Todo escritor pasa por ello: cuando un conocido lee alguno de tus escritos de ficción, ve en el protagonista un trasunto tuyo; en el narrador de la historia oye tu propia voz; en lo que cuenta cree adivinar episodios de tu vida y por detrás de lo que dice —astuto y sutil lector— descubre tus opiniones e ideas sobre la vida y el mundo. Es inevitable, qué se le va a hacer.
Al principio uno se esfuerza por desfacer el entuerto y explicar que ni la novela está contando tu vida, aunque se lo pueda parecer, ni el narrador eres tú. Hacen como que te entienden y te creen… pero quiá. «A otro perro con ese hueso», sabes que están pensando.
Esta peligrosa confusión de identidades entre autor y narrador afecta también, aunque en menor grado, a muchos lectores, aun cuando lean obras de escritores que no conocen, sobre todo si estos escritores han transcendido el umbral del anonimato y son famosos y consagrados. (Y no estoy diciendo que la biografía del autor no tenga nada que ver con qué o cómo escribe. Aclaración que debería ser innecesaria pero que suele necesitarse)
Un texto narrativo es uno en el que alguien, un narrador, cuenta una historia; pero como en la mente del lector (hablo del lector no especialista en temas de teoría y crítica literaria y de narratología), quien cuenta una historia es quien la ha inventado y la escribe, la confusion entre narrador y autor está servida de manera casi natural, y por eso, precisamente, harto insidiosa y llena de asechanzas.
Yo parto de una idea que tengo por muy cierta: el autor físico de una obra literaria, su biografía, sus andanzas e ideas, interesan a la historia de la literatura, pero no a la teoría de la narracion (narratología), ni debieran interesar al lector, en tanto que lector de literatura. Y no sólo no deben interesarle, sino que con mucha frecuencia lo confunden y desvirtúan su lectura de la obra. En realidad, cuando una obra es verdaderamente buena creo que el lector acaba pronto por olvidar al autor para sumegirse de lleno en la creacción artística. Solo cuando la obra no llega a esas alturas de calidad o cuando se hace, voluntariamente, una lectura ideologizada de una obra literaria (la que se desentiende de su valor artístico y busca solo apoyar o reforzar las creencias del lector, establecidas a priori, o derribar y vilipendiar las ideas contrarias), los aspectos biográficos del autor emergen a la superficie y lo contaminan todo.
La teoría clásica ha contribuido a reforzar ciertos errores de base como, por ejemplo, cuando ha insistido tanto en la diferencia entre narración en 1ª y 3ª personas, entre historias desde el yo e historias desde el él. Sin embargo, lo cierto es que ese famoso él narrador no existe en verdad, sino que es también un yo, pero disfrazado.
Cuando en mi novela (en vías de publicación) Tulipanes y delirios se lee:
Los fulanos se llamaban Dragomir y Vuc y sus miradas eran sombrías, y la mengana, la pantera, se llamaba Nina Vitorovic.
hay que notar que existe un agente hablante que no se nombra a sí mismo, pero que es real e insoslayable y que si lo hiciera tendríamos que leer:
Yo narro que los fulanos se llamaban…, etc.
A partir de esta constatación podemos ver mejor la falsedad de la distincion entre narracion en 1ª y 3ª personas. Veamos. En Tulipanes y delirios hay una oración que se corresponde con una narración en 1ª persona (y dejemos de lado ese extraño e inexistente femenino, cisnesa, que tiene su razón de ser en la historia contada).:
Nuestros ojos permanecieron clavados en las nalgas de granito de la cisnesa.
Si la narración hubiese sido en tercera persona, se leería algo como:
Los ojos de Alejandro permanecieron clavados en las nalgas de granito de la cisnesa.
Pero en realidad, a poco que se piense se ve que, habiendo un narrador que habla y emite esas frases, su forma completa y verdadera sería, en ambos casos:
(Yo digo que) nuestros ojos permanecieron clavados en las nalgas de granito de la cisnesa.
(Yo digo que) los ojos de Alejandro permanecieron clavados en las nalgas de granito de la cisnesa.
Es decir, que la diferencia entre 1ª y 3ª personas no radica en el narrador, sino en el objeto de lo narrado. En el primer caso se habla sobre nosotros (una 1ª persona plural que incluye al narrador), y en el segundo se habla sobre un tercero, Alejandro, distinto del narrador. Este último caso es típico de un narrador externo (NE), que no forma parte de la hisoria narrada, mientras que el primer ejemplo supone un narrador personaje (NP), que narra desde dentro de la historia.
En ambos casos, no obstante, el buen lector debe hacer el esfuerzo de no identificar autor con narrador, so pena de ver la historia tergiversada y desvirtuada. Por eso sostengo que leer biografías de escritores a los que se piensa leer después, es una actividad de alto riesgo: la confusión está servida.
Es verdad que hay obras en las que el autor ha contribuido, más o menos conscientemente, a desdibujar esa importante frontera (que existe siempre, aun contra el deseo del escritor) entre uno y otro. Así Proust, en su gran novela, hace que el narrador-personaje, Marcel (¡que encima se llama como él!) sea llamado por su nombre en contadísimas ocasiones —me atrevo a decir que una sola vez, si la memoria no me traiciona. ¡Una vez, en más de cuatro mil páginas!—. Como además es un narrador casi sepultado por una ingente galería de otros personajes notabilísimos y se pasa la novela rememorando episodios de su vida, la confusion de identidades, autor/narrador, es muy difícil de evitar.
