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Procaces albornoces

25 octubre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 21 de octubre de 2016.

Es muy centroeuropea y muy especial y muy morbosa y muy médica y muy burguesa y muy nostálgica y muy sensual. Es la novela de balneario.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

PROCACES ALBORNOCES

Los lugares de veraneo y su extensión morbosa, los sanatorios de aguas salutíferas, tienen su propio subgénero: la novela de balneario. La dama del perrito (Chejov), El jugador (Dostoievski), Verano en Baden-Baden (Tsypkin) y, claro, Thomas Mann, que con La montaña mágica y La muerte en Venecia es el rey del mambo del subgénero. Hors catégorie, Proust. De las nuestras recuerdo Un viaje de novios (naturalismo pacato), de Pardo Bazán, y Pabellón de reposo, de Cela, que no son gran cosa.

Mihail Sebastian fue un escritor rumano y judío que admiro. Vivió en un Bucarest convulso y compartió veladas y amistad —luego truncada— con Cioran (pronúnciese Chorán) y con Mircea (pronúnciese Mircha) Eliade. Su Diario de los años fascistas es atronador y debe leerse. En 1933 escribió Mujeres. La he vuelto a hojear y advierto que la primera de sus cuatro historias pertenece al subgénero.

Las relecturas permiten mayor atención a los detalles y he disfrutado con las piruetas de la novela, que salta de la metafísica irónica:

Y si, por casualidad, la eternidad tuviera el sabor de esta sobremesa

a la psicología galante:

—No cabe duda, señora Bonneau: es muy hermosa.

—No, querido amigo. Solo muy serena.

Los balnearios propician amoríos ilícitos. No debe haber novela de balneario sin un adulterio, soñado o consumado, entre caldas u hontanares, playas desiertas o terrazas donde vortiginosos albornoces nos asoman a turbadoras desnudeces tísicas. También hay esputos.

Renée Rey tiene un cuerpo feo, manos muy delicadas […] piernas asustadizas […] y los ojos sombríos.

—Renée, eres la mujer más desnuda del mundo.

[…] estar desnudo no significa estar sin ropa. Hay mujeres desnudas y mujeres sin ropa.

Adulterio es igual a triángulo escaleno, pues los lados son desiguales. (¿Hay una geometría euclidiana de esto? ¿Adulterios obtusángulos y el coseno de los cuernos?). Veamos cómo nace el polígono. El marido les pide que posen para una foto y el galán sondea:

—Si hay que hacer una escena de película —susurra Valeriu—, yo preferiría, señora, una de amor.

Ha hecho el comentario como de pasada […] para poder convertirlo fácilmente en una broma si es necesario.

Renée sonríe como por casualidad y no responde nada.

No responde, pero los lectores vemos ya asomar dos bultos en las sienes del inminente cornalón.

Mihail Sebastian engasta los matices, como en esta descripción (en la que anida la voz de Simenon):

Las ventanas del hall están abiertas, dentro se oyen voces familiares. Se ve, al trasluz, el humo azulado del tabaco […] los reflejos del lago a lo lejos tienen algo de fijo, de dominante.

A la suave ondulación del humo se contrapone la quietud —que columbramos también azulada— de las aguas y emerge un hipnótico equilibrio sobre el que flotan voces.

Como se lee en la cautivadora La ciudad de las acacias, Mihail Sebastian ve a las mujeres con intensa hondura masculina, o sea, con ternura recelosa. En la primera historia de Mujeres se aprovecha de algunas características del subgénero para tener ya hecho el marco de la historia y concentrarse así en sus penetrales. Lo hace de maravilla.

