Archivos para La Regenta

Publicado en Málaga Hoy el viernes 1 de junio de 2018.

En el fondo, toda novela muestra un proceso de descubrimiento de la verdadera faz del mundo y, como consecuencia fatal, un desencanto… o algo peor.

Derrotas insidiosas

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

                                                             DERROTAS INSIDIOSAS

El asunto medular de toda novela es contar el paso de un estado de inocencia a otro de experiencia, o sea, de desconocer a reconocer el mundo como es y no como el protagonista quería que fuera. Eso, naturalmente, suena a derrota. Continuar leyendo…

Publicado en Málaga Hoy el viernes 2 de marzo de 2018.

En Dostoyevski hay más que pathos y alma eslava.

2018_03_02_Los talentos desconocidos de Dostoyevski

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

LOS TALENTOS ESCONDIDOS DE DOSTOYEVSKI

La reciente relectura de El idiota me reveló con viveza esos otros inmensos talentos novelísticos de Dostoyevski que suelen quedar en la sombra. Sabemos de las simas anímicas de sus personajes, los avernos de sus destinos, las fosas abisales de sus tramas. Pero suelen despistársenos su sentido del humor, su querencia por el absurdo o su magistral manejo de un costumbrismo fino e irónico. En esta gama de colores, muchos pasajes de El idiota nos recuerdan —quién lo iba a decir— a La Regenta. Si en El idiota, Ivolguin; en La Regenta, Obdulia Fandiño; y si Nina Aleksándrovna, pues Petronila Riansares.

De todo esto hay abundancia en El idiota. En clave de humor, pero con gran finura psicológica, nos va presentando al protagonista a través de multitud de indecisiones:

—¿Según eso, son ustedes parientes?

—Casi no lo somos. Por lo demás, si se quiere, sí somos parientes, sólo que tan lejanos, que, en realidad, apenas si se nos puede considerar tales.

Poco antes, interpelado sobre el asunto que lo llevó a cierta casa, dice:

—¡Oh, casi no se trata de ningún asunto! Es decir, si usted quiere, sí, se trata de un asunto…

A su vez el príncipe Mischkin, el protagonista, contagia esas vacilaciones suyas a quienes lo tratan. Un mayordomo con el que departe unos minutos siente que:

…no obstante las simpatías que, sin duda, a su manera, sentía por el príncipe […] desde otro punto de vista le inspiraba también una resuelta y viva indignación.

Estas oscilaciones son eficaces para describir el mundo en el que sucede esta historia. La absurdidad también forma parte de ese mundo y la vemos cuando, nada más empezar, sale un funcionario de incomprensible servilismo. Cuando el tal Rogochin le suelta, despreciativo:

—Pero ¿quiere usted decirme qué le importara a él [al funcionario]? […] Porque yo no te he de dar una copeica, ni aunque andes de cabeza por mí.

El funcionario, responde, ante todos los presentes:

—Pues no des! ¡Eso quiero yo; no des! Pero yo bailo. A la mujer, a los hijines pequeños, dejaré; pero bailaré para ti. ¡Adula, adula!

Después Rogochin amenaza al funcionario con pegarle. ¿La reacción?

—¡Pega cuanto quieras, eso significa que no me desdeñas! ¿Pega! Pega, que así quedarás grabado en mi memoria…

Pero basta de funcionarios de la gleba. Mischkin es fascinante y turbador; dudamos de su simpleza, entre otras cosas porque siempre anda revestida de una sinceridad que nos interpela y nos fastidia. Mischkin es un claro antecedente del celebérrimo Mr. Chance, protagonista de Being there, de Jerzy Kosinski, que popularizó Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance.

No todo en Dostoyevski es psique y tragedia eslava. Es muy consciente de los artificios de la literatura y así, por un instante, se nos inviste de narratólogo para recordarnos que él habla por boca de un narrador:

Puede que no perjudiquemos mucho la ilación de nuestro relato si los suspendemos aquí…

Y después, genialmente, le boca abajo a un tópico, logrando milagrosamente que deje de serlo:

…al sonreír enseñaba unos dientes demasiado semejantes a perlas;

¡Qué maravilla de retórica antirretórica!

Tengo mi volumen de El idiota tan lleno de notas, que necesitaría docena y media de columnas para dar cuenta de ellas, pero el director de este periódico no gusta de columnatas ni peristilos. Los dejo con un hombre ladino que:

…recurrió a un medio muy astuto […] y hábilmente empezó a seducirla […] con distintas perspectivas ideales, pero personificadas: príncipes, húsares, secretarios de Embajadas, poetas, novelistas, hasta socialistas

Sí, ¡hasta ellos!

Queridos segundones

12 febrero, 2017 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 10 de febrero de 2017.

A veces, los personajes secundarios de la literatura tienen mucho que decir.

2017_02_10_segundones

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

QUERIDOS SEGUNDONES

¿Qué les pasa a los personajes secundarios de la literatura cuando hacen mutis por el margen? ¿Qué va a ser de ellos? Un buen lector puede imaginar novelas enteras protagonizadas por estos comparsas fugaces.

