Archivos para James Joyce

Historieta publicada en Jot Down n. 33

Diciembre 2020

No nos consta que Joyce, que estuvo en Trieste y París y Zúrich y en otros Santos Lugares,

  • yo he seguido devotamente sus huellas por esas ciudades; yo he mojado mi croissant en el café con leche, exactamente en la silla en la que Joyce se tomaba una grappa después de comer,

estuviese jamás en Buenos Aires; pero aun sin haber estado, tiene allí un gran predicamento. (¿Estaba en lo cierto Borges cuando nos advirtió de que el esnobismo es la más sincera de las pasiones argentinas?).

De allí llegó la primera traducción al español de Ulysses, confeccionada con laboriosidad por Salas Subirat, un caballero que también escribió libros de autoayuda y de seguros. En un principio ponderó el título de ¡Che, Ulises!, pero desistió. Salas entró en la selva joyceana machete en mano y consiguió salir por el otro lado sin demasiados arañazos ni acribillado por jejenes. Digamos que podría haber salido peor parado. También de allí llega la última, por ahora, traducción a nuestra lengua de la Odisea dublinesa, hecha por Rolando Costa Picazo (llamarse Rolando obliga a las gestas) en dos voluminosos tomos editados por Edhasa en 2017. Poco antes había aparecido otra versión argentina más, la de Marcelo Zabaloy, que sacó la diligente editorial El cuenco de plata. Allá donde Salas empezaba con «Imponente, el rollizo Buck Mulligan», Zabaloy ve a un caballero majestuoso, pero rechoncho, y Costa Picazo evita (¿Evita?) lo imponente y lo majestuoso y prefiere lo solemne. Los traductores son así: si tú ves rojo, yo encarnado; si tú alegre, yo jacarandoso.

Zabaloy, por cierto, es también el intrépido traductor al español de Finnegans Wake, el libro indispensable más dispensado, como tengo escrito en algún sitio. Ahí es nada: 600 páginas de «lamés gatólica a su candydado de musgococo, un pregusto de curliflor arrepollado de su cerebro. ¡Athiacaro!».

El mexicano Elizondo tradujo una parte del extraordinario galimatías, pero se arrugó prontito, el cuate, y  lo dejó estar. ¡Pinche Finnegans!

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Monólogo interior

21 mayo, 2018 — 2 comentarios

Publicado en Málaga Hoy el viernes 4 de mayo de 2018.

Antes que Joyce fue Dujardin (y Tolstoi).

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

MONÓLOGO INTERIOR

Deben de quedar pocos lectores de novela que no sepan lo que es el monólogo interior, la ingeniosa técnica narrativa —uno de los símbolos de la modernidad novelística— que permite desvelar el pensamiento de un personaje en el mismo momento en que se está produciendo. Ese pensamiento, próximo al inconsciente, suele darse de forma caótica, exaltada, incoherente, y así lo refleja el monólogo interior en literatura, con su aspecto agitado y espástico. Desde que se inventó, ha sido usado profusamente. Pero ¿quién lo inventó?

Si pasamos por alto que Tolstoi empleó algo muy parecido hacia el final de Ana Karénina, el honor le cabe al simbolista francés Édouard Dujardin, un discreto escritor que en 1887 publicó Han cortado los laureles, novela construida con esta novedosa técnica tan influida por el psicoanálisis. No estoy seguro de que Dujardin fuera consciente de la importancia de lo que acababa de hacer, pero el propio Joyce, que llevó esta técnica a su cumbre, le ha reconocido la paternidad del invento:

Dujardin instala al lector, desde las primeras palabras, en el pensamiento del protagonista.

Nada más empezar la novela, vemos uno de esos típicos zigzags repentinos, propios del pensamiento desbocado. El protagonista camina imaginando la deliciosa velada que tiene preparada y de pronto:

Qué deliciosa velada me espera. ¿Por qué le han dado la vuelta a la alfombra en esta parte de la escalera?

dujardin-03Algo después nos topamos con una de las primeras ráfagas dubitativas, entrecortadas, electrificadas, típicas del monólogo interior. Hoy las damos por descontadas, pero cuando lo hizo Dujardin, resultaban muy llamativas:

El camarero. La mesa. Mi sombrero en el perchero. Nos quitamos los guantes; hay que dejarlos caer descuidadamente sobre la mesa, junto al plato; mejor en el bolsillo del abrigo; no, sobre la mesa; […] Mi abrigo en el perchero;  me siento; ¡uf!, qué harto estaba. Metería los guantes en el bolsillo del abrigo. Iluminado, dorado, rojo, con las gafas, ese destello; ¿qué? el café; el café donde estoy. ¡Bah!, estaba harto.

