Archivos para julio 2017

59

30 julio, 2017 — Deja un comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 7 de julio de 2017.

Despedida de esta columna hasta el próximo octubre. Disfruten del verano, si les dejan.

2017_07_07_59

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto: 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

59

Texto sentido número cincuenta y nueve; quincuagésimo nono. Pero el verano trae sus propios planes. Será apretado en quehaceres y placeres y, sobre todo, he de ponerme a escribir de nuevo (porque esto es más bien redactar), tras un paréntesis largo y lacerante. Ojalá quieran disculpar esta inelegante zambullida en lo personal, hoy quizás justificada.

Este faldón literario hará un alto en su gozoso itinerario, con la venia del director de tan hospitalario periódico y el propósito de regresar en octubre.

En mi libreta tengo anotados muchos asuntos e ideas que iban a dar lugar a los próximos artículos. Se me ocurre que puede estar bien consignar algunos de ellos, un poco al tuntún, como despedida de esta primera temporada y sin otra ilación que el entusiasmo lector del que son hijos.

Hay un precioso haiku de Inembô, discípulo del gran Bashô, que evoca intimidad y buen tiempo:

Puertecita enrejada

Flores en la maceta

Cabaña de paz

Recogimiento.

No lejos de aquellas tierras, pero mucho tiempo antes, en la China del siglo III a.C., Zhang Hua anotaba en su Relación de las cosas del mundo que:

En el mar viven también, pero debajo del agua, los hombres jiao. Son semejantes a peces; tejen cantando bajo el agua y del interior de sus ojos salen perlas.

En Los demonios, el austriaco Heimito von Doderer hace una casi sarcástica observación que parece ir derechita contra los literatos amantes de revestir los paisajes con emociones humanas, algo que el crítico Ruskin llamó, con gracejo y mala uva, falacia patética:

El paisaje guardaba un silencio distinguido, exactamente igual que todos los paisajes. No responden a las preguntas que se les formulan. Ocurre como cuando un balón rebota contra la pared.

La guasa de von Doderer: emplear la misma maniobra contra la que arremete.

Está de moda —son tiempos post— hablar de la política de emociones y la democracia sentimental, como la llama Arias Maldonado. Dostoievski, en El Idiota, ya nos ponía en guardia ante los deseos como fuente de derechos:

…se considera simplemente un derecho, si se desea algo con ansia, no detenerse ante ningún obstáculo, aunque haya que cortarle el resuello a ocho personas.

Ahora inquietémonos. El suizo Jacques Chessex escribió en 2007 una novela inspirada en hechos realmente acaecidos. Se titula El vampiro de Ropraz y la compré, sin referencias previas, porque me gustó el diseño de su sanguínea cubierta y sus primeras líneas, que siempre leo antes de comprar un libro. He aquí unos mordiscos de su prosa tensa y colmilluda:

Mientras tanto corre el vampiro de Ropraz, corre el primo lejano de Drakul y tan parecido a él, maestro lunar de las escarpaduras de Valaquia y de Transilvania desolada de crímenes. […]

Tantas vírgenes jóvenes duermen su sueño de lis en tantos lechos vertiginosamente tibios. […]

A falta de víctima humana, perfora a las vacas y a las terneras a la espera de que otras muchachas muertas vuelvan a ponerse a tiro. O vivas, ¿por qué no? Gacelitas muy dulces y cálidas, en su sueño inocente de colegialas, catecúmenas o jóvenes madres sobre las que arrastrarse y frotar su hocico inmundo.

And that’s all, folks. Si nada se tuerce y ustedes me hacen la merced, seguiremos hablando de lecturas y textos después del verano. Lectoramente suyo,

Sanz Irles.

el_golem_gustav_meyrinkA principios del siglo XX Alemania es una marmita intelectual en la que hierven ideas a borbotones. A los románticos alemanes (los verdaderos románticos, por otra parte) se les había ido la mano, pensaron muchos, y para poner orden llegaron los realistas con su antídoto. Luego también estos empezaron a ser tenidos por insuficientes y romos, y llegó el expresionismo, que arremetió con furia contra románticos y realistas a la vez, haciendo esfuerzos titánicos por echarlos del pueblo o, al menos, reventarles las costuras y hasta el orgullo. De todos estos fragores, algunos reductos fantásticos pudieron sobrevivir agazapados aquí y allá, como en el caso de Gustav Meyrink (Austria, 1886-1932).

