Archivos para biblioteca

Publicado en Málaga Hoy el viernes 23 de febrero de 2018.

El maridaje de las letras y los números; la biblioteca personal.

2018_02_23_NUmerología de una biblioteca

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

NUMEROLOGÍA DE UNA BIBLIOTECA

Hace tres años me entretuve en jugar a la aritmética con mi biblioteca, y di cuenta de ello en el artículo Los números de una biblioteca, que publiqué en mi blog.

En 2015 mi biblioteca, puesta en línea, medía 71 metros, sobre los que se extendían 2748 libros, lo que significa que cada libro ocupa 2.5 cm, si aceptamos los promedios. Hoy tengo 2982 libros —sin contar los e-books—, es decir que en estos 35 meses he añadido 234, lo que sale a 7 libros nuevos al mes. En términos longitudinales, mi biblioteca ha crecido casi 6 m, o sea que ahora mide 77.

Setenta y siete es la suma de los 8 primeros números primos, es decir, de 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19. Este hecho prodigioso debe significar algo y me afanaré en averiguar qué.

Las mayores longitudes las ocupan, claro está, mis autores favoritos. Conrad se estira a lo largo de 95 cm. Casi un metro de Conrad es, de hecho, todo Conrad. Tolstoi mide 91. Dostoievski, por su parte, ocupa 56 cm, y aquí surge otra maravilla matemática y casi esotérica: en mi biblioteca Tolstoi y Dostoievski están en una proporción áurea, que se da cuando dos números a y b cumplen la ecuación que se ve en la imagen; siendo Tolstoi a y Dostoievski b, la ecuación casi se cumple. Euclides lo formuló así: Se dice que una recta ha sido cortada en extrema y media razón cuando la recta entera es al segmento mayor como el segmento mayor es al segmento menor.

Es maravilloso que estos dos autores sagrados, que se reparten las filias literarias como si fueran los Joselito y Belmonte o los Beatles y los Rolling Stones de la literatura, guarden en mi biblioteca una divina proporción, que así se llama también la razón áurea. Esa proporción refleja con prodigiosa exactitud mi preferencia: me gusta Dostoievski, pero Tolstoi me gusta áureamente más.

El gran Simenon ocupa 84 cm y me parece justo: 84 es el número atómico del polonio, elemento químico que causó la misteriosa muerte del espía ruso Litvinenko. Intriga, espías, venenos y tal vez unas patatas fritas en Bruselas.

Tengo 70 cm de Joyce, gran parte de ellos ocupados por Ulises, con 2 ediciones inglesas y 7 traducciones a distintas lenguas. Proust ocupa 67 cm, Balzac 70, Jünger 43 y el húngaro Marai 21.

Por lenguas, en español acopio 40 metros de libros, 16 en inglés y poco más de 5,5 en francés y otro tanto en italiano. Las demás lenguas en las que tengo libros están por debajo de los 2 metros.

numerología

Como conté en mi blog, al meterme a hurgar en los anaqueles para ir sacando estos y otros números, hallé muchas cosas olvidadas a lo largo de los años entre las páginas de los queridos libros. He aquí algunas:

  • La consabida hoja quebradiza de quién sabe qué árbol.
  • Mosquitos que fueron aplastados entre las dos pesadas mitades del libro y convertidos en asteriscos, según la hermosa y tétrica imagen del poeta antillano Derek Walcott: mosquitoes […] flattened to asterisks, en su asombroso Omeros.
  • Un billete de tren entre dos ciudades húngaras,
  • Un Gauloisesin filtro y sin fumar, aplastado, pero íntegro.
  • Un trozo de servilleta inmortalizado por unos labios de carmín burdeos.
  • Una mancha de sangre que dejé, sin querer, con mis dedos, porque yo, cuando enardecía de lujuria, trazaba en mi cara pinturas de guerra, cual Sitting Bull, con la sangre menstrual de mis amantes y adquiría así un aspecto silvano y aguerrido.
  • Una nota de despedida que nunca debí conservar, pero que conservé llevado por mi vicio de los regustos amargos.
  • Un librillo, casi agotado, de papel de fumar, que debió de tener un buen uso que recordar no quiero.

Cada uno de esos objetos, ya totémicos, fue cuidadosamente devuelto al lugar donde los encontré. Ahí siguen,  hasta que otras manos, quién sabe cuáles, quién sabe cuándo, los saquen de sus sepulcros de letras y decidan su destino, que, me temo, no puede ser otro que el del cubo de la basura. Viva usted tantas cosas, para eso. Sic transit… etc.

caos

En el principio era el caos

 

Cualquiera que tenga unas pocas docenas de libros descubre pronto la verdad de aquellas palabras que Borges escribió en Los Teólogos, una de las narraciones de El Aleph.

Como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sabía culpable de no conocerla hasta el fin.

Nunca he olvidado ese lamento desde que lo leí, hace ya eones.

(Recuerdo bien Los Teólogos, ese relato que arranca con unos dramáticos ablativos absolutos: Arrasado el jardín, profanados los cálices y las aras… Pero esa es otra historia).

Hay, empero, otra oración posible, parafraseando la de Borges, como he podido comprobar estos días. Es esta:

«Como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sabía culpable de hospedar algunos libros indignos».

Pronto serán purgados, arrojados a las tinieblas o al fuego purificador de la estufa, que aún arde, en vista del veleidoso marzo.

Esto va de libros y bibliotecas y bibliofilia, esa manía de la que no tengo ningún interés en curarme. Mejor dicho, va de unos libros, una biblioteca y una bibliofilia particulares: los míos. Quién sabe si aireando mis anaqueles y sacudiéndoles el polvo a montones de volúmenes que han ido creciendo, casi inadvertidamente, a lo largo de muchos años, acompañándome por muchos países y muchas casas en las que he vivido, no rescataré del olvido vivencias, casos, personas, amoríos, desgarros y remiendos, retazos, en fin, de mi vida, que merecen mejor suerte que la de permanecer arrumbados en un inhóspito e invisible baúl. Los libros, como la música, tienen gran poder de evocación y de entre sus páginas saltan a veces trozos de pasado y se echan a volitar por la estancia, como mariposas, o se nos agarran a la piel como garrapatas; nos lo asegura Borges (otra vez él, y no me lo había propuesto) en su poema Las cosas.

Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada

Abriendo libros, librillos y libracos que habían estado cerrados por lustros han salido, es verdad, muchas cosas: Continuar leyendo…