En la última entrada hablé de las memorias de Nadiezhda Mandelstam, y me detuve fugazmente en la fotografía que ilustra la portada de la edición de «Acantilado».
Hace un rato, con el libro aún sobre la mesa, he estado contemplando esa foto con más calma y ensimismamiento. Esto es lo que he visto:
Una expresión que aúna, sin ningún aspaviento, resignación, ironía, desesperanza y hasta una difuminada bondad. Pero en su postura el cuerpo se niega a reclinarse, a dejarse llevar, y en su manera casi pasional de sujetarse la rodilla con una mano se trasluce una resistencia rebelde ante la adversidad, subrayada por un estilizado cigarrillo entre los elegantes dedos de la mano derecha.
La ventana filtra una claridad que le ilumina medio rostro, rostro que sigue siendo hermoso hasta el arrebato y exultante de personalidad.
Se la ve diminuta, delgada, casi evanescente, a punto de evaporarse ante nuestros ojos, pero intuimos que si eso pasara, dejaría tras de sí una estela de belleza y tristeza, que siempre estuvieron uncidas a su vida, larga y dura.
Un vestido de lunares, y a su alrededor silencio, ausencias y recuerdos.
Sus memorias se titulan «Contra toda esperanza»