¡Ah, las sobrinas!

16 abril, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 14 de abril de 2017.

Sobre Alfred Döblin, uno de los novelistas mayores del siglo XX, y su monumental Noviembre de 1918.

(Texto sentido aparece los viernes en el diario Málaga Hoy)

2017_04_14_Ah las sobrinas

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

¡AH, LAS SOBRINAS!

Ya he hablado de Alfred Döblin y de su Noviembre de 1918. Son cuatro volúmenes que, al desmenuzar un tremendo periodo de la historia alemana, componen una multinovela  fabulosa. Anduve ayer retrasteando el segundo volumen, El pueblo traicionado. Como tengo mis libros llenos de anotaciones y signos cabalísticos, es fácil dar con los pasajes que más me interesaron. Hablaré del titulado Distracciones parisinas, que presenta un erotismo de monóculo muy de la Belle époque que ya moría.

Nos topamos primero con Anny Scharrel, quien:

Tenía en sí una vieja e inextirpable inclinación al vicio.

La doble adjetivación —una suerte de endíadis (¡ah, la retórica!)— es un recurso habitual de Döblin. Vieja e inextirpable es muy eficaz para captar la naturaleza raíz de esa inclinación. Enseguida ahondamos más en esta faceta al saber que:

No sabía existir sin el cosquilleo de una tentación, sin la sensación de resbalar.

Ya andamos cerca del pecado. Hay un hotel (¡ah, los hoteles!) y entran en escena dos sobrinas de Anny (¡ah, las sobrinas!). En ellas:

…la educación ponía barreras: las señoritas eran temerosas […] querían conocerlo todo, pero más de segunda mano

Señoritas epistémicas, ansiosas de conocimiento, hotelito, París… Oh là là. Sepamos más:

Los grandes ojos castaño oscuro miraban atentos bajo las cejas gruesas como orugas […] narices alargadas […] En la mesa, delante de ellas, hay una cubitera, botellas y tres copas.

Aparece un caballero. Hay una breve elipsis narrativa, tras la cual… el caballero tiene a la más joven, ahora separada de su hermana, en su habitación. Ante su desnudez, los rasgos grotescos de antes (orugas, narices largas), desaparecen. La varita mágica de Eros toca a la joven y ahora:

Es enteramente una niña, una niña perversa. Tiene una piel morena, un cuerpo terso y esbelto […] un bello y descarado rostro de gorrión, un rostro que no muestra ni pizca de vergüenza mientras camina desnuda por la alfombra.

El erotismo y la potencia de las imágenes se nos aparecen con un crescendo sabiamente medido. De pronto Döblin hace un brutal zoom sobre el rostro de la muchacha y nos deja boquiabiertos de admiración con una imagen portentosa:

La boca está abierta, como una cereza reventada que muestra su interior.

Esa imagen es tan asombrosa, que me paraliza unos segundos cada vez que la leo. Pero Döblin fuerza más aún su juego de contrastes (todo el pasaje está hecho a contraste limpio), y tras pasmarnos con la imagen de la cereza, salta de lo sublime a lo grotesco:

Bizquea ligeramente de un ojo. Se pone un monóculo.

El cierre.

Aunque todo su cuerpo está desnudo, la durmiente yace infinitamente casta y dulce.

Contrastes, contrastes. Procaz y casta, descangallada y libélula. Cuando se despierta, el caballero la mira ponerse su vestido negro y, cuando lo tenía a medio poner, vio a un ser de dos mundos. De las caderas para abajo, el del olor a cigarrillos y al perfume del salón de baile. El otro mundo, el de la parte de arriba, era:

…el de los pequeños pechos como capullos, el del ligero abombamiento del vientre aún desnudo […] un animalito desnudo y sin nombre, una libélula que juega, ha jugado y quiere seguir revoloteando.

Noviembre de 1918. Recuerden esta novela y si 2000 páginas no los asustan, léanla. Háganse ese favor.

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