Hay libros clásicos en el mundo anglosajón que incomprensiblemente tardan décadas en traspasar la barrera invisible de la traducción al castellano. Es el caso de La gente de la selva de Colin Turnbull, que me recomendó una amiga y que me ha encantado. Os copio su reseña. 
Por la puerta de atrás del Edén
Carmen Palomo
Se cuenta de los pigmeos, como dato casi inverosímil, que son tribus de cazadores-recolectores desconocedoras de la técnica de hacer fuego. Tampoco debería asombrarnos tanto: ¿quién entre nosotros, los hombres blancos, sabe hacer fuego? De asombros y pigmeos, y de quiénes somos en el fondo todos nosotros, trata La gente de la selva de Colin Turnbull, un clásico de la antropología editado por primera vez hace 50 años —medio siglo que ha añadido lustre y profundidad a un libro excepcional— publicado en español por la editorial milrazones (trad. de Bianca Southwood). A su autor cabe tildarlo de aprendiz de antropólogo pues, para nuestro regocijo, se saltó la primera ley de la ciencia, que es la de considerar su objeto de estudio como tal: como un objeto. Con una pasión algo suicida, Turnbull se fue a vivir a la selva de Ituri, en el entonces Congo Belga, con los pigmeos bambuti… y se pigmeizó. Su libro relata cómo vive y qué piensa y siente un pigmeo. Y lo hace con tan rendida admiración que no es de extrañar que a Turnbull se le acusara de idealizar la experiencia vital de estas «pobres gentes» que, por no tener, no tienen ni propiedad privada. Y es que el asunto va por ahí, justamente por lo que no tienen los pigmeos. Sus núcleos tribales son tan pequeños, y con tales lazos de interdependencia (la caza es colectiva), que no necesitan jefe ni brujo. Los mayores ejercen un tutelaje pacificador, pero los conflictos —siempre según el relato de Turnbull— suelen resolverse con rapidez, a gritos o a risas. Más fascinante aún resulta la idea de que no tengan deidades, ni siquiera malignas. Saben para qué sirven —para asustar, claro— y las inventan y las utilizan contra sus vecinos naturales (otras tribus bantús o sudánicas), pero no creen en ningún espíritu inicuo ensañado contra ellos ni contra nadie. Sencillamente, en su cosmogonía, no existe ninguna entidad amenazante…, luego no existe el miedo. ¿Cómo interpretan, cómo resuelven, entonces, la desgracia? Creen los pigmeos bambuti que el mundo, su mundo, la selva, está bien hecho: la selva húmeda y penumbrosa nutre, acoge, vela por los suyos… Cuando la desgracia llega (la enfermedad, la falta de caza…), piensan los bambuti que la selva se ha dormido. Un ritual, el molimo, se encargará de despertarla para que todo vuelva al equilibrio pacífico y natural de lo cotidiano. Se trata de un diálogo entre tribu y selva (esta última, representada por el sonido de unas primitivas trompetas): los bambuti, en una especie de curiosa contra-nana metafísica, despiertan a la selva de ese letargo con canciones que dicen que «la selva es buena, la selva es buena».
Es verdad, Turnbull no hizo en este libro una fría descripción científica de las costumbres pigmeas: hizo pura poesía. Durante la lectura respiramos selva, escuchamos selva y conocemos además a cada uno de los miembros de la tribu, debidamente individualizados: Kenge, Akidinimba (la chica de los grandes pechos), Manyalibo, Masisi (cuya foto aparece en la portada)… El lector no puede evitar reírse a carcajadas cuando acaba descubriendo el pigmeo que lleva dentro (los bambuti ríen con todo el cuerpo, como los niños, palmeándose los costados y rodando literalmente por los suelos). Bajo esa risa benéfica como la selva misma, La gente de la selva se lee con una admiración no exenta de nostalgia por esa humanidad ajena a nuestras locuras consumistas y teológicas. No es que los pigmeos sean ángeles (no lo son, Turnbull también retrata su astucia, su orgullo y su gusto por la burla), pero parece que, cuando todos fuimos expulsados del Paraíso y entregados a la derelicción metafísica, ellos arrendaron las tierras colindantes al Edén. Y allí siguen. Para saber más sobre este apasionante libro y sobre la increíble vida de su autor: http://blogs.milrazon.es/Colin-Turnbull-el-nino-que-queria-que-lo-robaran.aspx