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Colorín colorado

26 diciembre, 2016 — 1 Comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 23 de diciembre de 2016.

«¡Menudo cuentista!», decimos de quien se muestra prolijo en explicaciones e innecesariamente palabrero. Decimos mal. Antes habría que tildarlos de novelistas. El cuento, justamente, es economía, rumbo firme y derecho, poda de lo prescindible.

Así lo demuestra Hans Christian Andersen en una pequeña joya, El Abeto, que comento hoy.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

COLORÍN COLORADO

Andersen fue un danés muy alto que tiene una estatua en Málaga y que escribía cuentos.

Es el género de la difícil brevedad. Mientras la novela se bifurca y rebifurca, el cuento marcha derechito hacia su predestinado final, sin tiempo de enredarse. En seis páginas, El abeto nos presenta la historia de un arbolito quejicoso que anhelaba otro destino. Le fue concedido.

…el pequeño abeto estaba muy ansioso por crecer […] este abeto que nunca estaba satisfecho y que estaba siempre queriendo marcharse.

Como muchos cuentos, El abeto se articula mediante una conocida figura retórica: la prosopopeya, o sea, atribuir cualidades humanas a lo no humano. Oiremos hablar a pinos, abetos y abedules, a liebres, golondrinas y cigüeñas, a los rayos del sol, al viento, al rocío, a unos ratoncitos y a la doliente corteza de los árboles. Así soñaba nuestro ingenuo abeto, cuando era tierno y ansiaba crecer:

Los pájaros construirían nidos entre mis ramas y cuando soplara el viento me inclinaría aristocráticamente…

El arbolillo no sabía (porque John Lennon aún no lo había dicho) que la vida es eso que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes. El despliegue de la trama es admirable por su sencillez y, aunque resabiados como somos, adivinemos adónde irá a parar todo, leemos la historia con ese arrobo que, por unos momentos, nos hace mejores de lo que somos.

A su manera, Andersen se sale de la estructura de muchos cuentos folklóricos (étnicos, en jerga hodierna). Si la prosopopeya lo engarza con la tradición, la ausencia de un villano lo singulariza. Aquí no hay un malvado que cause la desdicha del protagonista; esta llega por su propia candidez.

Andersen conoce la importancia de los detalles; así, mientras que los abetos grandes caían con estruendo y crujidos al ser talados, nuestro protagonista:

…cayó con un suspiro sobre la tierra,…

Caer con el suspiro de la inocencia nos dice más del arbolillo que un tratado de botánica.

Andersen sabe exhibir una maestría a lo Flaubert, como en esta descripción de un hogar navideño, lograda mediante una mimada enumeración:

…llevaron al abeto a una sala grande y bonita. Por las paredes colgaban retratos y en la gran chimenea de azulejos había grandes jarrones chinos con leones en las asas. Había mecedoras, sofás de seda, grandes mesas llenas de libros ilustrados y de juguetes que valían muchos táleros…

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H. C. Andersen en Málaga

 

Con una prosa casi pictórica y unos pocos elementos, Andersen nos hace ver la sala y comprenderla, a ella y a sus dueños.

Cuando empiezan a decorarlo —cien velitas rojas azules y blancas quedaron sujetas en las ramas, parecían vivas como personas—, nuestro inquieto abetito se pone nervioso, excitado, y Andersen nos lo transmite con esta portentosa imagen:

…la corteza le dolía de pura ansia, y el dolor de corteza es tan malo para un árbol como el dolor de cabeza para nosotros.

El final no nos sorprende, pero eso nada estropea: terminadas las fiestas, el hacha lo convirtió en leña.

Antes que te derribe, olmo del Duero // con su hacha el leñador […] antes que rojo en el hogar, mañana // ardas de alguna mísera caseta…

…recelaba Machado. Y cuando ya el abetito ardía debajo del caldero:

Suspiró profundamente […] Y el árbol se quemó por completo. Ahora se había acabado todo, y el árbol se había acabado, y también el cuento.

Felices los que pueden elegir en qué hoguera crepitar por última vez.

 

EIL

2 octubre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 30 de septiembre de 2016.

Elegir quién cuenta una historia es una de las primerísimas tareas del escritor. Una vez elegido el narrador o los narradores, hay que decidir de qué manera la cuentan.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

EIL

Así empieza El violín de Rothschild, de Chejov. (La numeración es mía):

(1) Érase un pequeño pueblo, menos que una aldea, habitado mayormente por viejos; (2) estos se morían tan de tarde en tarde que resultaba un verdadero fastidio. (3) El hospital y la cárcel necesitaban muy pocos ataúdes. (4) En una palabra: el negocio iba mal.

El cuento es tan rico como breve. Un viejo carpintero odia a los judíos, toca el violín y vive lamentando sus pérdidas económicas —después intuiremos que son también de otra especie—. Al morir su mujer recupera el recuerdo de una hijita muerta que había apartado de su memoria para protegerse del dolor. Antes de morir él regala su violín a un flautista judío. Entre esa escueta osamenta de sucesos, todo lo demás.

