Archivos para 30 November, 1999

La editorial Navona, a la que hay que darle las gracias por el regalo, nos ofrece Novelas bálticas, de Eduard von Keyserling, un pequeño volumen que agrupa cuatro maravillosas obras: Armonía, Aquel sofocante verano, Nicky y Un rincón apacible, traducidas por Miriam Dauster y X. Fernández .

Si tienen ocasión, no lo duden ni un instante: léanlas.

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Eduard von Keyserling

Von Keyserling, de aquellos alemanes del báltico que mantuvieron su lengua y su cultura en la antigua Curlandia (parte de la actual Letonia) y constituyeron una de las élites comerciales e intelectuales del imperio ruso, es un digno representante del impresionismo literario, corriente entregada el esfuerzo de registrar, antes que cualquier otra cosa, las sensaciones y reivindicar la imaginación, y que luchó por deshacerse de lo que tenía por contaminaciones intelectualistas. Ya he tenido ocasión de comentar alguna vez cuánta importancia doy a los detalles en la narración literaria; por eso leo con gusto obras impresionistas, porque les dedican una atención muy meritoria y esmerada.

Si tuviera que resumir en una palabra las impresiones (nunca mejor usado, el término) que me ha dejado esta maravillosa lectura (que sigue y sigue rondando en mi cabeza, zumbando como laboriosas abejas y sin querer irse), tal vez escogería «delicadeza». La prosa, propia de un escritor de aquella pequeña aristocracia provinciana de finales del XIX y principios del XX, parece el vuelo de una mariposa: liviano, ingrávido, silente y lleno de gracia; una temblorosa y titubeante gracia.

Pero esta descripción es engañosa porque Von Keyserling, pese a centrarse en contarnos las, aparentemente, superficiales penas de una aristocracia en plena decadencia, autocomplaciente y aislada, como entre gasas, del mundo en el que pululaba, toca, con mucho tino, temas que siempre importan y siempre duelen: la muerte, los celos, la familia, la zozobra ante las dudas sobre la propia identidad, el sentimiento de pertenencia. Continuar leyendo…

¡No hay tiempo, maldita sea! ¡No hay tiempo! Tanto por leer, y no hay tiempo.

(Los jóvenes no deben preocuparse, esto no va con ellos; tienen todo el tiempo para sí; el tiempo está de su parte –o, al menos, así lo creen ellos, que viene a ser casi lo mismo– y aún no se ha convertido en algo real, corpóreo, que uno ve pasar de largo, cada vez más deprisa).

No hay tiempo, pero la ominosa pila de «libros pendientes» sigue creciendo, y con ella mi ansiedad. No tengo tiempo de leerlos todos, pero sigo comprando libros sin cesar. Uno es así de imbécil. (Creo que fue Borges quien, en algún cuento, decía: «como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sentía culpable de no conocerla haste el fin». Cito de memoria, así que, séame perdonada la posible inexactitud, please.)

Ahora mismo estoy leyendo Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin (en español, porque por el alemán navego con gran dificutad, y sólo si son aguas tranquilas), uno de esos libros que vas leyendo con cierta perplejidad y descreimiento, hasta que, de repente, zas, te atrapa, y ya no hay escapatoria, como me acaba suceder esta mañana mientras desayunaba debajo de mi incipiente emparrado (piaban unas oropéndolas y zumbaban avispas).

Pero simultaneo la lectura de las peripecias berlinesas de Franz Biberkopf con las Novelas bálticas, de Eduard von Keyserling (un noble alemán de Letonía, o un letón de la aristocracia alemana, demostrando que en este mundo se puede ser casi cualquier cosa), los Contes cruels de Villiers de l’Isle-Adam, La diplomacia del ingenio, de Marc Fumaroli, el tercer volumen de Naufrages…, de Deperthes, una obra singularisima, maravillosa y emocionante, que descubrí gracias a Ernst Jünger, y las Misceláneas primaverales de Natsume Soseki. (Siempre leo varios libros a la vez, sin que haya ninguna razón explicable para este hábito).

Eso, lo que tengo entre manos. Lo que cada noche me mira, con reprobación y amenaza, desde la mesilla de noche, esperando turno, ni lo cuento.

¡No hay tiempo! ¡No hay tiempo, coño!

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Berlín Alexanderplatz, Alfred Döblin. Ed. RBA. Traducción de Miguel Sáenz.

Histoires des naufrages, ou recueil des relations les plus intéressantes des naufrages, hivernements, délaissemens, incendies, et autres événements funestes arrivés sur mer, (3 vol.), Jean Louis Hubert Simon Deperthes. Facsímil, (Imprimerie de Brodard, à Coulommiers).

Misceláneas primaverales, Natsume Sõseki, Satori Ediciones. Traducción de Akira Sugiyama.

Contes cruels, Villiers de l’Isle-Adam. Ed. Gallimard (Folio classique).

La diplomacia del ingenio. De Montaigne a La Fontaine. Ed. Acantilado. Traducción de Caridad Martínez.

Novelas bálticas, Eduard von Keyserling. Ed. Navona. Traducción de Xandru Fernández y Miriam Dauster.