Longtemps, je me suis couché de bonne heure. (Hablando de traducciones).

30 junio, 2013 — 7 comentarios

Longtemps, je me suis couché de bonne heure.

Así arranca uno de los mayores monumentos de la literatura moderna, y no creo exagerar si digo también que de todos los tiempos: À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust. Un inmenso regalo para todo lector; inmenso en calidad, y también en cantidad, pues, contraviniendo la regla general, el placer que proporciona es duradero, y nos llega, a veces en avalanchas, y a veces con el tintineo sutil de un arroyo repicando sobre los cantos de su lecho, a través de 7 volúmenes y miles de páginas. Un único, pero gran dolor: que pese a sus dimensiones, casi mitológicas, también se acaba.

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Lo hace, por cierto, de una manera genial, como si el autor supiera  que va a dejar a sus lectores llorando en el desamparo, tras haberlos metido, sin posibilidad de salida, en su universo, durante páginas y páginas, es decir, durante semanas y semanas.

Se diría que el último capítulo del séptimo volumen fue escrito inmediatamente después del primer capítulo de la obra, el que comienza, justamente, con  Longtemps, je me suis couché…  Al final de tantos miles de páginas leídas, el narrador nos dice que debe ponerse manos a la obra y escribir el libro que acabamos de leer (dormirá de día, nos dice, y trabajará de noche, y su libro, si la Muerte lo respeta, será tan largo como Las Mil y Una noches).

Pero, en realidad, yo quería hablar de traducciones y traductores. Los que no pueden leer una obra admirada en su lengua original, deben recurrir a las traducciones. Del monumento de Proust tenemos la suerte de disponer de varias. Hablaré ,brevemente, de las tres realizadas en España, aunque también están las argentinas de Menasché y Estela Canto, por ejemplo.

Mi aventura proustiana comenzó hace muchos años, leyendo la traducción de Pedro Salinas, que después completó Consuelo Bergés, y creo que hice mal, porque pudiendo leer francés con un nivel de competencia más que razonable, habría debido tirarme a por el original antes que nada; pero no lo tenía a mano, no estaba en las librerías de mi ciudad, no existía Internet ni  Amazon…  en fin, ya sabéis.

La versión original la leí años después, y fue una revelación que la versión de Salinas, muy estimable (a medida que pasa el tiempo la aprecio más y más), no había sabido procurarme. (Hay que tener en cuenta también, claro, que no se lee igual a los veintitantos que a los cuarenta y algunos).

Ahora que se acercan tres semanas de vacaciones (y que han pasado casi veinte años más… ¡otra vez veinte años!), me preparo para leer de nuevo À la recherche…, esta vez en ración doble, pues pienso ir disfrutando, simultáneamente del texto original y de la traducción de Carlos Manzano.

Antes de decidirme por esta traducción, he hecho mis deberes, pasando unos buenos ratos en mi librería de cabecera, cotejando las tres traducciones citadas (Salinas, ya leída, Armiño y Manzano).

La de Pedro Salinas me gustó, aunque tiene un sabor antañón que a veces la hace extraña o lejana.

Así traduce Pedro Salinas el arranque de este prodigio literario:

Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo» . Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V.

Nótense algunas cosas: “bujía”, una voz que recuerdo de mi infancia, pero que hoy, al menos en España, todos conocemos como “vela”. Es verdad que Salinas se mete en la piel del original “bougie”, y también que era una voz en pena vigencia cuando hizo su traducción, pero tampoco aquí el tiempo pasa sin dejar su huella, y el lector del siglo XXI no puede no notarla.

Y después tenemos todos esos enclíticos: “cerrábanse”, “despertábame”, o expresiones como “tan presto”, o ese “ni tiempo tenía”, que nos evoca el célebre “la del alba sería”. Sin duda, esta forma de escribir se corresponde con el lenguaje culto de principios del siglo XX, cuando Salinas tradujo la obra, pero hoy le transmite al lector una distancia que no me parece que se la transmita, de manera tan neta, el texto de Proust a un lector francés moderno.

Mauro Armiño nos presenta lo siguiente:

Me he acostado temprano, hace mucho. A veces, nada más apagada la vela, mis ojos se cerraban tan deprisa que no tenía tiempo de decirme: ‹‹Estoy durmiéndome››. Y media hora después me despertaba la idea de que ya era hora de buscar el sueño: quería dejar el libro que aún creía tener en las manos y matar mi luz; no había dejado de reflexionar sobre lo que acababa de leer mientras dormía, pero esas reflexiones habían tomado un giro algo peculiar: me parecía ser yo mismo entre Francisco I y Carlos Quinto.

Aunque comparé las tres traducciones en varios pasajes, este fragmento inicial me sirve para explicar por qué he descartado esta traducción.