No obstante y desmintiéndome a mí mismo (la excepción que confirma la regla y bla bla bla…), es verdad que en ocasiones hay autores que asumen su identificación con el narrador. Proust, por no cambiar de ejemplo, podría estar asumiendo, con todas las consecuencias, la identidad del narrador (como nos hace notar Sherban Sidéry en su breve ensayo [1] sobre la obra proustiana), cuando leemos en ella, con motivo de la muerte de uno de sus personajes principales:
Y, sin embargo, querido Charles Swann, a quien tan poco conocí cuando yo era joven y usted estaba ya cerca de la tumba, si se vuelve a hablar de usted y si pervive, quizá es porque el que usted debía de considerar como un pequeño imbécil lo ha erigido en héroe de una de sus novelas.
(La idea de Sidéry de que en este fragmento se produce la identificación de autor y narrador es interesante, aunque harto discutible: ¿por qué no puede seguir siendo el narrador, Marcel, quien habla aquí y asume o revela que ha escrito o va a escribir una novela donde se hablará de Swann?)
Distinguir entre autor y narrador es imprescindible para leer bien, y quienes pretendan conocer al autor por lo que dicen o cómo son los narradores que inventa, están jugando a otro juego: no es la literatura lo que en verdad les interesa (aun cuando lo ignoren, y me apresuro a decir que no es ningún delito, solo una perspectiva involuntariamente equivocada las más de las veces), sino la psicología— casi siempre diletante—, la historia —en su versión tertulia de bar—, o la ideología, casi siempre con su ensoberbecida pretensión de tener las claves para interpretar el mundo, la historia y las sociedades humanas y, peor todavía, a los individuos que en ellas viven.
(1)Sherban Sidéry, Por el camino de Israel. En: «En torno a Marcel Proust», selección de ensayos de Peter Quenell. Alianza Editorial. (Agradezco a la gentileza de Carmen Palomo el conocimiento de este libro).
Personalmente pienso que no te debería importar lo que piense un lector cuando tu obra caiga en sus manos. Porque, cada lector, hará una interpretación distinta de cada detalle. Ellos pensarán que lo que leen te describe a ti, de igual manera que tú podrías pensar que lo que interpretan les describe a ellos.
Recuerdo una película Anatomía de un asesinato de Otto Preminger sobre la que un crítico decía que “al verla, hace sentir al espectador inteligente”.
Si un lector, se considera inteligente y te busca entrelineas… ¿qué de malo hay?
Muchos nos consideramos inteligentes y buscamos sacar en las novelas aspectos que otros no hayan sabido extraer. Y, en esa creencia, extraemos nuestras “brillantes” conclusiones.
Creo que haces un bien a la Humanidad haciendo que alguien se sienta inteligente llegando a conclusiones que crea sólo él podría. Que sean o no ciertas esas conclusiones es harina de otro costal. Pero tampoco el lector tendrá forma alguna de confirmarlo. Es sólo parte del pasatiempo, del ejercicio que supone leer.
Gracias, Rafael. Puedo decirte que cuando escribo no estoy pensando en el lector ni en lo que interpretará: ese grado de libertad sí lo tengo.
Terminada la obra, claro que entonces me importa lo que piense (no tanto lo que inteprete) el lector respecto a la calidad de lo que ha leído.
Tu observación acerca de la inteligencia del lector es pertinente: yo siempre escribo partiendo de la base de que mis lectores son inteligentes y haciendo un esfuerzo, consciente, por respetar esa inteligencia.
Y pese a todo ello, sigo creyendo que la confusión frecuente entre autor y narrador es perjudicial para una comprensión más completa de una obra de ficción. Pero, claro, sé que también puede tener su encanto.
Yo, más que peligroso… lo veo cómico.
Una vez, una lectora y amiga mía me confesó que le había pasado. Y que, cuando advirtió su error, ella misma sintió la temperatura subir en su rostro y se sintió avergonzada.
En realidad, creo que el escritor y el lector juegan, en cualquier novela, al ratón y al gato. Y que ahí está, en parte, también la gracia.
Me explico: hay aspectos en los que el autor se muestra: asoma su patita por debajo de la puerta, y luego la oculta. Deja entrever aspectos de su personalidad.
El juego consistirá en que el lector sepa distinguirlos. Sepa diferenciar qué es mío de lo que no. Qué rasgos presto al personaje y cuáles son, por el contrario, inventados.
No es un juego de supervivencia. El ratón no corre peligro. Es más un juego de astucia en el que, como los niños, diremos si conseguimos alcanzar al ratón: » Te pillé».
Sí, ese juego, efectivamente, se produce y es una bendición, pero mientras que el lector que no conoce al autor lo practica desde la inocencia, el que sí lo conoce juega con vicios adquiridos. Y cuando hablo de «peligros», me refiero, claro está, a lo que concierne a la actividad «hermenéutica» del lector, que no tiene por qué afectar al goce estético ni a otras facetas de su actividad lectora.
En todo caso, lo que sigue estando claro es que autor y narrador son dos identidades distintas (aunque el autor siempre ande por ahí, alebrado bajo cualquier zarza), y que el lector sale beneficiado de ser consciente de este diferencia. Eso es, en esencia, lo que quería decir.
Encontrar un maestro así es una bendición. Es muy complicado todo esto de narrar en primera o tercera persona. Respecto a la ideología en la literatura, de izquierdas o de derechas, me resulta casi siempre panfleto o mesianismo. No se diferencian mucho, pero ambos me asustan. Opino que es mejor exponer. El lector mismo determinará qué pensar. Gracias por la necesaria explicación.
Gracias a ti, Ana. En eso estamos, en seguir compartiendo ideas. Un abrazo.
¡ Gracias ! Me gustó, el contenido. Que se repita