Publicado en : «La Opinión de Málaga», el 15 de julio de 2011
Las malas noticias no nos dan tregua últimamente. Es una pena. Son tantas ya, y se suceden en lacerante cascada desde hace tanto tiempo, que solo los superhombres o los optimistas patológicos logran sobreponerse. Los demás vamos viendo con una aturdida mezcla de estupor y espanto como crece el mefítico cenagal en que se ha convertido el país.
La arrasadora crisis económica es sin duda la tragedia más perentoria y la que más dolor les trae a tantos compatriotas nuestros que ni tienen trabajo, ni esperanzas de hallarlo. Pero no es lo peor. La crisis política y del Estado y la crisis moral de la sociedad son en realidad más graves porque, impidiéndonos mirar hacia al futuro, nos encierran en este pútrido presente en el que estamos metidos. “¿Cómo ha pasado esto?”, se preguntan los más ingenuos. “¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?” Que cada cual repase sus ideas, sus actos y sus votos en estos últimos años, y saque sus conclusiones quien se atreva. Y no olvidemos lo que decía Hermann Von Keyserling, un pensador de cuando la politología y la sociología no eran “ciencia” sino arte: “Tampoco hay ninguna razón natural por virtud de la cual las cosas no puedan ir progresivamente empeorando.”
Al empobrecimiento masivo de la sociedad vienen a sumarse la vergüenza por el prestigio internacional perdido (no les contaré lo que de nosotros oigo por esos mundos para no amargarles aún más el inicio del verano), la incredulidad desconcertada, alucinada casi, ante el creciente proceso de desmembramiento del país o la humillación que muchos hemos sentido ante la increíble y vergonzante legalización de Bildu, última claudicación del Estado ante sus enemigos.
Todo es ya demasiado amargo. El país destila hiel. Pero hay que seguir luchando por salir de esta ruina, aunque apenas queden ganas. Tal vez el verano nos dé alguna oportunidad de regenerar el estado de ánimo. Cada uno lo hará a su manera. Yo me sumergiré en mis libros, como suelo, mientras la familia me lleva de aquí para allá sin que yo acabe de enterarme del todo de adónde vamos ni por qué. Déjenme empezar mi evasión ya mismo: cuando terminan de leer un libro ¿cómo deciden ustedes cuál será el siguiente?
Yo ya he abandonado los sistemas tradicionales, o sea, las opiniones de los críticos y las recomendaciones de amigos. Las primeras hace años que no las leo y a los segundos no les pido consejos sobre lecturas. Misanthropie oblige.
Mis criterios son dos. El primero es lógico y hasta riguroso. Los autores que leo mencionan a sus escritores y libros favoritos, y así se va formando una cadena que avanza por derroteros impredecibles y cambiantes de temas, épocas y escuelas, pero con la garantía que da la afinidad intelectual y estética: los autores de mis autores son mis autores. Casi nunca falla.
El segundo es azaroso, pero más divertido. Me dejo caer por mis librerías de cabecera y hojeo libros al azar. A veces los astros se alinean y el milagro ocurre: si las primeras frases me arrebatan, lo compro. Ya sabemos que hay inicios inolvidables. Muchos, de hecho, son lo único que recuerda la mayoría. ¿Cuántos, si no, han pasado de “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”?.
Yo he tenido hallazgos muy felices con este método de zahorí de palabras. Aquí va uno. La novela Athena del irlandés John Banville arranca así:
“My love. If words can reach whatever world you may be suffering in, then listen. I have things to tell you». “Amor: si mis palabras llegaran a alcanzar ese mundo en el que quizás andes sufriendo, escucha. Tengo cosas que decirte.”
¿Quién no querría seguir leyendo?
Sanz Irles. Julio 2011
Creo que he sido testigo varias veces de tu uso del método zahorí… jajaja
«En un agujero en el suelo vivia un hobbit» es el primer inicio de novela que me viene a la mente. En el caso de «El señor de los anillos» las películas han contaminado mi recuerdo de los libros, así que diria que «The world is changed. I feel it in the water, I feel it in the earth, I smell it in the air» no es como empieza «La comunidad del anillo» en su versión original xD
Sí que entran ganas de leer más después de ese fragmento. Debe de ser difícil conseguir ese efecto con sólo 21 palabras…
Domo arigato gozaimasu…, Sila.
Cierto es que el enganche se produce en la antesala, aunque las primeras frases no dejan de estar en los escalones del portal…. ¿cuantas veces nos hicieron repetir el inicio de El Quijote? ¿O la eterna «En el principio creó Dios el cielo y la tierra»? … para mi desgracia, intento recordar los inicios de libros que me han marcado y no soy capaz de recordarlos… 🙂
Gracias, Rudolf.
Igual un día de estos publico una entrada con una pequeña recopilación de los arranques de libros que más me han impresionado (y prometo no incluir «Arma virumque cano…»).
El asunto es muy jugoso.