El Quijote de Nabokov

13 julio, 2013 — 2 comentarios

Este anotación de mi blog bien podría haberse titulado «Tocando lo intocable».

Vladimir Nabokov −uno de mis novelistas favoritos, de lectura obligatoria para quien se dedique al menester de novelar, pero también para quien se contente con el enrevesado placer de la lectura inteligente−, es un verdadero ruso. Emigrado, pero ruso. Americanizado, pero ruso. Y como tal, es terco y de opiniones «fuertes» y, digamos, poco movibles.

Hay algo de mesiánico en los rusos, y suelen estar convencidos de tres cosas: de que siempre tienen razón, de que expresar sus opiniones en voz alta demuestra que tienen razón, y de que Europa les debe gratitud eterna por haberla salvado de las hordas esteparias de Asia. (Estos simpáticos rasgos no me impiden, me apresuro a decir, admirar su literatura y muchas otras formas de su arte y su cultura, y sentir, además, una inexplicable y fuerte empatía con el descomunal país).

220px-Vladimir_NabokovNabokov tiene mucho de todo eso, y suele aparecer en las fotografías con gesto airado y de pocos amigos, como diciéndole a la cámara «¿qué se te ha perdido aquí?»  (además de que a veces le sale un extraño parecido a Hitchcock), y se dice de él que no andaba escaso de rarezas. Después de la literatura, su pasión eran las mariposas, y andaba por campiñas y bosques con un ridículo atuendo de entomólogo de caricatura, calzones cortos, calcetines gruesos casi hasta la rodilla, y, claro está, la consabida manga, esa red en forma de cono con la que parecen jugar al tenis contra un rival invisible.Nabokov-dedicaba-su-tiempo-a-l_54105747540_224_270

Disfruté mucho de la visita a su casa, tópicamente reconvertida en museo, en pleno centro de San Petersburgo, de donde, sin embargo, la revolución bolchevique lo echó pronto. Suele admirarse de él que, siendo ruso, llegara a tener un dominio tan portentoso del inglés, pero esta es, en realidad, una apreciación errónea, pues como tantas familias de la aristocracia rusa del XIX y principios del XX, los niños aprendían francés (e inglés, en el caso de Vladimir) antes, incluso, que su lengua materna. (Mucho más admirable, en lo que se refiere a la maestría alcanzada en una lengua extranjera, son los casos de Conrad o Jerzy Kosiński, ambos polacos, por cierto, y el último con un divertido parecido [hoy estamos con los parecidos] al folklórico cantante malagueño Antonio Molina, celebérrimo, allá por mediados del siglo XX, por su voz atiplada y sus interminables gorgoritos).

Su arte novelístico es digno de toda admiración, y nos ha enseñado a muchos su exquisita atención a los detalles («los divinos detalles» decía él) como una de las armas secretas para emocionar al lector, para ponerlo en el trance que el quería, y para darle a sus ficciones los grados de credibilidad que consideraba oportunos en cada ocasión.

De alguna forma, esa atención al detalle nos recuerda esos «retazos» (o «rebanadas») de realidad de los que se ocuparon también Zola o Flaubert, solo que en los de Nabokov hay un mayor grado de sensibilidad poética (y no me meteré ahora en las honduras de lo que muchos críticos llaman su «prosa sinestésica»), que con frecuencia alcanza la genialidad literaria, sin más.

Prolífico, desbordante, acaparador… Nabokov no sólo se dedicó a la novela y a las mariposas, sino que ejerció también la docencia y la crítica, y uno de los frutos de esas actividades es su Curso sobre el Quijote, que dictó en Harvard en el año académico 1951-52.donquijoteestilizado

Empezaré por decir que Nabokov no hablaba español, así que tuvo que depender de una traducción, concretamente de la de Samuel Putnam, publicada por Viking Press. No he leído esa traducción, pero es relevante que nuestro flamante crítico «ruso» no pudiera leer lo que escribió Cervantes, sino lo que otro dice que escribió Cervantes.

Añadiré que, a pesar de la inteligencia lectora de Nabokov, el libro es una decepción, y resulta a la postre bastante fatigoso, sobre todo en su innecesario, insustancial y gravoso desmenuzamiento de la obra cervantina.

No voy a resumir aquí el Curso sobre el Quijote. Me limitaré a decir, no obstante, que tiene un mérito cierto: atreverse a discutir lo indiscutido. Aunque Nabokov ensalza ciertas características del Quijote y reconoce su carácter innovador y fecundo, todo su esfuerzo se dirige a desmitificar la obra de Cervantes, que, a su juicio, está muy sobrevalorada.

(Contagiado del afán polémico de Nabokov, deslizaré aquí, como quien no quiere la cosa, mi convencimiento de que una similar sobrevaloración se ha producido con dos de nuestros poetas de la lengua española más aclamados e «indiscutibles», a saber: García Lorca y Neruda. He dicho. Pero sigamos con lo que estábamos).

Para Nabokov es de todo punto ridículo pretender equiparar, en cuanto a grandeza literaria, a Cervantes con Shakespeare. Así, por ejemplo, hablando de imaginación y humor, leemos:

[…] aunque redujeramos Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas,

y añade:

Del Rey Lear, el Quijote sólo puede ser escudero.

