Publicado en Málaga Hoy, el viernes 10 de junio de 2016.
¡Trenes, qué lugares!
Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:
TEXTO SENTIDO
Sanz Irles. Escritor
TRENES
Los trenes atraviesan la literatura; desde que se inventaron han sido escenario de cientos de novelas. La fascinación que suscitan (quizás ya no los gélidos AVE) tiene tres posibles causas: nos acercan a alguien, nos alejan de alguien o nos prometen furtivos encuentros en el trayecto.
Los victorianos sucumbieron a su hechizo. ¿Qué contestó Sue Bridehead al protagonista de Jude the Obscure, de Thomas Hardy, cuando le propuso dar un paseo por la catedral?
Preferiría ir la estación […] Allí está ahora el centro de la vida de la ciudad. El tiempo de la catedral pasó.
George Eliot nos contó la excitación que llegó a Middlemarch con el ferrocarril.
En 1890 Zola publica su tremenda novela ferroviaria La bestia humana, anticipándose a El tren de Estambul (G. Greene) y Asesinato en el Orient Express (A. Christie), ya sin el naturalismo a cuestas.
Simenon los consagró como escenario de dramas y misterios. Tiene razón cuando, en El hombre que miraba pasar los trenes, escribe:
Si prefería los trenes nocturnos es porque adivinaba en ellos algo extraño, casi vicioso… Tenía la impresión de que las gentes que viajan en ellos se van para siempre…
¿Cómo imaginar En busca del tiempo perdido sin el tren, si hasta las guías ferroviarias tienen un papel estelar?
…hundíase Swann en la más embriagadora novela de amores, la guía de ferrocarriles, que le enseñaba los medios de que disponía para correr a su lado…
Bohumil Hrabal escribió la estupenda novela Trenes rigurosamente vigilados, ambientada en una estación de la Checoslovaquia ocupada por los nazis.
Un tren que saca de Alsacia a los desmoralizados soldados alemanes permite a Alfred Döblin, en Burgueses y soldados, una admirable hipálage:
Olvidó sus blasfemos pensamientos mientras traqueteaba junto a la viuda del primer teniente…
Patricia Highsmith narra la sórdida urdimbre de dos crímenes en Extraños en un tren.
Y, claro está, Tolstói. En un tren conoce Ana Karénina a su amante. Muchas páginas después el círculo se cierra: despechada y atormentada, se mata en una escena inolvidable:
Miraba la parte baja de los vagones, los pernos, las cadenas […] «¡Allí! —se decía, mirando la sombra proyectada por el vagón […] y hundiendo la cabeza entre los hombros, se arrojó debajo del vagón, cayendo sobre las manos; […] algo enorme e implacable le golpeó la cabeza […] Y la vela […] resplandeció con más fuerza que nunca, iluminó lo que antes había estado sumido en tinieblas, chisporroteó, empezó a parpadear y se extinguió para siempre.
Tolstói —debía de estar escrito— murió acogido en la casa de un modesto jefe de estación, oyendo los trenes pasar.