Tolstói lleva lejos su cariño hacia los secundarios y pone su atención hasta en personajes que sólo aparecen para abrir una puerta o afilar una guadaña: uno era un buen bailarín, otro era diestro en aparejar caballerías, aquella se ocupaba con esmero de la educación de sus hijos. Ningún personaje es anónimo o sin alma, para Tolstói; de ellos siempre nos da detalles que sobrepasan la nimiedad de sus acciones o lo ancilar de sus funciones.

He aquí algunos de los personajes que revolotean a menudo por mi cabeza:

El enano Fajardo es un siniestro tipo que sale en La noche, novela corta y circense de Antonio Soler que nos hace pensar en la inolvidable película Freaks (La parada de los monstruos), de Tod Browning. En un texto que entrelaza la intensidad poética con la sordidez, destaca este malaje:

El enano Fajardo avanzó un paso más y se metió de lleno en el baño de luz. Tenía los ojos con más agua de lo acostumbrado […] un tipo como Fajardo, cicatriz y hiel, enano.

Desde que irrumpe en la historia no podemos zafarnos de su presencia maligna. Y, por cierto, su poder de seducción le debe mucho a su nombre (gran tema, este de los nombres novelescos) y al sintagma que nos coloca el escritor ante los ojos, el enano Fajardo, que se fragua enseguida como una yunta indestructible y enano como un epithetum constans (atención, gramáticos), sin el cual Fajardo no puede ya existir. Fajardo es el enano como Kautsky es el renegado (atención leninistas).

Celedonio es el repulsivo monaguillo que abre y cierra La Regenta. Dice Clarín, nada más empezar:

Celedonio, hombre de iglesia, acólito en funciones de campanero […] ceñida al cuerpo la sotana negra, sucia y raída […] escupía con desdén y por el colmillo a la plazuela.

Sombría descripción que nos conduce de nuevo a él, novecientas páginas después, en la última escena. Con la hermosa Regenta desmayada en el suelo de la catedral, Clarín retuerce el cuento del príncipe convertido en rana y redimido por un beso:

Celedonio sintió un deseo miserable, […] inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.

Ana volvió a la vida rasgando las tinieblas de un delirio que le causaba nauseas.

Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

Clarín consigue que este tipejo se nos haga nauseabundamente inolvidable, aunque nunca me ha parecido que este final llegue a la altura de tan gran novela.

Y por fin déjenme hablarles del hada Campanilla. Me leyeron Peter Pan, del escocés J. M. Barrie, un par de años antes de ver la película. Los de Disney se inventaron una campanilla hipersexualizada que con su figurín de diminuta Lolita y sus polvitos mágicos ha excitado la lubricidad de más de cuatro adultos retorcidos que yo me sé. Barrie, más sutil (y con los cánones eróticos preanoréxicos de principios del XX), enmarca el erotismo edénico de un vestidito de hoja, en una figura rellenita (embonpoint, dice con gracia afrancesada en el original):

… Campanilla, primorosamente vestida con una hoja, de corte bajo y cuadrado, a través de la cual se podía ver muy bien su figura. Tenía una ligera tendencia a engordar.

Tintineando de aquí para allá, convirtiéndose en un símbolo travieso y alado de los celos (casi tan real como el mismísimo Otelo), el hada Campanilla entra en nosotros para no abandonarnos nunca más, así pasen los lustros y las décadas. Ellos y mil más son mis queridos, queridos segundones de la literatura.

Lolita de Tal

2 septiembre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 2 de septiembre de 2016.

Las lolitas (y sus menganos −pequeño homenaje al inolvidable Álvaro de Laiglesia−) son un venero que atraviesa, más o menos secretamente, la literatura desde tiempos antiguos.

cabecera

2016_09_02_Lolita-de-Tal

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

LOLITA DE TAL

Después de cuarenta años releo Lolita. Ahora el original. Soy verbólatra; el inglés virtuoso de Nabokov me entusiasma.

El lolitismo abunda en la literatura, pero con frecuencia de modo falsario. El asunto exige diferencia de edad entre las nínfulas y sus enfermizos admiradores.  Se es lolita por la mirada impúdica del hombre. Sin ella no hay lolitas; habrá niñas procaces, putillas pubescentes u ondinas que suliveyan con perjúmenes aún por llegar, pero no lolitas.

No es lolita la púber Annabel, con la que Humbert Humbert tuvo sus primeros tocamientos. Tenía las cualidades corporales y la edad para serlo, pero eran coetáneos.

No es lolita la inolvidable Ada, protagonista de la novela con la que Nabokov volvió al tema años después:

¿Era de veras hermosa, a los doce? ¿Deseaba —podría desear alguna vez— acariciarla? ¿Acariciarla realmente? Su negro pelo en cascada…

A diferencia de su predecesora, Ada no tiene un Humbert Humbert, sino un primo de parecida edad. Por eso no es, en lo fundamental, una lolita.