Estoy con Amos Oz: lo asombroso del cuento es su milimétrico equilibrio entre lo ridículo y lo desgarrador. Si lo leen, lo verán enseguida.

Este llamativo comienzo es interesante por representar una forma extrema del llamado estilo indirecto libre (EIL). En esta manera de contar historias, el narrador se zambulle dentro del personaje y usurpa su voz. Otra forma de verlo es al revés: más que ser poseído, el personaje se rebela y destierra al narrador tradicional. Pero esa distinción entre voces (focalizaciones, si nos ponemos estupendos) no es siempre evidente; no siempre hay certeza de quién habla; la voz que cuenta la historia va y viene de uno a otro; hay pelea entre narradores, un quítate tú para ponerme yo.

He dividido el párrafo en cuatro partes. En la primera habla un narrador externo. En la segunda y la cuarta oímos al viejo cascarrabias quejándose de su suerte; esas valoraciones de lo contado —un verdadero fastidio y el negocio iba mal— nos chivan el cambio de voz. En la tercera parte podemos oír a quien nos dé la gana. Los vaivenes entre narrador y personaje se producen sin previo aviso.

Flaubert nos da un ejemplo más claro de este recurso en Madame Bovary. Las partes en naranja son la voz de la protagonista:

Dejó la música. ¿Para qué tocar? ¿Quién iba a escucharla? Ya que nunca iba a poder dar un concierto en un piano de Erard vestida con un traje de terciopelo con manga corta dejando correr los dedos ligeros sobre las teclas de marfil […] no valía la pena molestarse en estudiar. Metió en el armario las carpetas de dibujo y su labor de tapicería. ¿Para qué? ¿A santo de qué? La costura la ponía nerviosa.

Las minúsculas podrían ser la voz de un narrador externo, pero impregnada del personaje, que parece articular sus pensamientos. Oímos a uno, a otro y hasta a los dos a la vez de manera maravillosamente difusa. La narración flota, fluctúa, es todo menos plana y lineal. Andamos cerca del monólogo interior y del flujo de conciencia. Otras técnicas, otro asunto.

El estilo indirecto libre nos recuerda que un novelista trabaja, al menos, con tres lenguajes: el suyo, el de los personajes y el del mundo, que prefigura la historia antes de ser escrita. El buen novelista hace con ellos juegos malabares, sin que ninguno se le caiga.

Pagafantas del XVIII

19 agosto, 2016 — 2 comentarios
Publicado en Málaga Hoy el viernes 19 de agosto de 2016.

Último de esta pequeña serie que ha tenido en Goethe su eje principal. Hoy, un par de consideraciones sobre cuáles pueden ser las miradas de los lectores y cuáles son sus facultades, y unas breves anotaciones a la naturaleza del narrador.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

PAGAFANTAS DEL XVIII

Madame Bovary se abre con un nosotros narrador: Estábamos en la hora del estudio… Alguien habla desde dentro de la escena, pero no es el protagonista, sino una voz anónima que cuenta lo que vio. Técnicamente es un narrador intradiegético-heterodiegético (¡sí, lo sé, qué le vamos a hacer!). Lo notable de él es que usa la primera persona del plural, como si hubiera un narrador colectivo.

Si tiro por aquí es porque me ha llamado la atención la estrategia narrativa de Goethe en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. Me refiero, precisamente, al uso de un nosotros-narrador.

¿… quién sería capaz de expresar la alegría de dos amantes? […] nosotros también nos marchamos…

Y poco después: Ya es hora de que vayamos conociendo mejor a los padres de nuestros amigos…

¿Quiénes son nosotros? El que narra lo hace desde fuera de la historia; es omnisciente y, como tal, lo sabe todo de sus personajes; más que ellos mismos (la formulita narratológica es N>P).

**Digresión: Es el XVIII. La retórica clásica perdura. En ese ¿Quién se atrevería a describir…? reconocemos el archisabido tópico No encuentro palabras. Recordemos a Jorge de Montemayor:

Decir yo agora la vida que pasaba en su ausencia […] no sé si podré…

o los dos fabulosos versos del Orlando furioso de Ariosto, que casi supe de memoria:

 Chi mi darà la voce e le parole                                                                                                       convenienti a sì nobil suggetto…

Fin de la digresión.**

Ese nosotros de Goethe, a diferencia del de Flaubert/Bovary, se llama plural de modestia. Pura convención. Sin embargo, cuando leí esos pasajes fui presa de una súbita euforia porque, sin saber cómo, Goethe logra que su nosotros nos involucre. Más que de modestia, es de complicidad.

Como por ensalmo me sentí compinchado con ese narrador que acota las andanzas del joven Guillermo. Goethe nos secuestra de nuestro lugar de lectores y nos lleva con nosotros, o sea, con él, o sea, con su cuentacuentos, para que observemos juntos a Wilhelm Meister. Así, más que leer, vemos y contamos cómo

…dejó transcurrir las noches en el disfrute íntimo de su amor y dejó transcurrir los días a la espera de horas felices.

