Como la primera vez que los leí, los capítulos titulados Un drama familiar, del cuarto volumen de las memorias de Alexánder Herzen, han vuelto a estremecerme. Buena parte de este volumen ―su vida entre 1848 y 1855― lo consagra Herzen a explicarle al mundo, pero sobre todo a sí mismo, por qué su amantísima esposa se entregó a una sórdida aventura con Georg Herwegh, un poeta alemán, dizque condottiero fracasado (eran años de revoluciones), al que Herzen, con una saña que sólo los cornudos que han descubierto su condición consiguen destilar con tan prístina pureza, despedaza una y otra vez, página tras página, mordisco tras mordisco, vituperio tras vituperio. A fe mía que consigue dibujar un retrato demoledor de su ofensor. Tanta es su vileza, tamaña su iniquidad, su bellaquería, su infamia, su infantil egolatría, azuzada, arropada y encubierta por la de la propia Frau Herwegh, quien no sólo conoce su frenético idilio con Natalia (la mujer de Herzen), sino que lo ampara y estimula (al decir del burlado), que no es posible no tomar partido, compadecerse del pobre marido de tan cruel manera vilipendiado y desearle a Herwegh la más horripilante de las muertes, qué sé yo, por inmersión lenta en una tinaja de sulfúrico, por ejemplo, o devorado en vida por un ejército de escarabajos de la patata.
Para que su drama personal quede espléndidamente enmarcado en el drama histórico, Herzen arranca esta conmovedora parte de su biografía narrando su frustración y su dolor ante los horrores que se desataron en 1848, en París y otras capitales europeas, con aquella serie de revoluciones que luego han venido a conocerse como La primavera de los pueblos ―derroche de optimismo, aunque daremos por buena y meritoria la mistura de lirismo y política de la formulita (pero ojo, utópicos del mundo, que esta misma mezcla era marca de la casa de alguien como el conocido señorito fascistón José Antonio Primo de Rivera, el Ausente para sus admiradores)―. El aristócrata y acaudalado Herzen, cuya regalada vida no le impidió autonombrarse socialista y revolucionario, y no hay por qué dudar de su sinceridad ni buena fe, deja claro su dolor ante el infeliz desarrollo de esas revoluciones que no llegaron a buen puerto. La historia sufre y él también va a sufrir en su vida familiar un drama que en nada desmerecerá al histórico. Su fe revolucionaria llegará al punto de anunciar solemnemente que, una vez desenmascarada la naturaleza traidora y mendaz de su corneador, este será sometido al peor de los castigos: ser expulsado de la comunidad de hombres demócratas del mundo; una verdadera excomunión laica, por decirlo con palabras hoy de moda.
De esta sección del libro, Turguéniev dijo, con toda razón, que había sido escrita con lágrimas y sangre. Doy fe de ello.
Con una reacción que no es del todo rara en la devastada psique de un cornificado, Herzen, a la vez que sataniza al poetastro seductor, hace un esfuerzo sobrehumano ―y enternecedor― por salvar a su mujer de la infamia del adulterio y elabora, con la paciencia de un miniaturista, un robusto armazón de excusas y justificaciones para su conducta.
La descripción de las conversaciones en las que Herzen obliga (con modales exquisitamente aristocráticos ―pues de dos aristócratas se trata―) a que su amada Natalia le confiese la verdad de su adulterio es, literariamente hablando, de una mortificante efectividad, y con palabras precisas, medidas, justas, nos transmite toda la angustia y el dolor que tuvo que experimentar en aquellos trances dolorosísimos. El paroxismo de la agonía nos lo evoca Herzen cuando, habiendo escuchado de boca de su mujer, pálida como la muerte, la confesión de su adulterio, permanece unos minutos sumido en consternado silencio y luego le hace algunas preguntas más directas, de esas que solo el masoquismo atroz e insensato de un marido burlado puede desear hacer:
Quise apurar el cáliz de mi amargura hasta el último trago y le hice unas preguntas. Las respondió. Me sentí despedazado y salvajes deseos de venganza, de celos y de amor propio herido me emborracharon.
(Mi traducción de la versión inglesa. En ella se dice, literalmente, que apuró ese caliz «hasta las heces», pero nunca he llegado a entender bien esto de las heces en un cáliz).
Herzen omite decirnos que fue él quien, con su fervor revolucionario, su poco reprimida vocación de ingeniero social y su empacho de utopismo, propuso al matrimonio Herwegh vivir en su propia casa, en una suerte de comuna de dos familias. No parece que ese diseño incluyera los saltos de cama, pero hay que pensar que nuestro entrañable burlado pecó de ingenuo, trayéndose el lobo a casa y poniéndole a su mujer como dicen que les ponían las carambolas a Fernando VII: a huevo.
Con un pulso literario envidiable, Herzen narra, con precisión de cirujano, cómo vivió el penoso proceso de su cornificación, y se muestra tan implacable con el amigo traidor como generoso con su mujer. La misma pasión narradora que despliega para narrar la traición la exhibe después, contando la reconstrucción de su relación matrimonial, que acabó con la triste muerte de Natalia, amorosa y arrepentida, pues Herzen se preocupa de dejarnos claro que su mujer aceptó toda las culpas y confesó haber sido injusta traicionando al gran hombre.
Lo que pasó en verdad, no lo sabemos, porque dar por buena la versión de un marido burlado en estos casos sería, también lo sabemos, ingenuo hasta el sonrojo. Ni su versión, ni la de Natalia Herzen o la de Georg Herwegh, si es que las tuviéramos, nos explicarían lo que aconteció. Al cabo, fue una vulgar historia de maridos, mujeres y amantes, como millones de historias iguales. Lo que pasa es que estas historias son vulgares para todos menos para los implicados. Para ellos, y sobre todo para los ofendidos, sus dramas son únicos e intransferibles, y no por sabidos, menos dolientes.
Lo que hace Herzen es escribir su drama con una prosa magistral y conmovedora.
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Mi edición de esta obra es la de Faber and Faber, con traducción del ruso al inglés de Constance Garnett.
Hay una edición en español publicada por Tecnos, que no he leído. Se titula «Pasado y pensamientos», con selección y estudio preliminar de Olga Novikova y traducción de la propia Novikova y José Carlos Lechado. En la contraportada de esta edición se lee una cita que atestigua que Herzen era menos ingenuo de lo que parecía y que quiero reproducir:
El socialismo se desarrollará en todas sus fases hasta que alcance sus propios extremos y absurdos. Después, un grito de negación brotará de nuevo del titánico pecho de la minoría rebelde. Una vez más se entablará una mortal batalla en la que el socialismo ocupará el lugar del conservadurismo actual y será derrotado por una futura revolución que aún no podemos atisbar […]