La salaz treceañera de Innocent World, de Ami Sakurai, tiene una relación sexual con su hermano de quince:

Takuya […] tenía una erección. Igual era culpa mía. Llevaba una camiseta muy escotada, sin sostén […] su cosa era sonrosada y límpida y me produjo una sensación extraña. Me la metí en la boca como si fuera lo más normal del mundo…

Aquí hay incesto y sexo puberal, pero falta la mirada de un hombre; no cualquiera, por cierto, pues, según Nabokov (que aquí miente):

Hay que ser un artista y un loco, una criatura de infinita melancolía […] para detectarlas a la primera…

¿Sería Fermín de Pas, de La Regenta, un hombre así? Allí sí hay un lolitismo que comenté hace poco:

…las niñas de ocho a diez años, anafroditas las más […] algunas rodeadas de precoces turgencias, que sin disimulo deja ver su traje de inocentes […] Mirando estos capullos de mujer, don Fermín recordaba el botón de rosa que acababa de mascar…

Escena que recuerda este fragmento de Lolita:

…orfelinatos y reformatorios donde se podía contemplar a pálidas pubescentes de pestañas legañosas con total impunidad…

Entre Wilhelm Meister y la pizpireta Mignon sí hay diferencia de edad:

Calculaba que tendría doce o trece años, su cuerpo estaba bien formado […] El maquillaje hacía que apenas pudiera distinguirse su broncíneo color de piel…

Pero tras un momento de ambigüedad, Goethe elimina de la historia estas posibles espinas. Lautréamont, en cambio, busca espinas y cenagales de putrefacción extrema:

Pasaba Maldoror con su perro de presa; ve a una chiquilla que duerme a la sombra de un plátano y cree, primero, que es una rosa […] Se desviste con rapidez […] Desnudo como una piedra se ha arrojado sobre el cuerpo de la muchacha…

No sigo, porque estamos en horario infantil.

Mircea Cartarescu da una curiosa razón de por qué a los hombres nos gustan las mujeres: Porque descienden de las niñas.

Quod erat demonstrandum, dirá el Humbert Humbert de turno. Ahora átenme esa mosca por el rabo.

Adúlteras (2)

9 abril, 2014 — 2 comentarios

 

annakarenina1emmabovary2laregenta6

 

En estos últimos dos meses me he leído, casi del tirón, tres novelas emblemáticas del siglo XIX ―de todos los tiempos, en verdad―, cuyo tema central es el adulterio o, por ser más preciso, la mujer adúltera. Ya había leído las tres hacía tiempo, en distintas épocas de la vida, pero leyéndolas seguidas parecen iluminarse con otra luz, esa con la que se escudriñan entre sí y que revela en cada una rincones que habían quedado en la sombra. Me refiero, claro, a Anna Karénina (Tolstói), Madame Bovary (Flaubert) y La Regenta (Clarín).

Tal vez habría debido volver a leer también Os Maias, del portugués Eça de Queiroz, que ofrece un retrato de la sociedad lisboeta de su tiempo hecho con una mirada similar a la que Clarín le echa a su celebérrima Vetusta (más que mirada, un mal de ojo, la verdad), pero no lo he hecho. Pelillos a la mar.

Me centraré más en nuestra Regenta, por ser la que he leído en último lugar, y desde ella haré algunas breves incursiones en las otras dos.

Como todas las novelas grandes, La Regenta es muchas cosas a la vez y yo voy a sostener que, antes que una novela costumbrista o filonaturalista o sociomoralizante o psicológica, es una novela humorística. No hay desdoro en este juicio. El humor, desde el que esboza la sonrisa cómplice al que provoca la carcajada hilarante, la atraviesa, incansable, de principio a fin, como un venero vivificador. Y ese humor, tan dinámico, a veces tan corrosivo, casi siempre tan inteligente, es uno de los elementos decisivos para hacer de esta una magnífica novela.

Yo había leído (mal) La Regenta cuando me acercaba a los catorce años, a hurtadillas, escondiéndome de mi madre, que la reputaba una lectura peligrosa para un joven flaco y nervioso. Tan mal debí leerla que esta vez ha sido como hacerlo por primera vez. Mis sonrisas, mis exclamaciones de hilaridad y mis carcajadas desacomplejadas han estado inundando la casa estos últimos días, pero impregnadas todas ellas, aun sin tener siempre conciencia de ello, de la herrumbre que va dejando tan ácida descripción de la mediocridad.

La combinación del humor con una descomunal galería de personajes estrambóticos e inolvidables, hacen de esta novela un page turner de primer orden. ¡Qué personajes!  ¡Y qué nombres! Frígilis, la jamona Obdulia Fandiño, Fortunato Camoirán, Carrapique, Cayetano Ripamilán… Ante semejante parada de freaks de provincias, los personajes principales casi palidecen de mediocridad. ¿Qué han de poder la propia Ana Ozores, el clérigo Fermín de Pas o el burlador Álvaro Mesía ante nombres como el del ateo oficial de Vestusta, Pompeyo Guimarán, el indiano Don Frutos Redondo, la marimacho Petronila Rianzares, alias el Gran Constantino, o el bardo local, Trifón Cármenes?

Cumpliendo mi maligno propósito de comparar las tres obras, lo primero que puede consignarse es el diferente grado de protagonismo que tienen nuestras tres adúlteras en cada una de ellas: Continuar leyendo…