El porno y la lírica

21 julio, 2014 — 3 comentarios

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Leí hace unos días una entrevista a Josep del Hoyo, ornitólogo (¿quién no ha querido, de mayor, ser ornitólogo, filibustero o maquinista de tren?) y editor, en la que le preguntaban cuáles son los pájaros más bellos del mundo. Respondió que la familia de las aves del paraíso de Nueva Guinea, grupo que reúne a unas 40 especies, cada cual más hermosa. Tan vistosas son estas aves que no cabe imaginar que tales galas procedan de una azarosa veleidad artística de la naturaleza.

Explica Del Hoyo que las aves del paraíso no tienen en su hábitat predadores y además disfrutan de abundante comida, lo que implica que su supervivencia no depende (ni ha dependido en los últimos muchos milenios) de la habilidad para escapar ni de la de encontrar alimentos. En otras palabras: su selección genética se basa casi exclusivamente en la seducción. El macho más vistoso, sin necesidad de alardear de fuerza o astucia, se lleva al huerto (paradisiaco) a la hembra. La belleza en estado puro, el puro delirio de la belleza.

Cuando uno lee esto, lo asalta (o me asaltó a mí) un montón de preguntas envueltas todas en un celofán irónico. Vamos a ver si las vamos viendo:

  • ¿Cabe deducir que toda la belleza (vamos a dejarlo, por simplificar, en la exuberancia) de los seres sexuados es una estrategia reproductiva?
  • ¿No queda ni un pequeño margen para la ensoñación lírica?
  • ¿Es la lírica un subgénero del porno?
  • ¿Y qué relación guarda la belleza con el desarrollo de otras cualidades supuestamente seductoras?
  • ¿Los humanos excepcionalmente guapos (incluso si no son rubias) están condenados a la estupidez?
  • ¿Un físico apabullantemente atractivo puede convertirse en un obstáculo para ligar? (Venga, que también la retórica tiene derecho a su huequecito).
  • Como tal obstáculo, ¿no potenciará paradójicamente el desarrollo de otras cualidades?
  • Frente a la contundencia obnubiladora  de los plumajes de las aves del paraíso, ¿cuántas estrategias adaptativas no habremos perseguido los humanos para conseguir que cualquier mindundi (o mindunda, claro, faltaría más) legue sus genes a la posteridad?
  • ¿No huele la vistosidad de las aves del paraíso a engañifa?
  • ¿Es esa sospecha un mero prejuicio moral?
  • ¿Dónde está la ganancia entre tanto plumaje? A fin de cuentas, las hembras no van a poner huevos con hijos más fuertes o más listos, sino pollos cada vez más emperifollados… y hembras cada vez más exquisitas, catedráticas de danza y estética evaluando, décima arriba, décima abajo, el espectáculo de ensueño de su cortejo.

Al «comprender» el porqué evolutivo de estas aves, ironías aparte, sentimos también la satisfacción cientifista de la explicación racional superponiéndose aquí a ese misterio que es la belleza en todo su esplendor. Pero, ay, cuidado con el encanto de lo racional… Ese racionalismo les ha jugado muy malas pasadas a los viejos evolucionistas, sobre todo cuando se han empeñado en (de)mostar que el ser humano está sentado precisamente en la cumbre de la pirámide evolutiva, que es el rey de la creación (o del mambo ―ya tú sabes, papi, tremendo rumbón―)… precisamente por su desarrollo intelectual.

Las nuevas y apasionantes revisiones del darwinismo nos cuentan que el progreso evolutivo da continuos golpes de ciego, inaugura callejones sin salida y no avanza triunfante hacia «lo mejor», hacia la complejidad, sino solo a saltos azarosos y hacia la diversidad. Puestos a maravillarnos, lo pasmoso no es la llamativa solución de las aves del paraíso, sino la difícilmente concebible variedad de aves, de todas las aves: el cóndor y el gorrión. Y de todos los seres, animados e inanimados.

Y ahí saltamos de la lírica contemplativa a la filosofía: ¿qué sentido, indescifrable, tendrá tal diversidad? ¿Por qué hay algo, hay tanto, en vez de nada? (Lo dije hace poco en uno de mis tuits «transcendentes»: There is just too much of everything). A eso se refería el rumano Cioran cuando nos gritaba que el verdadero misterio terrible no es la muerte, sino el nacimiento, el abandonar la nada para llegar al algo. Eso mismo se preguntaba Heidegger allá por 1930, con el oscuro estilo de su oscura ontología.

A pocos metros de su ventana, en Friburgo, un mirlo preclaro cantaba ajeno a toda metafísica.

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3 comentarios para El porno y la lírica

  1. 

    Deliciosa crónica. La disquisición y la retórica me hacen pensar que por suerte no soy pájaro del paraíso ni rey del mambo.
    Y sí, la evolución tiene sus veleidades.
    No hay depredadores ni hambrunas, no hay otra cosa que embellecerse para poder gozar, perdón repdroducirse y mejorar la especie. Prefier tener que luchar día a día por sobrevivir, genes de cazador. 🙂

    • 

      Mis pasadas, e intensas, experiencias caribeñas me hacen creer que, en estos asuntos, vosotros tenéis una visión de la vida particularmente rica y «alborotada» 🙂

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