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Melenas y cojuevos

18 diciembre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 16 de diciembre de 2016.

¡Ah, si pudiésemos detener el tiempo!

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

MELENAS Y COJUEVOS

La semana pasada hablé de El juego favorito, de Leonard Cohen. Hoy pongo la lupa sobre una de sus escenas.

Antecedentes: Dos jóvenes amantes han alquilado un cuartito para lanzarse a la aventura de la convivencia, siempre embrujadora al principio.

Llevan horas fornicando incansables, potro y potranca, y siguen deseándose, pero acuerdan una tregua y se asoman a la ventana.

—Eres un fracaso, Larry, pero aun así estoy loca por tus pelotas. Deliciosas.

El travieso Cohen juguetea, pero la chusca mención de las pelotas prepara un repentino y eficaz cambio de tono que comienza con una naturaleza liricona, encargada de pespuntear la escena. De los cojuevos, a la melena flotante:

El viento se movía entre su pelo; desprendió un mechón y lo hizo flotar.

En la calle hay un extraño viejo y unos gatos. La atención de los jóvenes amantes va del viejo a ellos mismos, oscila, vacila, titila. Entonces llegamos al párrafo en cuestión:

Pensaba que se sentiría satisfecho si lo condenaran a vivir este momento una y otra vez para el resto de su vida. Tamara joven y desnuda, sus dedos hilando un rizo de cabello. El sol enredado en antenas de televisión y chimeneas. La brisa de la mañana barriendo la niebla de las montañas. Un viejo misterioso cuyo secreto no le interesaba saber. ¿Para qué salir a buscar mejores visiones?

Antes, el viento en la cabellera. Ahora hay brisa, niebla y rayos de sol.

La gran felicidad, ofuscadora, lleva al joven a querer detener el tiempo: quimera eterna de la literatura y las canciones. Reloj, detén tu camino, susurraba Lucho Gatica derritiendo corazoncitos en flor. Tiempo maldito que se nos escapa; de ahí el tempus fugit añorante, de ahí el carpe diem ilusorio. Cómo detener el tiempo es un título de la irascible Ann Marlowe y W. H. Auden escribía:

Parad los relojes, cortad los teléfonos,

Dadle al perro un hueso sabroso para que no ladre…

(La fotografía y el haiku se acercan, pero nada más).

¡Que sea siempre así!, anhela el amante, sin ver que siempre es un adverbio mendaz.

Tamara, joven y desnuda. Prosaicamente, dos atributos; poéticamente podemos verlos como epítetos, porque aquí la desnudez es inseparable de la juventud y ambas, de la belleza. La belleza es desnuda y joven como son fieros los tigres o suntuosos los palacios. El grado superior que alcanzan los dos adjetivos llega por la acumulación de esos otros elementos, rizos, brisas, sol y niebla, tenuemente poéticos uno a uno, pero poderosos todos juntos.

El narrador nos cuenta que están enamorados y que vivirán juntos tres años. Y para hablarnos de una relación amorosa nos habla de trabas, enredos y nudos; hermosos, sí, pero carceleros. Por eso los dedos de Tamara se lían en su pelo, por eso se enredan los rayos del sol en la maraña urbana de antenas y chimeneas. Casi los vemos llegar desde el cosmos y astillarse en la selva de metales y ladrillos de las azoteas, partiéndose mil veces para recomponerse luego y seguir su camino hasta el siguiente obstáculo.

El viejo de la calle y sus sórdidas maniobras con los gatos recuerdan a los amantes que hay un mundo feo del que creen estar a salvo. Por eso sueñan con detener el tiempo. Para siempre. Amén.

Habitantes del universo Proust

Habitantes del universo Proust

 

Todos los conocemos, aunque no nos hayamos detenido a ponerles un nombre: son esos momentos, mágicos de verdad (¡por una vez!), en los que, de improviso, un recuerdo no buscado nos toma por asalto y se mete en nuestras cabezas sin que lo hayamos llamado y sin pedirnos permiso. Cualquier cosa puede liberarlos —son un genio en su lámpara—, sobre todo los impactos sensoriales (un olor, un sabor, un sonido…).

Entoces el pasado regresa, pero con tal furia, con tal ímpetu, con tal viveza, que se funde, indistinguible, con el presente: no recordamos, sino que revivimos. Con esa magia grandiosa e inexplicable, algunos grandes escritores han construido asombrosos edificios. Están ahí, con las puertas entornadas para que entremos en ellos cuando queramos. O cuando nos atrevamos. Continuar leyendo…