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Bucólica

4 abril, 2021 — Deja un comentario

La primavera me saca a empujones de la casa: al huertecillo, al olivar, a mi pequeño trozo de monte penibético.

Hay que asear arriates y quitar hierbas importunas y exuberantes que, con su derecho a la vida, amenazan las lechugas que ya han salido, generosas este año, y los tomates que despuntan. El monte se desborda y me desborda; hay herbazales que me sacan dos cabezas. Hay que desbrozar, de lo contrario, cuando el sol de agosto les robe la última gota de agua, toda la ladera será yesca, amarilla como el sol mismo, fuego agazapado. Pondré buena parte de todos los tallos y ramas y hojas que tumba la desbrozadora en una hondonada y la inundaré de agua: se pudrirán los rastrojos y servirán de abono para los olivos.

Desbrozar monte es fatigoso. Todo trabajo de campo es fatigoso. Será una semana de trabajo. Cuatro o cinco horas diarias. Lavorare stanca, decía Pavese. La segadora pesa y el suelo, desigual, pedregoso y en pendiente, obliga a un gran esfuerzo continuo para mantenerse de pie, en equilibrio y al mismo tiempo controlando con firmeza la herramienta. El sol calienta la ropa enseguida, pero hay que vencer la tentación de ir desnudándose, porque el suelo escupe sin cesar una metralla de chinas y ramas secas que serían cuchillas sobre el cuerpo, si no estuviera protegido. Camisa recia, peto, guantes; botas, pantalón de pana, espinilleras; sombrero y la cara toda cubierta por visera protectora. Solo los apicultores se protegen más.

De vez en cuando me detengo a beber agua de una vieja cantimplora. En la loma de al lado brincan y ramonean cabras. Todo adquiere un tono pastoril, y es que va con ellas un pastor con tres perros. No lleva caramillo, pero ha dejado atada, muy cerca, una mula (un burdégano, en realidad, pues es hijo de caballo y burra). La soga es larga y puede llegarse hasta donde la espesa madreselva separa mi olivar del camino.

Mirar hacia arriba es una fiesta: hay alcaudones, mirlos, chochines, estorninos, palomas bravías, reyezuelos, vencejos como arpones en lo alto, halcones y señoriales águilas —qué majestad en su dejarse mecer por las corrientes, qué señorío, qué altivez admirable y hermosa — y al atardecer vienen dos mochuelos a los que ya no asusto. Están en su casa. También están llegando las avispas y ante ellas, lo confieso, adormezco mi espíritu franciscano y hago fechorías contrarias a la vida.

En previsión de las lluvias otoñales y de alguna gota fría aún en verano, he preparado una torrentera, encauzando mejor un pequeño ramblazo natural y empedrando su lecho. El agua correrá rápida y sin embarrarse.

Una mariposa blanca, volitando alocada, acaba de posarse sobre el rodrigón que endereza un pequeño madroño.

Virgilio habló de lo felices que serían los campesinos, si supieran lo felices que son. Aunque el bondadoso Virgilio, el precristiano, el inmenso poeta, pecara de un cierto optimismo antropológico cuando dijo eso, algo de razón sí tenía. Cuando trabajo en el monte, lo sé.

Dos grandes rusos

9 marzo, 2014 — 2 comentarios

Atinadamente, observa Ernst Jünger en el tercer volumen de su autobiografía, Radiaciones (1965-1970), que los personajes de Dostoievski carecen de cualquier relación con la naturaleza.

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Tolstói

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Dostoievski

Dado que el mundo se divide en Dostoievskistas y Tolstoianos, podemos decir que ese es otro asunto que separa a ambos escritores, porque la naturaleza tiene un peso descomunal en Tólstoi y en sus personajes.

¿A quién quieres más, a papá o a mamá? ¿A León o a Fiódor?

Algún día escribiré algo sobre el asunto, que tiene mucha miga. Por ahora, aquí dejo el enlace a un relato breve que escribí sobre este tema. (La nota biográfica que precede al cuento ya no es correcta: mi primera novela ya se publicó y la segunda está terminada y parece que no tardará en publicarse).

http://www.malagahoy.es/article/ocio/1337740/los/partidarios.html