En determinados momentos, a Dujardin se le escapa el control de tan poderosa herramienta y nos depara escenas de baja calidad literaria. Otras veces, sin embargo, tiene el suficiente talento para demostrar sus grandes posibilidades, que otros iban a desplegar muy pronto en todo su esplendor. Los dejo con uno de esos pasajes donde ya se escucha a lo lejos la voz narradora del Ulises, que no iba a tardar en llegar. (La traducción de este fragmento es de Marta Cerezales Laforet):

…duerme; yo siento que me estoy durmiendo; se me cierran los ojos… aquí está su cuerpo, su pecho que sube y sube; y el tan suave perfume mezclado… la hermosa noche de abril… dentro de un rato pasearemos… el aire fresco… nos iremos… dentro de un rato… las dos velas… ahí… por los bulevares… “te amo más que a mis corderos”… te amo más… esa chica, ojos descarados, frágil, labios rojos… la habitación… la chimenea alta… la sala… mi padre… los tres sentados, mi padre, mi madre… yo… ¿por qué mi madre está pálida? Me mira… vamos a cenar, sí, en el bosquecillo… la criada… traiga la mesa… Lea… pone la mesa… mi padre… el portero… una carta… ¿una carta de ella?… gracias… una ondulación, un rumor, un amanecer… y ella, por siempre la única, la primera amada, Antonia… todo brilla… ¿se está riendo?… los faroles de gas se alinean hasta el infinito… ¡oh!… la noche… fría y helada, la noche…

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Palabras transparentes

9 diciembre, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 8 de diciembre de 2017.

Este artículo sobre el imposible Finnegans Wake no pretende aconsejarles que lo lean; ni siquiera defenderlo. Creo que, como al don Pedro Girón que ensalzaba Quevedo (Faltar pudo su patria al grande Osuna / mas no a su defensa sus hazañas…), le bastan sus propios méritos para cabalgar, mientras le ladra.

Es un libro que me hace feliz, y quería decirlo.

Publicado en Málaga Hoy el viernes 2 de junio de 2017.

Este 16 de junio de 2017 tendremos en Málaga, por primera vez, el Bloomsday: celebración de Joyce, de su gran novela Ulises y de su protagonista, Leopold Bloom. También honraremos a sus traductores. Todo de manera festica e informal; una gran fiesta de lectores.

La organizamos Juan Francisco Ferré (otro novelista) y yo, con el apoyo en retaguardia del escritor y columnista José Antonio Montano.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

BLOOM, EL ENTRAÑABLE

La proximidad del Bloomsday (el 16 de junio) me lleva a escribir, de nuevo, sobre Leo Bloom, protagonista de Ulises. En el episodio noveno leemos:

—Y tenemos, no es así, esas páginas inapreciables del Wilhelm Meister. Un gran poeta sobre un gran poeta hermano. Un alma vacilante alzándose en armas contra un mar de obstáculos, desgarrada por dudas discrepantes, como se ve en la vida misma.

La vida misma: esa es la materia que conforma esta novela grandiosa. La vida, claro, es la materia de la mayoría de las novelas, pero en ninguna aparece contada, moldeada y hasta amasada con una amalgama tan estupefaciente de profanidad y poesía y con un lenguaje tan protagonista. Su otro protagonista, el bueno de Bloom —Poldy para su mujer— a quien acompañamos durante un día por Dublín, es un hombre cualquiera que acaba por sernos entrañable, contra más de un pronóstico.

¡Ulises es tantas cosas a la vez! También un fastuoso juguete lingüístico, cosa que, al parecer, irrita a muchos, que se sienten estafados al toparse con un lenguaje a veces roto y siempre rompedor. (Es verdad que no resulta fácil reproducir en las traducciones el inmenso talento verbal de Joyce):

Doblechirriantemente análisis se coreomarchó. Calvo, el más cumplidor junto a la puerta prestó todos sus oídos a las palabras del ayudante: las oyó: y se fue.

En el inglés de Joyce:

Twicreakingly analysis he corantoed off. Bald, most zealous by the door he gave his large ear to all the attendant’s words: heard them: and was gone.

Las preocupaciones de Joyce, artísticas y universales, tienen anclajes locales. La necesidad de encontrar su propio espacio vital, artístico y cultural, frente al dominio inglés, que empezaba por la lengua, es uno de los grandes temas de la novela y produce cosas enjundiosas:

—Nuestros jóvenes bardos irlandeses […] aún tienen por crear una figura que el mundo instale al lado de Hamlet, del sajón Shakespeare aunque le admiro, como le admiró el viejo Ben, más acá de la idolatría.

—Todas esas cuestiones son puramente académicas, hadó Russell desde su sombre. Quiero decir, si Hamlet es Shakespeare o Jacobo I o Essex. Discusiones de clérigos […] El arte ha de revelarnos ideas, esencias espirituales sin forma. La cuestión suprema sobre una obra de arte es saber desde qué profundidad surge.