El atractivo de su novela El Golem está en su hábil mezcolanza de un estilo ágil, con dosis de visión poética, misterio, mito, personajes que cautivan, a la vez que repelen y, dulcis in fundo, un erotismo maravillosamente medido y salpimentado,una procacidad muy literaria. Sepamos ya algo de la salaz Rosina:

…al llegar a mi puerta vi que se trataba de Rosina, la hija del buhonero […] una pelirroja de catorce años.

Debí rozarla al pasar, y ella se echó hacia atrás voluptuosamente, la espalda arqueada contra la baranda de la escalera. […]

Mi corazón se agitaba ante la vista de esa sonrisa desvergonzada. […]

Sus pestañas de pelirroja me dan asco, como las de los conejos.

Continuar leyendo…

Una carretilla

3 julio, 2017 — Deja un comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 30 de junio de 2017.

Un hipnótico poema, con alma de haiku, de William Carlos Williams.

2017_06_30

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto: 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

UNA CARRETILLA

La carretilla roja, de William Carlos Williams, es un puntal de lo que se llamó poesía imaginista, origen del modernismo poético.

 

The Redwheelbarrow 2

Del imaginismo se pregona que suprime todo enfoque personal del poeta, para subrayar los objetos en los que se fija. Lo segundo es cierto; lo primero no tanto. ¿Quién elige fijarse en la carretilla y no en otro utensilio? ¿Quién lo ve bajo la lluvia y no al sol? ¿Quién, donde las gallinas y no en el establo? ¿Cómo no van a ser esas elecciones un enfoque personal del autor? Digamos que la presencia del poeta es pretextual y centrémonos en el texto (y en el lector), como tiene por costumbre este faldón. Dejemos a otros el griterío del contexto.

Hay docenas de traducciones de este maravilloso poema que, al aislar un objeto y presentárnoslo con una trabajada sencillez, parece buscar el haiku.

El punto más delicado es ese glazed with rain water. Es un error traducirlo, como hacen algunos, por mojada. Ya sabemos que la lluvia moja las cosas y si el poeta no hubiese querido ir más allá de lo obvio, habría escrito wet o damp y santas pascuas.

Yo he visto carretillas, nuevas o herrumbrosas, cambiar su aspecto bajo la lluvia. El agua, al deslizarse lentamente por sobre ellas, frenada por la fricción, las reviste de una capa transparente, alisando por completo la superficie, aunque con un pequeño grado de turbiedad; algo nacarino. No me gustan lustrada ni bruñida, pues ambas requieren una acción decidida, un esfuerzo, un frotamiento vigoroso, que nada tienen que ver con la mansa acción de la lluvia.

Satinada es una cualidad que se consigue tratando una superficie, pero tampoco recoge la idea de una capa externa y distinta de lo que cubre, como el almíbar cubre un pastel. Por eso me quedo con barnizada: convoca mejor lo que me sugiere la imagen inventada por el poeta y no traiciona por completo el original.

También he preferido entre las gallinas, en lugar del habitual junto a, para reflejar mejor lo que ha de ser una tierna escena caótica, de desorden, de revuelo en la granja, que la voz poética contempla. Ese revuelo, por cierto, lo realizan mejor las alborotadoras gallinas que los piantes polluelos que eligen casi todos los traductores.

Pero dejemos las tecniquerías tiquismicosas de la traducción. Lo maravilloso es cómo nos contagiamos los lectores de la fuerza evocadora de estos sencillos versos. Sin duda, esa carretilla fue vista mil veces, pero ese día de lluvia, esas gallinas gritonas, ese rojo casi infantil… todo eso junto rompió el dique de los recuerdos, que cayeron en tromba sobre el protagonista del poema y ahora sobre nosotros. La carretilla roja es como las moscas de Machado:

vosotras, moscas vulgares

me evocáis todas las cosas.

La carretilla es amada apasionadamente por los niños, que reíamos llenos de júbilo cuando un mayor nos metía a varios en una y nos paseaba alocadamente por el camino. Así de gozosa, aunque nostálgica, nos la devuelve el poeta. Hay que leer este poema las veces que sea menester, hasta oír el fino tamborileo de la lluvia sobre la yerba, interrumpido de tanto en tanto por el contrapunto de un grueso goterón que cae de un alero; hay que leer hasta ver el perfecto velo de agua sobre el metal encarnado y oler la tierra mojada.

Tras leer este poema, nadie puede ver una carretilla sin recordarlo. Ya lo verán.

William_Carlos_Williams_passport_photograph_1921william-carlos-williams

 

 

 

 

 

 

 

Dos fotografías del poeta