Fue un encuentro muy feliz, el mío, con la estadounidense Sylvia Plath, hace ya años, y que me sigue trayendo a la vez felicidad y melancolía.
Sylvia Plath y su poesía, y su vida, y ella misma… una mujer de aires ingrávidos, transparentes, leves. Su rostro, su cuerpo y su palidez le confieren un dudoso pero innegable atractivo. Se presenta ante el mundo con un estar enfermizo, morboso, doliente y misterioso. Su poesía la avala y confirma su aspecto. Su vida también.
Mujer del poeta británico Ted Hughes, quien la abandonó por otra mujer no exenta de poder de fascinación, Assia Wevill (¡con semejante nombre, ya podría!), que se suicidó poco después de que también lo hiciera la propia Sylvia.
He aquí el poema Morning song, de su poemario Ariel, acompañado de una traducción al español. Es poderoso, espléndido y sugerente. Tiene imágenes sarcásticas y casi brutales («like a fat gold watch»), metafísicas («your nakedness / shadows our safety»), espectacularmente poéticas, como la nube que contempla su propio borrarse por obra del viento, o irónicas, como ese fantástico «cow-heavy and floral».
Love set you going like a fat gold watch.
The midwife slapped your footsoles, and your bald cry
Took its place among the elements.
Our voices echo, magnifying your arrival. New statue.
In a drafty museum, your nakedness
Shadows our safety. We stand round blankly as walls.
I’m no more your mother
Than the cloud that distils a mirror to reflect its own slow
Effacement at the wind’s hand.
All night your moth-breath
Flickers among the flat pink roses. I wake to listen:
A far sea moves in my ear.
One cry, and I stumble from bed, cow-heavy and floral
In my Victorian nightgown.
Your mouth opens clean as a cat’s. The window square
Whitens and swallows its dull stars. And now you try
Your handful of notes;
The clear vowels rise like balloons.
El amor te puso en marcha como a un gordo reloj de oro.
La partera te palmeó las plantas de los pies y tu llanto desabrido
Ocupó su lugar entre los elementos.
Nuestras voces le hacen eco, magnificando tu llegada. Nueva estatua.
En un frío museo, tu desnudez
Es la sombra de nuestra seguridad. Te rodeamos inexpresivos como paredes.
Y no soy más tu madre
Que la nube que gota a gota instiló un espejo para reflejar su propio lento
Desvanecerse en las manos del viento.
Toda la noche tu aliento de mariposa
Aletea entre las insulsas rosas rosas. Me despierto para escuchar:
Un mar remoto resuena en mi oído.
Un llanto, y me levanto a los tropezones de la cama.
Pesada como una vaca entre las flores de mi camisón victoriano.
Tu boca se abre franca como la de un gato.
El cuadro de la ventana
Se aclara y traga sus monótonas estrellas. Y ahora ensayas
Tu puñado de notas;
Las claras vocales se elevan como globos.
(Traducción de María Julia de Ruschi Crespo).
Siempre deslumbrante, Sylvia.
Lo es, aunque no siempre resulta fácil separar sus poemas de su vida y menos aún de lo que nos cuentan de su vida: las biografías de Sylvia Plath ya son toda una literatura en sí misma, y no siempre de la mejor especie, por cierto.
Un gran saludo.
Siempre es bueno recordar a la bella y frágil Sylvia.
Me alegra que compartamos este afecto literario, Luis.
Me debato entre Ariel y la prosa de La campana de cristal…
Pues sí, es un buen debate, Sandra.