Archivos para 30 November, 1999

Artículo publicado en Jot Down sobre un interesante símil utilizado por Isabel García Adánez en su soberbia traducción de La montaña mágica. Su traducción de ese símil es arriesgada, pero fresca y brillante.
Thomas Mann

En la relectura de La montaña mágica, en la que ando maravillándome estos días, me he topado con una imagen de las que te echa el alto de inmediato, por su salvaje frescura y por su eficacia descriptiva. También me admiró su originalidad, que luego resultó no ser tal, sin que esto merme las cualidades señaladas.

Los sitúo:

Capítulo V, subcapítulo «Humaniora», (pg. 330 en la edición de Edhasa, 2005. Traducción de Isabel García Adánez).

Los lectores ya sabemos que Hans Castorp se ha enamorado trepidantemente de Clavdia Chauchat, una rusa que anuncia sus apariciones con estrepitosos portazos que irritan sobremanera a Hans (hasta que dejan de hacerlo, claro). Madame Chauchat, joven, pese a ser Madame, nos ha sido descrita fragmentariamente, a lo largo de muchas páginas, con una maestría narrativa sobresaliente, sobre todo por la estupenda gradación con la que nos van llegando esas noticias. Cuando se produce la escena de la que voy a ocuparme, de Clavdia Chauchat tenemos ya un largo rosario de datos y comentarios, que van entremezclando el retrato físico y el psicológico (o más pedantemente, la prosopografía y la etopeya. ¡Qué le vamos a hacer!). Sabemos, por ejemplo, que:

  • es maleducada;
  • de cabello rubio rojizo;
  • con manos no muy femeninas;
  • dedos cortos que no conocen la manicura;
  • de modales horribles y se deja caer en la silla como un fardo.

Pero también hemos venido a saber que:

Continuar leyendo…

Elogié por tuíter hace poco un interesante símil que se inventa Thomas Mann en La montaña mágica. Es este:

«En los muelles del puerto las imponentes grúas de vapor imitaban la tranquilidad, inteligencia y fuerza gigantesca de elefantes domesticados transportando toneladas de sacos, fardos, cajas, toneles…».

Una amable seguidora (o fologüeresa) me hizo algunas preguntas y me pidió algunas aclaraciones al respecto. Le respondo con gusto y gratitud.

En primer lugar reitero que estamos ante un símil, aunque se haya desviado de la estricta fórmula que nos enseñaron a algunos, según la cual un símil dice que A es como B. Mann no dice «las grúas son como elefantes», sino «las grúas imitan a los elefantes». Es verdad que los dos términos del símil quedan más alejados entre sí unirse con imitan en vez de mediante son como, pues en este último caso vemos que las naturalezas de ambas cosas están muy cerca por su propia constitución, es decir, que siempre están muy cerca, mientras que la imitación puede indicar sólo una aproximación temporal y dependiente de la voluntad del imitador, no de su propia constitución o esencia. Pero esta diferencia, aunque no sea baladí, no impide afirmar que estamos, en efecto, ante un símil.

Continuar leyendo…