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el_golem_gustav_meyrinkA principios del siglo XX Alemania es una marmita intelectual en la que hierven ideas a borbotones. A los románticos alemanes (los verdaderos románticos, por otra parte) se les había ido la mano, pensaron muchos, y para poner orden llegaron los realistas con su antídoto. Luego también estos empezaron a ser tenidos por insuficientes y romos, y llegó el expresionismo, que arremetió con furia contra románticos y realistas a la vez, haciendo esfuerzos titánicos por echarlos del pueblo o, al menos, reventarles las costuras y hasta el orgullo. De todos estos fragores, algunos reductos fantásticos pudieron sobrevivir agazapados aquí y allá, como en el caso de Gustav Meyrink (Austria, 1886-1932).

El atractivo de su novela El Golem está en su hábil mezcolanza de un estilo ágil, con dosis de visión poética, misterio, mito, personajes que cautivan, a la vez que repelen y, dulcis in fundo, un erotismo maravillosamente medido y salpimentado,una procacidad muy literaria. Sepamos ya algo de la salaz Rosina:

…al llegar a mi puerta vi que se trataba de Rosina, la hija del buhonero […] una pelirroja de catorce años.

Debí rozarla al pasar, y ella se echó hacia atrás voluptuosamente, la espalda arqueada contra la baranda de la escalera. […]

Mi corazón se agitaba ante la vista de esa sonrisa desvergonzada. […]

Sus pestañas de pelirroja me dan asco, como las de los conejos.

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Una voz desprepuciada

9 diciembre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 9 de diciembre de 2016.

En el año de la muerte de Leonard Cohen.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

UNA VOZ DESPREPUCIADA

Una mirada vagarosa por mi librería me llevó hasta una novela de Leonard Cohen, que no recordaba tener: El juego favorito. No se juega con las señales del destino; era llegado el momento de leerla.

Aún no la he terminado y no soy muy de reseñas. Podría decir que es una Bildungsroman, como el Werther, o una novela de ideas o unas memorias noveladas… Pero esas etiquetas poco dicen. Sólo quiero detenerme en tres rasgos llamativos y en la pericia con que Cohen los maneja.

El primero, la brevedad. No de la novela, de extensión normal, sino de sus cortos capítulos y su delgada sintaxis. Campea el estilo paratáctico: oraciones concisas, coordinadas, más que subordinadas, periodos que luchan contra la tentación del aforismo. Cuando esa concisión se usa para describir, casi estamos en las acotaciones teatrales o de guion de película:

Mi padre apunta la cámara a sus hermanos, altos y serios, con flores en las oscuras solapas, que se acercan demasiado y entran al reino de lo borroso. […] Sus esposas lucen formales y tristes. […] Su abuela está sentada entre las sombras […] Un juego de té de plata fulge ricamente…

No se engañen: la ausencia de oraciones largas y encordeladas, llenas de cláusulas subordinadas a lo Proust, no hace de la escritura algo fácil.

El segundo rasgo es el humor, seguramente judío, aunque estas adscripciones étnico-nacionales a las formas de la inteligencia son resbaladizas.

Al jugar con una pistola de su padre sabemos que:

…cuando Breavman echaba atrás el percutor, era el sonido maravilloso de todos los logros científicos homicidas.

Tras un entierro

…se sirvieron bagels y huevos duros, formas de la eternidad.

El tercer rasgo es la veta poético-filosófica que enseguida advertimos. Vean la portentosa finura de esta exaltación de la amistad, al recordar las charlas de dos amigos de juventud:

Una noche estaban sentados en el jardín de alguien, dos talmudistas, deleitándose en su dialéctica, que era un disfraz del amor.

Sustituyan talmudistas por leninistas o lacanianos: muchos tuvimos también esas largas y nocturnas chácharas juveniles, fundadoras de amistades eternas que aún duraron algunos años.

Contemplamos un rostro adornado por una sonrisa chejoviana de huertos perdidos e imaginamos, con el protagonista, como:

El sol de la tarde de invierno centelleaba en las medias negras de su madre…

También leemos que los ojos de su adorada Lisa eran grandes, encapotados, soñadores.

(El texto original dice heavy-lidded, que es ya estupendo, pero la traducción lo mejora: genial el traductor Pico Estrada con ese encapotados,  aunque a veces —tras la de cal, la de arena— se precipita, como cuando traduce supo que su aliento debía oler a viento. Habría sido fácil decir brisa —aunque el original sea wind— evitando la decepcionante rima interna aliento/viento).

El genio poético de Cohen revigoriza la gastadísima imagen de unas luces reflejadas sobre el agua, gracias a la magnífica concisión y al uso de los plurales:

Los estanques eran calmos y de un negro de muerte. Farolas flotaban en ellos como lunas múltiples.

(En inglés la ausencia de artículo ante farolas es natural. En español es otro notabilísimo acierto del traductor. De haber antepuesto las o unas, las farolas serían meros objetos utilitarios, en vez de los seres espectrales que entrevemos). ¡Qué oraciones formidables! ¡Qué poder de transmisión!

Y así, de imagen en imagen, de nostalgia en nostalgia, voy llegando al final de la novela y del Texto sentido de hoy.