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Hada

13 marzo, 2017 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 3 de marzo de 2017.

Husmeando dentro de un poema de Emily Dickinson.

2017_03_10_Hada

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

HADAS

Cada cierto tiempo vuelvo a Emily Dickinson. No es un plan premeditado ni hay una nota en mi agenda. Es un inexplicable reloj interior, como un nuevo órgano que me ha crecido calladamente por la zona del bazo y que me avisa de que toca deshollinar el espíritu.

Supe de memoria algunos de sus poemas, en inglés, y aún recuerdo este, que traduje hace años:

Hay algo más quedo que el sueño

en la estancia interior.

Lleva una ramita sobre el pecho

mas no dice su nombre.

 

Hay quien lo toca, quien lo besa,

quien aprieta su imperturbable mano.

Tiene una gravedad sencilla

que no logro entender.

 

No lloraría yo, en su lugar,

¡qué descortés gemir!

Podría asustar a la apacible hada

y ahuyentarla a su bosque natal.

 

Los vecinos de buen corazón

hablan de «muertos prematuros»;

nosotros, dados a la perífrasis,

decimos que los Pájaros se han ido.

Recuerdo una charla con la leonesa Ana Palomo —doctora en letras, experta en gramáticas, perita en dulce— sobre estos versos que a los dos nos encandilan y en los que ella vio cosas que no veía yo.

Este poema nace de la muerte de un niño y de su velatorio en los penetrales de su casa (within this inner room). Pero eso no lo sabemos hasta el final, cuando los vecinos hablan de muertos prematuros. Al principio estamos ante lo innominado. Un algo calla su nombre. ¿Es ese algo el cuerpo inanimado o la muerte misma?

La segunda estrofa contiene una clave profunda del poema: la incapacidad de comprender la muerte. Los vecinos, confusos, tocan y besan.

En la tercera estrofa, la voz poética nos cuenta lo que pasa; pero además es parte de la escena y confiesa su turbación por no entender, tampoco ella, esa solemne sencillez; por eso recomienda silencio. Sólo el silencio estaría a la altura del misterio que tienen delante. Ese misterio cristaliza en el hada apacible. Pero el hada ¿no podría también ser el alma del difunto? La imagen del hada aletea por la estancia y el poema con una belleza que va mucho más allá de lo que nunca podré expresar. Might scare the quiet fairy / Back to her native wood!

¿Y si la voz poética fuera, en realidad, la de otro niño? Incapaz de comprender la muerte, riñe a los mayores, no vaya a ser que ahuyenten lo que verdaderamente importa: el hada. La tensión de la escena la resuelve el genio poético de Emily Dickinson con tres palabras que nos sacan de la turbada incomprensión: Birds have fled. Los pájaros echan a volar y casi oímos el batir de sus alas.

En Dickinson, antes que el lirismo está el pensamiento. Tal vez por eso fue siempre marginal. De ella hizo Harold Bloom un elogio por el que yo pagaría doblones de oro sobre lascas de lapislázuli para que se dijese de mí: Ningún lugar común sobrevive a sus apreciaciones.
Fue contemporánea y conterránea de Emerson y Thoreau y Hawthorne y Poe y Moby Dick y Walt Whitman y, según escribió ella misma en una carta:

Canto como lo hace el niño junto al cementerio: porque tengo miedo.

Nada cabe añadir.

Dickinson1

Emily Dickinson. Sublime.

 

El tiempo que no nos queda. El tiempo que la agobiante sociedad de la información nos roba, con alevosía, con iniquidad, cual Golfos apandadores provistos de Twitter. Piove: governo ladro. Hablábamos de eso el otro día y de cómo recuperar lo que nos roba. Hablábamos de leer, como una forma de retomar lo que es nuestro: ¡nuestro tiempo!

Hoy doy un paso más: un poema al día. Por lo menos. Incluso si la poesía aún no es lo vuestro. ¡Sobre todo si la poesía aún no es lo vuestro! Haceos ese regalo. Hacedme caso. No tarda en convertirse en una droga bienhechora, en una compañera de por vida, y nos hace mejores (lo que dábamos por imposible, por incorregibles. La poesía ―la buena― nos demuestra que no lo éramos. ¡Se aceptan apuestas!).

Asomarse a la poesía de Emily Dickinson (1830-1886) da vértigo. Sus versos, retadores, reclaman un lector audaz, capaz de enrolarse en una travesía insegura a la búsqueda de sentidos. La lengua de Dickinson no se ajusta a los mapas conocidos, aunque tampoco ofrece un juego de acertijos, sino un camino de descubrimientos (¿idiolectales?) que recorremos inseguros, obscuri, sub sola nocte per umbram.  (¿Acaso creíais que os ibais a escapar sin el latinajo de rigor? Por cierto, nuestra autora leía La Eneida en latín).

Buena parte del desconcierto de esta poesía «que levanta físicamente la tapa de los sesos» (esa es la definición de la autora de lo que debe ser la poesía) procede de los mil contrastes que nos asaltan cuando intentamos reducirla a categorías. Así, se mezclan en ella imágenes muy familiares junto a otras extrañamente enigmáticas; la delicadeza del tono convive con una repentina contundencia (por no decir brutalidad) expresiva; lo sublime resbala a veces hacia lo irónico; el puritanismo en que fue educada la autora estalla en una rebeldía verbal libérrima y su natural discreción no soslaya la mareante ebriedad de su universo íntimo.

A Emily Dickinson habría que leerla entera, en bloque, como la gran montaña de granito que es. (Ya, pero… ¡es que no tengo tiempo! ¡Maldición!). Escoger un único poema es falsear esa peculiar densidad que sus poemas, exigentes, imponen en los lectores a la manera de un encantamiento. Con esta advertencia ―que parece contradecir mi receta de un poema al día―, me atrevo a traer aquí un poema breathtaking y a ofreceros mi propia traducción:

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