No puedo no darle la razón, a Nabokov, en algo: la pesadez de esas «novelas dentro de la novela» que Cervantes nos endilga con una generosidad digna de mejor causa. Por lo demás, nuestro enérgico crítico arremete una y otra vez con las debilidades formales del Quijote, y con lo que él considera una insoportable y reprobable crueldad que sustenta toda la obra. (Nabokov, creo que en un arranque de hipocresía biempensante que no deja de sorprender, no soporta, por ejemplo, episodios como los del manteo de Sancho o las burlas a las que con frecuencia son sometidos él y su Señor).

Reconoce, eso sí, la enorme influencia de la historia de nuestro hidalgo manchego:

Lo que ahora vamos a ver es cómo la forma épica evoluciona, se desprende de su piel métrica y le salen pezuñas en los pies, cómo se transforma de pronto en un cruce fecundo entre el monstruo alado de la epopeya y la prosa especializada de la narración de entretenimiento, un mamífero más o menos domesticado, si se me permite completar pobremente la metáfora. El resultado es un híbrido fecundo, una nueva especie, la novela europea.

DONQUIJOTEPese a lo que se me antoja como una parca brillantez general, los apuntes de Nabokov ofrecen destellos de mucho interés, como cuando bucea en las influencias que el Quijote tuvo en otros grandes monumentos de la literatura: en la Casa desolada, de Dickens; en Almas muertas de Gogol; o en algunas situaciones y personajes de Madame Bovary y Ana Karénina (las dos grandes adúlteras de la literatura moderna).

Un aspecto que no parece interesarle a Nabokov es el carácter metaliterario del Quijote, donde hay unas breves pero transcendentales reflexiones sobre la lectura y la literatura (o la lectura de literatura). A fin de cuentas, si a nuestro hidalgo se le quedó la sesera como una pasa de Corinto, fue por culpa de haber leído mucho. Pero es que en este curso, Nabokov iba a lo que iba, y estaba en lo que estaba.

Pese a la iconoclasia que parece haber insuflado a nuestro afamado crítico la preparación de estas páginas, también hay elogios:

[…] el supremo ronroneo de placer que produce el pensamiento sensual: pensamiento sensual, que es lo mismo que decir arte auténtico. De esto hay en nuestro libro una dosis pequeña, pero de infinito valor.

NABOKOVSi a alguno le apetece saber cómo y por qué un gran escritor moderno baja del pedestal en el que siempre ha estado (y sigue estando) la obra de Cervantes, ahí tiene este Curso sobre el Quijote (Ed. Zeta. 2009. Traducción de María Luisa Balseiro). Yo cierro estas notas con una de las ideas más amargas que Nabokov tiene sobre la inolvidable historia:

Cuando Don Quijote se retracta al final del libro, en su escena más triste, no es ni por gratitud a su Dios cristiano ni por seguir un impulso divino, sino porque es lo conforme con las conveniencias morales de su oscura época. Es una rendición abrupta, una miserable apostasía ésta de su lecho de muerte, cuando renuncia  a la gloria de la ilusión insensata que le ha hecho ser lo que es.

Me pregunto qué opináis vosotros del lugar del Quijote en la historia de la literatura.

2 comentarios para El Quijote de Nabokov

  1. 

    Este ensayo, (si es la intención del autor) me toma en una etapa de lectora «peace and love», lo cual me aleja de coincidir con el benemérito Nabokov.
    Estoy a favor de los hacedores, los que de un modo u otro aportan a la cultura de los pueblos y marcan un hito en la historia. Léase, que si a través de los años «El Quijote» ha ocupado y «sostenido» un lugar relevante en la literatura universal, su mérito tendrá.
    Se puede poner en tela de juicio a críticos, periodistas y a todos los medios de prensa y difusión que intenten inflar o convertir en joyas lo que algunos crean bijouterie. Pero hay un soberano, único e indiscutible que hace de una obra la mejor o la peor, y es el lector.
    Frente a las aseveraciones del escritor ruso, diría: «…Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos…»

    • 

      No vas mal encaminada, Mora, y aun así, la idea del lector soberano e indiscutible ya no me resulta tan «indiscutible» como en otros tiempos. Lo de soberano, vale, lo de indiscutible, menos. Entre otras cosas, porque parecería presuponer la existencia de un «lector» ideal, prototípico, que aunaría a todos los lectores… En fin, que me resulta un concepto tan sospechoso como el de «el pueblo», en cuyo nombre se cometen tantas tropelías.
      Lo que supongo que quiero decir es que hay lectores, pero no «el lector», al que apelas.
      La pervivencia de la obra, a la que también aludes, tenida por cimera a lo largo de siglos, me resulta más convincente; y luego, claro, está la calidad y la autoridad de los muchos grandes escritores que han considerado el Quijote como una obra maestra. Pero ahí ya no estamos ante «el lector», sino ante unos lectores —sobradamente cualificados— con nombres y apellidos.
      Y sobre tu etapa «peace and love», ¡qué te dure mucho!
      «Beatus ille».

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