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Lectores furtivos

16 septiembre, 2016 — 2 comentarios
Publicado en Málaga Hoy el viernes 16 de septiembre de 2016.

Imperecedera, Lolita. Leamos sin prisa.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

LECTORES FURTIVOS

Segunda lectura de Lolita: he visto cosas que antes no advertí. Es natural. Cuarenta años después se es un poco otro; más libros al coleto, más sucesos, más vida. Ahora no estaba interesado en la peripecia de Humbert Humbert, que recordaba bien, sino en cómo se nos cuenta.

Capítulo 11. HH acaba de conocer a Lolita y abre la jaula de sus fantasías. Se justifica diciendo que sus impulsos son incontrolables, pero juega a parecer consciente de su inmoralidad. (Las traducciones que siguen son mías).

¿Por qué sus andares —¡una niña, figúrense, una niña!— me excitan tan abominablemente?

Transcribe fragmentos de un diario que, pese a su destrucción años antes, dice recordar textualmente. Una memoria tan prodigiosa no es muy verosímil, así que el narrador se anticipa a nuestra incredulidad:

Lo recuerdo con exactitud porque lo reescribí dos veces.

Antes de desmelenarse, el narrador entra en materia con observaciones de menor cuantía:

Las nínfulas no tienen acné, aunque se atiborren de grasa.

Lolita se le acerca y la temperatura sube:

…un olor tórrido que enseguida puso mi virilidad en marcha…

Se deleita en ensoñaciones y disquisiciones:

…me enloquece […] la mezcla en mi Lolita de una tierna y soñadora niñez con una perturbadora vulgaridad.

Y llegamos a un maravilloso párrafo de apenas doce líneas, en el que una preciosista descripción amansa el relato:

«Oye, haz que mi madre nos lleve mañana al lago Our Glass». Eso me dijo, literalmente, mi amada de doce años con un voluptuoso susurro, cuando casi chocamos — yo salía, ella entraba— en el porche de la casa.

Es la primera vez que están a solas y que se hablan, pero HH ya ha decidido cosas importantes: que ella es su amada y que habla voluptuosamente. Entonces Nabokov frena en seco. Quiere que veamos y sintamos, junto a sus personajes, el instante y el escenario. Para ello, en vez de seguir con la atención puesta en Humbert y Lolita, la mirada da un rodeo y se recrea en las luces, en las sombras, en los árboles:

El reflejo del sol de la tarde, un diamante blanco y resplandeciente con multitud de destellos iridiscentes, centelleaba sobre las redondeadas formas de un auto estacionado. La copa de un frondoso olmo movía sus tenues sombras sobre las maderas de la pared de la casa. Dos álamos temblaban y se agitaban. Llegaba el ruido confuso del tráfico lejano; un niño gritaba…

La acumulación de palabras refulgentes casi nos ciega y nos invita a entornar los ojos lectores. Con pocas pinceladas (reflejos, hojas que se mueven, sombras juguetonas, ruidos lejanos) todo queda suspendido bajo un súbito hechizo.

Los adictos a la acción transitan por estas descripciones con impaciencia, en febril busca de que pase algo. ¡Cuanto más lenta la narración, más frenética la lectura! Lastimera paradoja. Lo que el trastornado Humbert sintió no es independiente de lo que había a su alrededor. Basta con bajar la velocidad de lectura para que estemos de pronto allí, furtivos, ocultos tras el olmo, viendo su mirada y su turbación. Con suerte, veremos hasta a la mismísima Lolita.

 

Lolita de Tal

2 septiembre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 2 de septiembre de 2016.

Las lolitas (y sus menganos −pequeño homenaje al inolvidable Álvaro de Laiglesia−) son un venero que atraviesa, más o menos secretamente, la literatura desde tiempos antiguos.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

LOLITA DE TAL

Después de cuarenta años releo Lolita. Ahora el original. Soy verbólatra; el inglés virtuoso de Nabokov me entusiasma.

El lolitismo abunda en la literatura, pero con frecuencia de modo falsario. El asunto exige diferencia de edad entre las nínfulas y sus enfermizos admiradores.  Se es lolita por la mirada impúdica del hombre. Sin ella no hay lolitas; habrá niñas procaces, putillas pubescentes u ondinas que suliveyan con perjúmenes aún por llegar, pero no lolitas.

No es lolita la púber Annabel, con la que Humbert Humbert tuvo sus primeros tocamientos. Tenía las cualidades corporales y la edad para serlo, pero eran coetáneos.

No es lolita la inolvidable Ada, protagonista de la novela con la que Nabokov volvió al tema años después:

¿Era de veras hermosa, a los doce? ¿Deseaba —podría desear alguna vez— acariciarla? ¿Acariciarla realmente? Su negro pelo en cascada…

A diferencia de su predecesora, Ada no tiene un Humbert Humbert, sino un primo de parecida edad. Por eso no es, en lo fundamental, una lolita.

La salaz treceañera de Innocent World, de Ami Sakurai, tiene una relación sexual con su hermano de quince:

Takuya […] tenía una erección. Igual era culpa mía. Llevaba una camiseta muy escotada, sin sostén […] su cosa era sonrosada y límpida y me produjo una sensación extraña. Me la metí en la boca como si fuera lo más normal del mundo…

Aquí hay incesto y sexo puberal, pero falta la mirada de un hombre; no cualquiera, por cierto, pues, según Nabokov (que aquí miente):

Hay que ser un artista y un loco, una criatura de infinita melancolía […] para detectarlas a la primera…

¿Sería Fermín de Pas, de La Regenta, un hombre así? Allí sí hay un lolitismo que comenté hace poco:

…las niñas de ocho a diez años, anafroditas las más […] algunas rodeadas de precoces turgencias, que sin disimulo deja ver su traje de inocentes […] Mirando estos capullos de mujer, don Fermín recordaba el botón de rosa que acababa de mascar…

Escena que recuerda este fragmento de Lolita:

…orfelinatos y reformatorios donde se podía contemplar a pálidas pubescentes de pestañas legañosas con total impunidad…

Entre Wilhelm Meister y la pizpireta Mignon sí hay diferencia de edad:

Calculaba que tendría doce o trece años, su cuerpo estaba bien formado […] El maquillaje hacía que apenas pudiera distinguirse su broncíneo color de piel…

Pero tras un momento de ambigüedad, Goethe elimina de la historia estas posibles espinas. Lautréamont, en cambio, busca espinas y cenagales de putrefacción extrema:

Pasaba Maldoror con su perro de presa; ve a una chiquilla que duerme a la sombra de un plátano y cree, primero, que es una rosa […] Se desviste con rapidez […] Desnudo como una piedra se ha arrojado sobre el cuerpo de la muchacha…

No sigo, porque estamos en horario infantil.

Mircea Cartarescu da una curiosa razón de por qué a los hombres nos gustan las mujeres: Porque descienden de las niñas.

Quod erat demonstrandum, dirá el Humbert Humbert de turno. Ahora átenme esa mosca por el rabo.