En la anterior entrada hablaba de la aceleración del tempo social como rasgo dominante de la modernidad y de su temible consecuencia: la reducción de nuestro propio tiempo, saqueado por el nuevo orden de cosas.
Me topo ahora, en la lectura de Cyrill Connolly que me agita estos días, con este párrafo estremecedor en el que, avant la lettre, ya alertaba de más consecuncias nefastas de la denunciada y enloquecida aceleración. (La traducción es mía):
«El poeta chino se nos presenta como un amigo, el poeta occidental como un amante», escribe Arthur Waley; pero el prosista occidental también solía presentarse como amigo […] En los círculos de Johnson, de Walpole y de Madame du Deffand o de los Enciclopedistas nadie podía vivir sin su amigo. Los amaban, y hasta un filósofo misántropo como La Bruyère podía ponerse sentimental con el asunto.
[…] Hoy la industrialización del mundo, el Estado totalitario y el egoísmo materialista han terminado con la amistad. Primero por acelerar el tempo de las comunicaciones hasta el punto de que ya nadie es indispensable; luego por imponerle tales exigencias al individuo, que la camaradería ya sólo puede darse entre colegas y únicamente durante el tiempo que dure su colaboración; finalmente, por realzar aquello que es, esencialmente, egoísta y malo en la gente […] Hemos desarrollado la simpatía a expensas de la lealtad.
Para completar el sombrío cuadro, Connolly dice también algo terrible sobre la fraternidad, una de las tres palabras mágicas de la Revolución francesa, hoy caída en el olvido, suplantada por la ubicua «solidaridad» (ayer, en una tienda, vi una gran cesta con «calcetines solidarios» (sic). Habla Connolly:
La Fraternidad es el soborno que el Estado le hace al individuo. Es la única virtud que puede proporcionar valentía a los miembros de una sociedad materialista. Toda la propaganda estatal exalta la camaradería porque es el sentido gregario y el olor de rebaño lo que mantiene a la gente sin pensar y la lleva a aceptar la destrucción de sus vidas privadas. Problema para los escritores orgánicos o para los artistas en sus cementerios de guerra: ¿Cómo convertir la Fraternidad en emoción estética?
Dejando a un lado el sarcasmo de la pregunta final, el párrafo es aterrador. Me armo de valor y sigo leyendo.

by Henri Cartier-Bresson, bromide print, 1939