La primera, en la frente: “Me he acostado temprano, hace mucho”, me parece, sencillamente, desacertada, y que no recoge la idea, por otra parte muy sencilla y sin revueltas, que quiere presentarnos Proust: la de que durante mucho tiempo el narrador había desarrollado la costumbre de irse a la cama tempranito, de no trasnochar, vaya. La frase, en francés, es clara como la luz del sol. La versión de Salinas también lo es, como lo es, aunque de otra manera y por otros procedimientos, la de Carlos Manzano, pero este “Me he acostado temprano, hace mucho”. (¿) Dejo a la intuición y experiencia del hablante nativo, el juicio sobre lo extraño de esta frase, para expresar que alguien había estado acostándose pronto durante una buena temporada, hasta el punto de convertirse en costumbre.

Pero donde Armiño me mata es con su “matar mi luz”. ¿Matar mi luz? Por qué esa nota melodramática cuando el original dice un sencillo souffler ma lumière, o sea, apagar la vela de un soplo. ¿Quién le dice a un compañero de dormitorio “haz el favor de matar tu luz”?

Es incomprensible esta voluntad de alterar, de forma exageradamente dramática, lo que escribió el autor (y ya no es solo “matar” en vez de “soplar”, sino ese extraño posesivo “matar MI luz”, que suena… eso… a traducción, en el más benévolo de los casos).

¿Cómo trabaja Carlos Manzano?:

Durante mucho tiempo, me acosté temprano. A veces, nada más apagar la vela, los ojos se me cerraban tan deprisa, que no tenía tiempo de decirme: «Me duermo». Y, media hora después, al pensar que ya era hora de buscar el sueño, me despertaba; quería dejar el volumen que creía tener aún en las manos y apagar de un soplo la luz; mientras dormía, no había cesado de reflexionar sobre lo que acababa de leer, pero esas reflexiones habían cobrado un cariz algo particular; me parecía que era yo mismo aquello de lo que hablaba la obra: una iglesia, un cuarteto, la rivalidad entre Francisco I y Carlos V.

Sigo prefiriendo la primera frase de Salinas. Yo hubiera traducido “Durante mucho tiempo estuve acostándome temprano”, pero la solución de Manzano no traiciona lo que Proust escribió y lo que quería decirnos, de modo que ya estamos, como tantas veces, en el terreno de las predilecciones.

El resto del párrafo fluye con una naturalidad admirable y digna de elogio. Aquí no se mata nada ni a nadie, porque no hace ninguna falta, y quien pueda compararla con el original, verá que sin violentar el español, se respeta el ritmo, la “respiración” de Proust de un modo muy competente.

En cualquier caso, estamos hablando de que el lector hispano que no lea francés, tiene a su disposición varias traducciones solventes, dejando a un lado las preferencias de cada cual. Hay, sin embargo otras obras, sobre todo en lenguas menos conocidas, cuyas traducciones (con frecuecia, traducciones de otras traducciones) son verdaderas atrocidades. Un día de estos os presentaré, para vuestro asombro y diversión, algunas comparaciones de traducciones al español de la misma obra de Tolstói, y os frotaréis los ojos.

Y seguiré hablando, en futuras entradas, de traducciones y de traductores, tan injustamente postergados por la industria editorial, y que sólo últimamente empiezan a ver reconocido su importante trabajo y su papel.

7 comentarios para Longtemps, je me suis couché de bonne heure. (Hablando de traducciones).

  1. 
    Feña Rivera Uribe 5 abril, 2019 a las 22:51

    Agradecidísimo. Estaba tostado hasta las patas por haber recibido, sin haber hecho una búsqueda mínima con antelación, la lamentable versión de Armiño. Lo primero que hago siempre, ya teniendo una traducción en mi poder, es descargar la obra en su idioma original y comparar nada más las primeras páginas, pues domino pobremente el francés: la calentura que venía a continuación era cantada. Por desgracia las páginas web de venta no suelen ofrecer una muestra de siquiera las primeras líneas de una novela, así que andaba en la de ojalá no cagarla otra vez; afortunadamente me topé con usted. Si bien creo que hay un uso excesivo de comas por parte de Manzano, generando pausas que Proust sencillamente no proponía, el texto en sí (dialéctica sobre todo) es indiscutiblemente el más fiel al original. Acabo de recibir los siete tomos traducidos por Manzano, por ello acá vengo a manifestarle mi gratitud. Saludos desde Chile.

  2. 

    estoy leyendo la recherche de salinas y de berges con la versión de moncrieff al lado y el francés original de proust del otro y me asombran tantas diferencias, aparte de la delicadeza requerida del lenguaje que comentas tan bien (quiero conseguir la traduccion de manzano), como los pedacitos enteros faltantes que completan las ideas de nuestro buen amigo marcel, y me da mucho coraje que los omitan, ¿por qué?

  3. 

    Me alegra ver que mi blog te va a ser útil, y te agradezco tus palabras, que me dan mucho ánimo.

  4. 

    Lecciones de traducción. De literatura de la buena. me alegro haberme tropezado contigo. Un honor y repito: un tremendo gusto leerte.

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