Archivos para 30 November, 1999

Árboles

25 febrero, 2017 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 24 de febrero de 2017.

Los árboles son un poderoso símbolo para nuestra especie. La literatura lo sabe y lo recoge.

2017_02_24_arboles

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

ÁRBOLES

En Guerra y paz, Tolstói nos presenta al príncipe Andréi ante un imponente árbol:

Era un roble gigantesco […] de ramas rotas desde hacía mucho tiempo; el tronco, de corteza quebradiza […] cubierto de viejas y abultadas excrecencias. Con sus brazos enormes y retorcidos […] parecía, entre los sonrientes abedules, un viejo monstruo ceñudo y desdeñoso.

Las ramas rotas, el tronco quebradizo… ¡Machado!

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,

[…]

Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento. 

Ambos árboles son fuertes símbolos que surgen muy de dentro. Machado contempla el viejo olmo, entristecido por la muerte presentida de su amada Leonor.

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

El roble ruso no quiere saber nada de la primavera, distinguiéndose, hurañamente, de los otros árboles cercanos:

Sólo él no quería someterse al encanto de la estación y no quería ver ni el sol ni la primavera.

Andréi, que ha perdido a su joven esposa, mira el árbol con más desengaño que Machado, pero igualmente dolido:

¡Todo es lo mismo y todo es engaño! No hay primavera, ni sol, ni felicidad. […]

Y en el alma del príncipe Andréi ese roble hizo surgir nuevas ideas carentes de esperanza, pero gratamente tristes.

Gratamente tristes, magnífico oxímoron que nos desconcierta momentáneamente, pero que enseguida nos centra en lo importante. Además, sopla ahí un vientecillo existencial que preludia otro árbol celebérrimo, el castaño de La náusea, de Sartre:

La raíz del castaño se hundía en la tierra justamente por debajo de mi banco. No me acordaba ya de que esto era una raíz. Las palabras se habían desvanecido, y con ellas la significación de las cosas […]. Estaba sentado […] sólo ante esta masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me causaba miedo. Y entonces tuve esa iluminación.

Me cortó el aliento. Jamás había presentido, antes de estos últimos días, lo que quería decir “existir”.

Roquentin, el protagonista, se entrega luego a lucubraciones sobre la contingencia y las gaviotas-existentes. Se ha llegado a decir que en este fragmento está contenido todo Heidegger. ¡Todo! ¡Ahí es nada!

Antes de describir el arbolote, Andréi medita sobre otros más amables, frente los que la amargura del viejo roble se agranda:

Los abedules, con sus hojas verdes y pegajosas […] Dispersos entre los abedules, pequeños abetos, con su tosco verde perenne […] los cerezos silvestres, los alisos…

Lo que nos lleva al divino Virgilio y sus Geórgicas:

Y así por todas partes ocupando

Están los campos y encorvados ríos.

Como es la tierna mimbre y la retama,

Y el álamo, y el blanco y verde sauce.

¡Qué maravillosa hipálage: encorvar los ríos, cuando son los árboles de sus orillas los que se doblan!

Hay muchos árboles en la literatura. Un árbol ideal, platónico, es casi lo primero que pintamos de niños.  Será que todos llevamos un árbol dentro.

Colorín colorado

26 diciembre, 2016 — 1 Comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 23 de diciembre de 2016.

«¡Menudo cuentista!», decimos de quien se muestra prolijo en explicaciones e innecesariamente palabrero. Decimos mal. Antes habría que tildarlos de novelistas. El cuento, justamente, es economía, rumbo firme y derecho, poda de lo prescindible.

Así lo demuestra Hans Christian Andersen en una pequeña joya, El Abeto, que comento hoy.

cabecera

2016_12_23_colorin-colorado

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

COLORÍN COLORADO

Andersen fue un danés muy alto que tiene una estatua en Málaga y que escribía cuentos.

Es el género de la difícil brevedad. Mientras la novela se bifurca y rebifurca, el cuento marcha derechito hacia su predestinado final, sin tiempo de enredarse. En seis páginas, El abeto nos presenta la historia de un arbolito quejicoso que anhelaba otro destino. Le fue concedido.

…el pequeño abeto estaba muy ansioso por crecer […] este abeto que nunca estaba satisfecho y que estaba siempre queriendo marcharse.

Como muchos cuentos, El abeto se articula mediante una conocida figura retórica: la prosopopeya, o sea, atribuir cualidades humanas a lo no humano. Oiremos hablar a pinos, abetos y abedules, a liebres, golondrinas y cigüeñas, a los rayos del sol, al viento, al rocío, a unos ratoncitos y a la doliente corteza de los árboles. Así soñaba nuestro ingenuo abeto, cuando era tierno y ansiaba crecer:

Los pájaros construirían nidos entre mis ramas y cuando soplara el viento me inclinaría aristocráticamente…

El arbolillo no sabía (porque John Lennon aún no lo había dicho) que la vida es eso que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes. El despliegue de la trama es admirable por su sencillez y, aunque resabiados como somos, adivinemos adónde irá a parar todo, leemos la historia con ese arrobo que, por unos momentos, nos hace mejores de lo que somos.

A su manera, Andersen se sale de la estructura de muchos cuentos folklóricos (étnicos, en jerga hodierna). Si la prosopopeya lo engarza con la tradición, la ausencia de un villano lo singulariza. Aquí no hay un malvado que cause la desdicha del protagonista; esta llega por su propia candidez.