Y nos es dado oír en primera fila diálogos casi cervantinos:

—No encuentro que haya nada más útil en el mundo que sacar ventaja de las tonterías que hacen otros.

—Me pregunto si no sería un placer más noble salvar a los hombres de sus estupideces.

Y escuchamos a la vieja Bárbara enseñarle a Mariana cómo tener dos amantes:

Si amas a uno, que el otro pague; todo depende de lo hábiles que seamos para conservar a los dos.

¡Oh, las novelas de formación! ¡Ah, los cornamentados  pagafantas del dieciocho!

Estrambote: La sensación de ser un lector secuestrado ha sido un fugaz espejismo. Al empezar el Libro segundo, Goethe deshace el hechizo con un seco

Por eso no queremos detallar a nuestros lectores…

que nos pone de nuevo en nuestro sitio. Pero fue bonito mientras duró.

Adúlteras (2)

9 abril, 2014 — 2 comentarios

 

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En estos últimos dos meses me he leído, casi del tirón, tres novelas emblemáticas del siglo XIX ―de todos los tiempos, en verdad―, cuyo tema central es el adulterio o, por ser más preciso, la mujer adúltera. Ya había leído las tres hacía tiempo, en distintas épocas de la vida, pero leyéndolas seguidas parecen iluminarse con otra luz, esa con la que se escudriñan entre sí y que revela en cada una rincones que habían quedado en la sombra. Me refiero, claro, a Anna Karénina (Tolstói), Madame Bovary (Flaubert) y La Regenta (Clarín).

Tal vez habría debido volver a leer también Os Maias, del portugués Eça de Queiroz, que ofrece un retrato de la sociedad lisboeta de su tiempo hecho con una mirada similar a la que Clarín le echa a su celebérrima Vetusta (más que mirada, un mal de ojo, la verdad), pero no lo he hecho. Pelillos a la mar.

Me centraré más en nuestra Regenta, por ser la que he leído en último lugar, y desde ella haré algunas breves incursiones en las otras dos.

Como todas las novelas grandes, La Regenta es muchas cosas a la vez y yo voy a sostener que, antes que una novela costumbrista o filonaturalista o sociomoralizante o psicológica, es una novela humorística. No hay desdoro en este juicio. El humor, desde el que esboza la sonrisa cómplice al que provoca la carcajada hilarante, la atraviesa, incansable, de principio a fin, como un venero vivificador. Y ese humor, tan dinámico, a veces tan corrosivo, casi siempre tan inteligente, es uno de los elementos decisivos para hacer de esta una magnífica novela.

Yo había leído (mal) La Regenta cuando me acercaba a los catorce años, a hurtadillas, escondiéndome de mi madre, que la reputaba una lectura peligrosa para un joven flaco y nervioso. Tan mal debí leerla que esta vez ha sido como hacerlo por primera vez. Mis sonrisas, mis exclamaciones de hilaridad y mis carcajadas desacomplejadas han estado inundando la casa estos últimos días, pero impregnadas todas ellas, aun sin tener siempre conciencia de ello, de la herrumbre que va dejando tan ácida descripción de la mediocridad.

La combinación del humor con una descomunal galería de personajes estrambóticos e inolvidables, hacen de esta novela un page turner de primer orden. ¡Qué personajes!  ¡Y qué nombres! Frígilis, la jamona Obdulia Fandiño, Fortunato Camoirán, Carrapique, Cayetano Ripamilán… Ante semejante parada de freaks de provincias, los personajes principales casi palidecen de mediocridad. ¿Qué han de poder la propia Ana Ozores, el clérigo Fermín de Pas o el burlador Álvaro Mesía ante nombres como el del ateo oficial de Vestusta, Pompeyo Guimarán, el indiano Don Frutos Redondo, la marimacho Petronila Rianzares, alias el Gran Constantino, o el bardo local, Trifón Cármenes?

Cumpliendo mi maligno propósito de comparar las tres obras, lo primero que puede consignarse es el diferente grado de protagonismo que tienen nuestras tres adúlteras en cada una de ellas: Continuar leyendo…

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Alexander Herzen

Mi comentario anterior iba de adúlteras. Las lecturas de Anna Karénina y Madame Bovary me han hecho recordar las impresionantes páginas que leí, hace años, en las  memorias de Alexander Herzen (ruso, a pesar de su nombre) que se titulan, en inglés, My past and thoughts. Son unos cuantos volúmenes y en uno de ellos, que fue el primero que abrí, al azar, cuando me compré la obra, me di de bruces con una extraordinaria narración de su dolorosa cornificación, de cómo y por qué (pero en esto último, ¡ay y mil veces ay!, se engañaba a sí mismo) su amada esposa se lio con un poetastro (creo recordar) y lo coronó, no de espinas, sino de astas.

La narración -un largo mugido literario, como preso de un extraño síndrome de Estocolmo- que hace Herzen me tuvo en vela toda la noche, sin poder dejar la lectura hasta que la terminé. Voy a releerla estos próximos días y espero dar más cumplida cuenta de ella. Creo que interesará a muchos.