Fred Vargas1

Fred Vargas, aunque no lo parezca

 

Novela negra, novela policiaca, novela de detectives, novela de intriga… En la última década, el mercado editorial parece haber descubierto un filón inagotable (¡y cómo se agotan de rápido esos filones!) que yo sólo puedo contemplar con cierto escepticismo escasamente fundamentado porque, lo confieso, no soy ni creyente ni practicante habitual del género. Algo tendrá el agua de los glaciares narrativos escandinavos cuando la bendicen, pero las modas y los oportunismos editoriales (y mis propias querencias, cada vez más obsesivas y, por lo tanto, más exclusivas o excluyentes) me frenan la curiosidad. Tal vez también nutra mi escepticismo el haber vivido largos años en el norte de Europa; uno ya está curado de ciertos espejismos. Dejemos pasar unos años a ver qué sobrevive de esa nueva invasión vikinga (¿de verdad llevaban cuernos en los cascos?), años que yo voy dedicando mientras tanto a mis lecturas, ajenas a la actualidad de los suplementos literarios. (Mi agente me lo tiene dicho: «Con esa actitud no llegarás lejos en esto»).

Es sábado, qué diantre, así que me será permitida, digo yo, un poco de sociopolítica de andar por casa. Allá va: los estados del estado del bienestar se pueden permitir el lujo de un cómodo (por poco amenazante) malestar social, de la denuncia lúdica de la corrupción y la maldad a pequeña escala. Únase a esto la comodidad del bienestar interiorizada por el lector: nada más “entretenido” que un puzle con su intriga, su policía, su nudo y su desenlace… Una lectura, sí, fácil, golosa, sin riesgos. Lo que no quiere decir que el género en sí sea incompatible con la calidad literaria. Y como nada hay más excitante para un conversador que ese giro por donde asoma la contradicción, propongo algunos nombres de este género que me interesan y recomiendo, aunque maldita falta que les hacen a los recomendados mis recomendaciones.

John le Carré

El primero es John le Carré, cuyas obras me han acompañado a trompicones, sin grandes fidelidades, en las últimas décadas. Es la suya una escritura de gentleman, distante, impecable y exigente. No hay concesiones al lector, al que se le supone un conocimiento solvente de la historia que transcurre cotidianamente bajo nuestros ojos por los periódicos. De Le Carré me ha interesado siempre lo borroso de las tramas, esos enredos trufados de suposiciones, de datos no concretados, como si los personajes de sus obras vivieran en mundos o realidades que nunca nos son plenamente accesibles. ¿Es esto una metáfora del alma del otro o una constatación realista de nuestra ignorancia sobre los verdaderos entresijos donde se cuecen las noticias de la prensa? Probablemente, las dos cosas al mismo tiempo.

El segundo nombre es de mujer, aunque no lo parezca: Fred Vargas (seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau). A Fred Vargas se la ama o se la malinterpreta. Quienes vayan buscando en sus novelas las consabidas dosis de truculencia realista se toparán con un muro insalvable: su humor y la extravagancia «irreal» de sus tramas y caracteres. Gente seria, absténganse. En los artefactos detectivescos de Fred Vargas la intriga está al servicio de otros amos, lo que puede irritar a los más puristas. Bajo el histrionismo de sus personajes y los recovecos de la acción, Vargas practica un retorcido psicologismo de empatías donde encaja a la perfección la comicidad.

Digresión: Se me ocurre ahora que esta comicidad, que tiene buen pedigrí entre sus compatriotas (empezando por Montaigne), pudiera ser en el Juicio Final la base de la defensa de ese crimen tan genuinamente francés: el engolamiento.

Georges Simenon

Y luego, claro, queda el más grande de todo ellos: Georges Simenon (¡No sin mi pipa!). Es tan grande que hasta me cuesta meterlo en el cajón de este género,pues, como tengo dicho no sé dónde, para mí Simenon es, ante todo, un soberbio escritor metafísico.

Tengo sus obras completas en mis estanterías: son 27 volúmenes en fino papel misal, unas 35 mil páginas; un Lope de Vega moderno, vaya. La mera presencia de sus libros ahí, a mi disposición, me colma de tranquilidad: siempre habrá algo bueno que echarse al coleto cuando lleguen esos domingos tediosos, ese regreso aturdido de un viaje, ese hartazgo de otros temas y otros «géneros», y Simenon no defrauda.

Otro belga, como Hergé, al que estarle agradecido.

 

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«Mi» Simenon.

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Mi biblioteca (ala sur).