Andersen conoce la importancia de los detalles; así, mientras que los abetos grandes caían con estruendo y crujidos al ser talados, nuestro protagonista:

…cayó con un suspiro sobre la tierra,…

Caer con el suspiro de la inocencia nos dice más del arbolillo que un tratado de botánica.

Andersen sabe exhibir una maestría a lo Flaubert, como en esta descripción de un hogar navideño, lograda mediante una mimada enumeración:

…llevaron al abeto a una sala grande y bonita. Por las paredes colgaban retratos y en la gran chimenea de azulejos había grandes jarrones chinos con leones en las asas. Había mecedoras, sofás de seda, grandes mesas llenas de libros ilustrados y de juguetes que valían muchos táleros…

hans-christian-andersen

H. C. Andersen en Málaga

 

Con una prosa casi pictórica y unos pocos elementos, Andersen nos hace ver la sala y comprenderla, a ella y a sus dueños.

Cuando empiezan a decorarlo —cien velitas rojas azules y blancas quedaron sujetas en las ramas, parecían vivas como personas—, nuestro inquieto abetito se pone nervioso, excitado, y Andersen nos lo transmite con esta portentosa imagen:

…la corteza le dolía de pura ansia, y el dolor de corteza es tan malo para un árbol como el dolor de cabeza para nosotros.

El final no nos sorprende, pero eso nada estropea: terminadas las fiestas, el hacha lo convirtió en leña.

Antes que te derribe, olmo del Duero // con su hacha el leñador […] antes que rojo en el hogar, mañana // ardas de alguna mísera caseta…

…recelaba Machado. Y cuando ya el abetito ardía debajo del caldero:

Suspiró profundamente […] Y el árbol se quemó por completo. Ahora se había acabado todo, y el árbol se había acabado, y también el cuento.

Felices los que pueden elegir en qué hoguera crepitar por última vez.

 

Modus legens

4 noviembre, 2016 — 1 Comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 4 de noviembre de 2016.

Goethe, Proust y Jünger sobre lectura y lectores.

cabecera

2016_10_04_moduel-legens

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

MODUS LEGENS

En Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, Goethe presenta una volantinera forma de leer. Una joven pareja se ha retirado a una aislada heredad. Entre folganza y folganza, leían, pero el aburrimiento arremetía con furia.

Entonces Filina tuvo la idea ingeniosa de colocar todos los libros abiertos sobre una gran mesa; nos sentábamos uno frente al otro y leíamos en voz alta, mas no capítulos enteros, sino pasajes sueltos […] ora de un libro, ora de otro.

Variábamos nuestro sistema a cada paso, pero lo corriente era regular nuestras lecturas sometiendo su duración a la regla inflexiva de un reloj de arena […] Dábamos la vuelta al reloj y uno de nosotros principiaba a leer en un libro; cuando la arena había pasado al cuerpo inferior, lo invertíamos, y el otro continuaba en un libro distinto.

La imagen de esa lectura de saltimbanquis me divirtió mucho y enseguida caí en la cuenta de que difiere poco de mi propio método. Soy incapaz de concentrarme en un solo libro; siempre ando con tres o hasta cuatro a la vez. Eso sí, nunca del mismo género: novela, poesía, ensayo, filosofía… Un picaflor de biblioteca.

En eso me acordé de un maravilloso librito de Proust, Días de lectura:

Quizás no hayamos vivido días tan intensos en nuestra infancia como aquellos que creímos dejar correr sin haberlos vivido, los que pasamos con un libro amado.

Interesante: vida y lectura parecen excluirse. Después se queja, con hálito lírico, de cualquier distracción a su embebecimiento:

…la abeja o el rayo de sol molestos que nos obligaban a levantar la vista de la página…

(Y recordamos las voraces moscas machadianas sobre el librote cerrado). Acto seguido informa de su impaciencia lectora:

[…la cena] durante la que solo pensábamos en escapar a toda prisa para terminar el capítulo interrumpido…

Pero Proust, lector apasionado, insiste en la separación entre vida y lectura, y desmitifica:

…la lectura […] en absoluto puede sustituir a nuestra actividad personal. […] Se torna peligrosa cuando, por el contrario, en vez de despertarnos hacia la vida personal del espíritu, la lectura tiende a suplantarla…

Sin embargo, Jünger, mucho más hombre de acción que el adamado Proust, sugiere que la lectura lo es todo para el lector verdadero: aire, alimento, vida. En La Tijera leemos:

El lector es un ser que necesita de ocio igual que necesita de aire para respirar; vive alejado de los negocios […]

Ocio para leer, claro. Recordemos que negocio es la negación del ocio (nec otium). Y nos regala esta fabulosa idea, en la que algunos podemos entrevernos:

También cabe concebir la existencia del lector como un proceso de conversión en crisálida, como un estadio intermedio en el cual se introduce como si se encerrara en un capullo fabricado por el mismo […] que sólo abandona para ocuparse de las cosas más necesarias, pero prefiere pasar hambre a no leer. 

Cuando el lector es también escritor, todo se hace más enrevesado. Algunos, no obstante, aceptamos que lo primero nos define más que lo segundo. A fin de cuentas, leemos lo que queremos, pero solo escribimos lo que podemos.