Archivos para Neruda

Este anotación de mi blog bien podría haberse titulado «Tocando lo intocable».

Vladimir Nabokov −uno de mis novelistas favoritos, de lectura obligatoria para quien se dedique al menester de novelar, pero también para quien se contente con el enrevesado placer de la lectura inteligente−, es un verdadero ruso. Emigrado, pero ruso. Americanizado, pero ruso. Y como tal, es terco y de opiniones «fuertes» y, digamos, poco movibles.

Hay algo de mesiánico en los rusos, y suelen estar convencidos de tres cosas: de que siempre tienen razón, de que expresar sus opiniones en voz alta demuestra que tienen razón, y de que Europa les debe gratitud eterna por haberla salvado de las hordas esteparias de Asia. (Estos simpáticos rasgos no me impiden, me apresuro a decir, admirar su literatura y muchas otras formas de su arte y su cultura, y sentir, además, una inexplicable y fuerte empatía con el descomunal país).

220px-Vladimir_NabokovNabokov tiene mucho de todo eso, y suele aparecer en las fotografías con gesto airado y de pocos amigos, como diciéndole a la cámara «¿qué se te ha perdido aquí?»  (además de que a veces le sale un extraño parecido a Hitchcock), y se dice de él que no andaba escaso de rarezas. Después de la literatura, su pasión eran las mariposas, y andaba por campiñas y bosques con un ridículo atuendo de entomólogo de caricatura, calzones cortos, calcetines gruesos casi hasta la rodilla, y, claro está, la consabida manga, esa red en forma de cono con la que parecen jugar al tenis contra un rival invisible.Nabokov-dedicaba-su-tiempo-a-l_54105747540_224_270

Disfruté mucho de la visita a su casa, tópicamente reconvertida en museo, en pleno centro de San Petersburgo, de donde, sin embargo, la revolución bolchevique lo echó pronto. Suele admirarse de él que, siendo ruso, llegara a tener un dominio tan portentoso del inglés, pero esta es, en realidad, una apreciación errónea, pues como tantas familias de la aristocracia rusa del XIX y principios del XX, los niños aprendían francés (e inglés, en el caso de Vladimir) antes, incluso, que su lengua materna. (Mucho más admirable, en lo que se refiere a la maestría alcanzada en una lengua extranjera, son los casos de Conrad o Jerzy Kosiński, ambos polacos, por cierto, y el último con un divertido parecido [hoy estamos con los parecidos] al folklórico cantante malagueño Antonio Molina, celebérrimo, allá por mediados del siglo XX, por su voz atiplada y sus interminables gorgoritos). Continuar leyendo…