Un conocido tertulio radiofónico se quejaba amargamente del reciente cambio horario. La queja, que comparto, se repite ritualmente cada año. «¡Nos roban una hora!», se dice. Pues sí. Nos la roban.
Pero es mucho más que eso: la modernidad (y su secuela: la post-eso-mismo), nos roba el tiempo a mansalva. Se refería a ello Manuel Arias, en su blog Torre de marfil (en «Revista de libros»), hablando de la polémica entre aceleracionistas y deceleracionistas (o lentificadores, si preferimos).
La aceleración es el meollo que explica la modernidad y, a la vez, la gangrena que amenaza con destruirla. De eso va el libro del sociólogo alemán Harmut Rosa, Social acceleration. A new theory of modernity. La sensación, ya universal, de vivir en una carrera sin fin que no puede ganarse. El control del tiempo como clave de la organización social y también de poder y dominio. (¿Dónde se regula el tiempo más rígidamente que en las cárceles, los ejércitos y las escuelas?).
La necesidad de gestionar y coordinar varias cosas a la vez (y no estar loco): (i) nuestro tiempo cotidiano,
¿Cómo me organizo para terminar el informe para el cliente, llegar a tiempo al dentista, revisar mi muro de Facebook (¿el de las lamentaciones, tal vez?) y no perder mi hora de gimnasio? Agobio.
(ii) nuestro tiempo biográfico,
¿Cómo planifico mi vida para dejar encarrilado el futuro de los niños y mi jubilación? Incertidumbre.
y (iii) nuestro tiempo histórico,
¿Cómo respondo —acato o me rebelo— contra lo que nuestra época exige de mí (como persona, como ciudadano…)?
A estos tres planos del tiempo en nuestra vidas, añádase un cuarto: un tiempo sagrado, que abarca a la vez el tiempo lineal de nuestra biografía y el de la historia misma, establece su principio y su final y las engloba en un devenir intemporal que permite, a su vez, resolver la lacerante tensión que existe entre el tiempo limitado de nuestra vida y el tiempo ilimitado del mundo. Otra explicación de la religión. (Uf, vaya parrafito de coña que me ha salido).
¿Un lío? Vamos a decirlo, con Rosa, de otra manera:
El tempo de nuestra vida social exprimenta:
(i) una aceleración tecnológica sin precedentes, que se hace evidente en cosas como el transporte, la producción y la comunicación, por ejemplo,
(ii) una aceleración de los cambios sociales, que repercuten en la vida personal, en la de las instituciones sociales y en la cultura misma y
(iii) una aceleración del ritmo de nuestras vidas, llevándonos a todos, cada vez más, como puta por rastrojo y contradiciendo las grandes esperanzas que se tenían en que la tecnología iba a regalarnos cada vez más tiempo y a hacernos cada vez más libres.
A otro perro con ese hueso. Que vamos de culo, vaya. Mas de culo que nunca antes.
Sí. Parafraseando a un encolerizado Augusto que le pedia a gritos a un ausente Quintilio Varo que le devolviera las legiones perdidas en la batalla de Tauteburgo, tenemos derecho a gritar: ¡Devolvednos nuestro tiempo, hijos de la gran patraña!
Y ahora, el apunte optimista: Leyendo, leyendo como hay que leer: despacio, con gozo… le arrancamos de las manos a la modernidad buena parte del tiempo que nos roba.
–Ya, pero es que… ¡no tengo tiempo de leer!
Con declaraciones como esta, aparentemente inocuas, se van abriendo las puertas del infierno. Ustedes verán.