Publicado en Málaga Hoy el viernes 28 de abril de 2017.
Fue un coparrandero, un viejo contertulio de barra de bar y de conversaciones hasta el alcoholecer. Gran poeta, José Luis Parra. No sabía nada de él desde hacía un cuarto de siglo. Sospechaba que podría haber muerto. Escribí este artículo bajo el aleteo de esa zobobra y en cuanto lo publiqué, Tuiter me confirmó su muerte a los pocos segundos.
Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:
TEXTO SENTIDO
Sanz Irles. Escritor
PARRA
Escribo este artículo en Michigan. Hay una soleada primavera y temperaturas más tibias de lo normal. Mi anfitrión anda todo concentrado, por ahí fuera, cortando el césped a lomos de su segadora. Se lo pasa en grande y cumple con un pequeño ritual de la masculinidad. Es un escenario poco adecuado para el poeta José Luis Parra, a quien frecuenté en Valencia hace veinticinco y más años y de quien no he vuelto a tener noticias.
Nos veíamos en el café Malvarrosa, un garito de pintores, literatos, dizque bohemios y jugadores de go. No, no me imagino a Parra en Michigan, pero me he traído uno de sus poemarios, Un hacha para el hielo, que vuelvo a leer con gozo.
Al solecillo de Michigan leo sobre el dolor y la muerte (Parra es Parra, no hay nada que hacer). Así arranca el libro:
Del pájaro negro
del teléfono
ni vuelo ni canto;
sólo súbita estridencia
quebrando el cristal de la mañana.
Palabras como esquirlas.
Y el cuervo en tus oídos
repitiendo
el nunca más de la llamada.
A la estridencia del artilugio se suma el agudo alboroto del cristal hecho añicos. Hay ruido en el poema, y sonidos, y empezamos a ver se trata a la muerte con miedo y con respeto, pero también con una familiaridad doméstica y tolstoiana.
…no es Dios el que anda entre pucheros. Cuando
el cálido hogar comienza a agrietarse,
también en la cocina, también entre pucheros
—y así de amargo sabe el estofado—,
lo que bulle es la muerte.
Recuerdo al frágil Parra acodado en la barra, ginebra en mano, contándome vidriosamente sus cuitas con el tiempo:
No llegue el día de mañana.
Detenga el tiempo inexorable
su tránsito cruel a la intemperie.
Me recitaba esos versos y se echó a reír cuando, al terminarlos, le susurré al oído el bolerito de Gatica: Reloj no marques las horas… detén el tiempo en tus manos.

José Luis Parra, poeta.
Un hacha para el hielo tiene una intensidad que no es para almas bellas, pero es tan fuerte como hermoso y da en la diana cuando habla de los certeros disparos de los años o, con terrible imagen, nos habla de andar por leprosas alamedas.
En el poema XIV, la voz poética pertenece a una joven fregona atareada:
Lo mío es la faena. Otra cosa
no aprendí. Si te acercas no te extrañen
los rumores del cubo y la bayeta.
[…] todo tiende al polvo;
pero no importa, soy tan joven en la muerte,
tan novicia…
Temor y muerte: esas son las vértebras del espinazo que yergue este duro poemario.
Termino con el fugaz poema XI, que pone, con una imprecación benévola, una gota de luz en las tinieblas:
¡Contra el sucio dominio de tu boca,
radiante se estrelle
el estallido fresco de las rosas!
Un abrazo, amigo Parra, si es que aún estás entre nosotros, y si no, me abrazo yo a tu recuerdo y brindo por nosotros y por lo que fuimos.