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James Joyce

Las profundidades de las que surge esta prodigiosa obra de arte son las del alma de Leo Bloom, un uomo qualunque (cualquiera de nosotros, sí) que pelea a diario por la vida, tiene aspiraciones nobles y apetitos brutos, come riñones de cerdo, ama a su mujer, lee el periódico mientras defeca, llora la muerte de su hijito, persigue con la vista a toscas Maritornes dublinesas de rebullentes jamones, acaba aceptando sus cuernos, se esfuerza por agradar y se masturba mirando en una playa los muslos entrevistos de una muchacha. He aquí —¿qué mejor forma de concluir?— su eyaculación:

Y entonces un cohete subió y explotó pum fogonazo cegador y ¡Oh! luego la carcasa reventó y fue como un suspiro de ¡Oh! y todo el mundo exclamó ¡Oh! ¡Oh! en éxtasis y derramó un chorro de finas hebras de lluvia de oro y se deshicieron y ¡ah! eran estrellas todas de un verdor de rocío que caían junto con doradas ¡Oh tan preciosas, Oh suaves, dulces, suaves!

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Publicado en Málaga Hoy el viernes 26 de mayo de 2017.

El gran poema del siglo XX: La tierra baldía, de T. S. Eliot.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

QUE NO SE ACABE NUNCA

Hay que leer el impresionante poema de T. S. Eliot, La tierra baldía (o asolada, como prefería Borges) para tener una comprensión cabal de la literatura del siglo XX. Cuatrocientos treinta y tres versos que no se olvidan.

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De este poema colosal se pueden decir muchas cosas: es una cima de la literatura modernista; rezuma simbolismo; explora nuestros clásicos grecolatinos y los traslada, con extraña crueldad, a nuestro tiempo. A mí me basta con decir que es un poema subyugante. ¿He dicho crueldad?

Abril es el mes más cruel, hace brotar

lilas de la tierra muerta, mezcla

recuerdos con deseos…

El propio Eliot da una clave fecunda cuando habla, en un ensayo sobre Joyce, del paralelismo entre la contemporaneidad y la antigüedad.

Como todo buen libro —y más aún si es de poesía—, la clave de su disfrute consiste en no leer para terminarlo, sino, justamente, en lo contrario: leer deseando con todas nuestras fuerzas que no se acabe nunca. ¿Quién quiere ver secarse un venero de gozo?

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Un jovencísimo T. S. Eliot

Así, iremos de asombro en asombro, haciendo posada en cada verso, sin pasar al siguiente antes de hacerlo nuestro, por ósmosis o por fagocitación, deteniéndonos ante cada imagen, cada evocación, cada alusión secreta y cada referencia velada (y la sonoridad, la sonoridad, si se lee el original). Si por ventura no caemos en la cuenta de que hay versos que aluden a Ovidio o a Dante o a Shakespeare o a Nerval, o que recogen canciones infantiles (London bridge is falling down) no pasa casi nada; la fuerza del poema seguirá intacta.

El invierno nos cobijó, cubriendo

la tierra de nieve olvidadiza…

Ese maravilloso forgetful snow fecunda nuestra imaginación, antes de proseguir.

De pronto surge un grito que concentra la amargura del poema:

…Oh hijo de hombre,

no lo puedes decir ni adivinar, pues sólo conoces

un puñado de imágenes rotas, donde bate el sol

y el árbol muerto no da refugio, ni consuela el grillo

ni brota el agua de la piedra seca…

Se prefigura un apocalipsis, y este célebre verso ahonda en lo ominoso:

I will show you fear in a handful of dust.

Su traducción habitual (Te mostraré el miedo en un puñado de polvo) pierde, ay, la rotundidad rítmica.  (Hay bastantes traducciones al español. Sean cuidadosos al elegir la suya).

En otro pasaje, sombríamente (y pensando en Baudelaire) escribe:

Ciudad irreal

bajo la niebla parda

de un amanecer de invierno…

Irreal y brumosamente mitológico es casi todo el poema, aunque sorprenda a veces con sus repentinos cambios de tono, como cuando oímos la estrambótica voz de la vidente Madame Sosostris o cuando se recrimina prosaicamente a una mujer, por no haberse arreglado los dientes para complacer a su marido.

Cuando llegué a estos versos:

En la hora violeta, la vespertina hora

que nos empuja hacia el hogar y que devuelve a casa, salvo, al marinero…

recordé el Requiem de R. L. Stevenson (Home is the sailor, home from the sea) y pensé en el aire oscuro de las tormentas en el mar, cuyo secreto Eliot desentraña al haber sabido verlo violeta, color, aquí, de gran tristeza.

El poema me atrae por estar hecho de versos contenidos, racionales, pero llenos de emoción. Para escribir así hay que tener una grandísima capacidad de concentración, casi de enfrascamiento. T. S. Eliot debió de ser un hombre capaz de oír crecer la hierba.

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