Scharrel, quien:

Tenía en sí una vieja e inextirpable inclinación al vicio.

La doble adjetivación —una suerte de endíadis (¡ah, la retórica!)— es un recurso habitual de Döblin. Vieja e inextirpable es muy eficaz para captar la naturaleza raíz de esa inclinación. Enseguida ahondamos más en esta faceta al saber que:

No sabía existir sin el cosquilleo de una tentación, sin la sensación de resbalar.

Ya andamos cerca del pecado. Hay un hotel (¡ah, los hoteles!) y entran en escena dos sobrinas de Anny (¡ah, las sobrinas!). En ellas:

…la educación ponía barreras: las señoritas eran temerosas […] querían conocerlo todo, pero más de segunda mano

Señoritas epistémicas, ansiosas de conocimiento, hotelito, París… Oh là là. Sepamos más:

Los grandes ojos castaño oscuro miraban atentos bajo las cejas gruesas como orugas […] narices alargadas […] En la mesa, delante de ellas, hay una cubitera, botellas y tres copas.

Aparece un caballero. Hay una breve elipsis narrativa, tras la cual… el caballero tiene a la más joven, ahora separada de su hermana, en su habitación. Ante su desnudez, los rasgos grotescos de antes (orugas, narices largas), desaparecen. La varita mágica de Eros toca a la joven y ahora:

Es enteramente una niña, una niña perversa. Tiene una piel morena, un cuerpo terso y esbelto […] un bello y descarado rostro de gorrión, un rostro que no muestra ni pizca de vergüenza mientras camina desnuda por la alfombra.

El erotismo y la potencia de las imágenes se nos aparecen con un crescendo sabiamente medido. De pronto Döblin hace un brutal zoom sobre el rostro de la muchacha y nos deja boquiabiertos de admiración con una imagen portentosa:

La boca está abierta, como una cereza reventada que muestra su interior.

Esa imagen es tan asombrosa, que me paraliza unos segundos cada vez que la leo. Pero Döblin fuerza más aún su juego de contrastes (todo el pasaje está hecho a contraste limpio), y tras pasmarnos con la imagen de la cereza, salta de lo sublime a lo grotesco:

Bizquea ligeramente de un ojo. Se pone un monóculo.

El cierre.

Aunque todo su cuerpo está desnudo, la durmiente yace infinitamente casta y dulce.

Contrastes, contrastes. Procaz y casta, descangallada y libélula. Cuando se despierta, el caballero la mira ponerse su vestido negro y, cuando lo tenía a medio poner, vio a un ser de dos mundos. De las caderas para abajo, el del olor a cigarrillos y al perfume del salón de baile. El otro mundo, el de la parte de arriba, era:

…el de los pequeños pechos como capullos, el del ligero abombamiento del vientre aún desnudo […] un animalito desnudo y sin nombre, una libélula que juega, ha jugado y quiere seguir revoloteando.

Noviembre de 1918. Recuerden esta novela y si 2000 páginas no los asustan, léanla. Háganse ese favor.

Ars moriendi

25 noviembre, 2016 — 1 Comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 25 de noviembre de 2016.

Como morir es asunto con enjundia, la literatura no podía no ocuparse de él. Aquí, unas briznas.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

ARS MORIENDI

La literatura se ha ocupado mucho de la muerte y sus maneras. Moribundo y lacónico, Alonso Quijano reconoce lo que está por llegarle:

Yo me siento, sobrina, a punto de muerte.

Saber cuándo llega la hora y obrar gallardamente. En Las tres muertes, de Tolstói, un mozo de postas agoniza en la cocina, ¡y sabe! Una mujer le pregunta con ternura qué le pasa y él responde:

La muerte está aquí, eso es lo que me pasa.

Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, cuenta la vida —y la muerte— de Franz Biberkopf:

Lo que había en él de animal corre ya por los campos. […] El alma de Franz está devolviendo sus semillas vegetales».

También Biberkopf sabe. Y para que no haya dudas, la Muerte remacha:

Estoy aquí y debo hacer constar que quien está aquí echado, ofreciendo su vida y su cuerpo, es Franz Biberkopf. Dónde está, lo sabe, y también adónde va y lo que quiere. 

La Muerte, luego, nos recuerda algo obvio, a menudo olvidado: …la vida sin mí no vale la pena.

El capítulo séptimo de El gatopardo, de Tomasi di Lampedusa, es muy bello y eficaz. Con la maravillosa imagen de un reloj de arena, venimos a saber que Fabrizio ya presentía su muerte décadas antes de que fuera a acaecerle.

Hacía decenios que sentía cómo el fluido vital, la facultar de vivir, la vida en suma […] iban saliendo de él lenta pero continuamente, como los granitos se amontonan y desfilan uno tras otro sin prisa pero sin detenerse, ante el estrecho orificio de un reloj de arena.

Pasa el tiempo y el aleteo de la muerte se torna presencia cercana. Ya no es una lenta procesión:

advertía que la vida salía de él en grandes oleadas apremiantes, con un fragor espiritual comparable al de la cascada del Rin.

Asistimos a la sensación cenestésica del fin de la vida, de un gran vaciamiento. La vida se va a oleadas. Y es el sonido, ese fragor, el que logra no sólo que leamos, sino que sintamos lo que el moribundo siente. Lampedusa convierte los sonidos en vías de conocimiento. Ahora un fragor de cascada, pero antes:

…el rumor de los granitos de arena que se deslizaban…

Ya en los instantes postreros, el escritor recurre, con maestría apabullante, a otro sonido:

En la habitación se oía un silbido: era su estertor, pero no lo sabía…

La descripción se aviva a cada página. El enfermo empeora y llegan unas medicinas,

pero el ímpetu del tiempo que se le escapaba no disminuyó en su impulso.

Por fin se acerca al lecho del moribundo la seductora Muerte, abriéndose paso entre allegados, en una escena de exquisita filigrana (atención, cinéfilos, ¿cómo no recordar a la sensual Jessica Lange de All that jazz?).

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Era ella, la criatura deseada siempre, que acudía a llevárselo. […] le pareció más hermosa de como jamás la había entrevisto en los espacios estelares.

El fragor del mar se acalló del todo.

Cesa el sonido. Enmudece el mundo. La vida ha terminado.

Publicado en Málaga Hoy, el viernes 8 de julio de 2016
La lupa, hoy, sobre un exótico símbolo literario, sobre el atolondrado, pero delicioso, proceso mental que nos lleva, a los lectores, de un libro a otro, como una mariposa volitando, sacudida por la brisa, en un campo de margaritas, y sobre dos grandes escritores que, de haberse conocido, se habrían ignorado con olímpico desdén mutuo.
También disponible aquí.

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Tortugas y lapislázulis

tortuga