Archivos para 30 November, 1999

Longtemps, je me suis couché de bonne heure.

Así arranca uno de los mayores monumentos de la literatura moderna, y no creo exagerar si digo también que de todos los tiempos: À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust. Un inmenso regalo para todo lector; inmenso en calidad, y también en cantidad, pues, contraviniendo la regla general, el placer que proporciona es duradero, y nos llega, a veces en avalanchas, y a veces con el tintineo sutil de un arroyo repicando sobre los cantos de su lecho, a través de 7 volúmenes y miles de páginas. Un único, pero gran dolor: que pese a sus dimensiones, casi mitológicas, también se acaba.

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Lo hace, por cierto, de una manera genial, como si el autor supiera  que va a dejar a sus lectores llorando en el desamparo, tras haberlos metido, sin posibilidad de salida, en su universo, durante páginas y páginas, es decir, durante semanas y semanas.

Se diría que el último capítulo del séptimo volumen fue escrito inmediatamente después del primer capítulo de la obra, el que comienza, justamente, con  Longtemps, je me suis couché…  Al final de tantos miles de páginas leídas, el narrador nos dice que debe ponerse manos a la obra y escribir el libro que acabamos de leer (dormirá de día, nos dice, y trabajará de noche, y su libro, si la Muerte lo respeta, será tan largo como Las Mil y Una noches).

Pero, en realidad, yo quería hablar de traducciones y traductores. Los que no pueden leer una obra admirada en su lengua original, deben recurrir a las traducciones. Del monumento de Proust tenemos la suerte de disponer de varias. Hablaré ,brevemente, de las tres realizadas en España, aunque también están las argentinas de Menasché y Estela Canto, por ejemplo.

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