Esta mañana me he llegado a una céntrica librería de una capital andaluza, a comprar el quinto volumen de En busca del tiempo perdido, que está publicando RBA con la traducción de Carlos Manzano, y que, como dije en otra entrada del blog, pienso leer este verano, confrontándolo con el original. Tengo el vívido recuerdo de la traducción de Salinas / Bergés, y disponer de una nueva, es el mejor pretexto para renovar el gozo, indescriptible, inmenso, de leer a Proust.
En esa librería, los mancebos y las dependientas van uniformados con una especie de chaleco verde, son jóvenes (algunas de ellas, las más aguerridas, incluso «jóvenas»), alegres y bien dispuestos, y retozan, cual alborozados rebecos, entre los estantes repletos de libros (prietas las filas), con aire de estar muy, pero que muy, atareados.
Le pregunté por el libro al mozo que había tras el mostrador.
—¿En busca de qué? —repuso, perplejo.
Fue la primera señal. Le repetí el título y el autor, esta vez pronunciándolo a la española. Consultó el ordenador, su Oráculo de Delfos, y me indicó la sección donde lo hallaría.
Luego, mientras pagaba, le pregunté al amable doncel si me permitía sugerirle algo, pidiéndole por adelantado que no se sintiera ofendido. Me miró con preocupación, pero me dio permiso, y entonces le dije que, trabajando en una librería, era conveniente enterarse un poco de, al menos, un puñadito de obras imprescindibles, y que no haber oído hablar de En busca del tiempo perdido era como sí un auxiliar de farmacia no hubiese oído ni nombrar la aspirina.
Cuando, con expresión azorada, iba a responder algo, intervino al rescate, rebosando dignidad y suficiencia, una de sus compañeras:
—Eso depende, «señor» —y sentí la hoja helada de la navaja abrirme, pérfida, las carnes del abdomen, mientras decía ese «señor» de vinagre y hiel—. Si él es más de lo de ciencias (sic) no tiene por qué saber esas cosas.
—Yo soy menos de lo de ciencias y he oído hablar de la teoría de la relatividad de Einstein —rebatí—. Es más, hasta sé cuáles son sus principales postulados. En busca del tiempo perdido es, a la literatura moderna, lo que la teoría de la relatividad a la ciencia.
—Eso lo dice usted —dijo, ya en plan chulapona de verbena.
—Sí, «guapa» —le respondí, devolviéndole su «señor»—. Tienes razón; lo digo yo.
Y me fui, con mi libro y un poquito menos de esperanza.
To die, to sleep, la LOGSE;
To sleep: perchance to dream;…