Archivos para Erotismo

el_golem_gustav_meyrinkA principios del siglo XX Alemania es una marmita intelectual en la que hierven ideas a borbotones. A los románticos alemanes (los verdaderos románticos, por otra parte) se les había ido la mano, pensaron muchos, y para poner orden llegaron los realistas con su antídoto. Luego también estos empezaron a ser tenidos por insuficientes y romos, y llegó el expresionismo, que arremetió con furia contra románticos y realistas a la vez, haciendo esfuerzos titánicos por echarlos del pueblo o, al menos, reventarles las costuras y hasta el orgullo. De todos estos fragores, algunos reductos fantásticos pudieron sobrevivir agazapados aquí y allá, como en el caso de Gustav Meyrink (Austria, 1886-1932).

El atractivo de su novela El Golem está en su hábil mezcolanza de un estilo ágil, con dosis de visión poética, misterio, mito, personajes que cautivan, a la vez que repelen y, dulcis in fundo, un erotismo maravillosamente medido y salpimentado,una procacidad muy literaria. Sepamos ya algo de la salaz Rosina:

…al llegar a mi puerta vi que se trataba de Rosina, la hija del buhonero […] una pelirroja de catorce años.

Debí rozarla al pasar, y ella se echó hacia atrás voluptuosamente, la espalda arqueada contra la baranda de la escalera. […]

Mi corazón se agitaba ante la vista de esa sonrisa desvergonzada. […]

Sus pestañas de pelirroja me dan asco, como las de los conejos.

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¡Ah, las sobrinas!

16 abril, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 14 de abril de 2017.

Sobre Alfred Döblin, uno de los novelistas mayores del siglo XX, y su monumental Noviembre de 1918.

(Texto sentido aparece los viernes en el diario Málaga Hoy)

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

¡AH, LAS SOBRINAS!

Ya he hablado de Alfred Döblin y de su Noviembre de 1918. Son cuatro volúmenes que, al desmenuzar un tremendo periodo de la historia alemana, componen una multinovela  fabulosa. Anduve ayer retrasteando el segundo volumen, El pueblo traicionado. Como tengo mis libros llenos de anotaciones y signos cabalísticos, es fácil dar con los pasajes que más me interesaron. Hablaré del titulado Distracciones parisinas, que presenta un erotismo de monóculo muy de la Belle époque que ya moría.

Nos topamos primero con Anny Scharrel, quien:

Tenía en sí una vieja e inextirpable inclinación al vicio.

La doble adjetivación —una suerte de endíadis (¡ah, la retórica!)— es un recurso habitual de Döblin. Vieja e inextirpable es muy eficaz para captar la naturaleza raíz de esa inclinación. Enseguida ahondamos más en esta faceta al saber que:

No sabía existir sin el cosquilleo de una tentación, sin la sensación de resbalar.

Ya andamos cerca del pecado. Hay un hotel (¡ah, los hoteles!) y entran en escena dos sobrinas de Anny (¡ah, las sobrinas!). En ellas:

…la educación ponía barreras: las señoritas eran temerosas […] querían conocerlo todo, pero más de segunda mano

Señoritas epistémicas, ansiosas de conocimiento, hotelito, París… Oh là là. Sepamos más:

Los grandes ojos castaño oscuro miraban atentos bajo las cejas gruesas como orugas […] narices alargadas […] En la mesa, delante de ellas, hay una cubitera, botellas y tres copas.

Aparece un caballero. Hay una breve elipsis narrativa, tras la cual… el caballero tiene a la más joven, ahora separada de su hermana, en su habitación. Ante su desnudez, los rasgos grotescos de antes (orugas, narices largas), desaparecen. La varita mágica de Eros toca a la joven y ahora:

Es enteramente una niña, una niña perversa. Tiene una piel morena, un cuerpo terso y esbelto […] un bello y descarado rostro de gorrión, un rostro que no muestra ni pizca de vergüenza mientras camina desnuda por la alfombra.

El erotismo y la potencia de las imágenes se nos aparecen con un crescendo sabiamente medido. De pronto Döblin hace un brutal zoom sobre el rostro de la muchacha y nos deja boquiabiertos de admiración con una imagen portentosa:

La boca está abierta, como una cereza reventada que muestra su interior.

Esa imagen es tan asombrosa, que me paraliza unos segundos cada vez que la leo. Pero Döblin fuerza más aún su juego de contrastes (todo el pasaje está hecho a contraste limpio), y tras pasmarnos con la imagen de la cereza, salta de lo sublime a lo grotesco:

Bizquea ligeramente de un ojo. Se pone un monóculo.

El cierre.

Aunque todo su cuerpo está desnudo, la durmiente yace infinitamente casta y dulce.

Contrastes, contrastes. Procaz y casta, descangallada y libélula. Cuando se despierta, el caballero la mira ponerse su vestido negro y, cuando lo tenía a medio poner, vio a un ser de dos mundos. De las caderas para abajo, el del olor a cigarrillos y al perfume del salón de baile. El otro mundo, el de la parte de arriba, era:

…el de los pequeños pechos como capullos, el del ligero abombamiento del vientre aún desnudo […] un animalito desnudo y sin nombre, una libélula que juega, ha jugado y quiere seguir revoloteando.

Noviembre de 1918. Recuerden esta novela y si 2000 páginas no los asustan, léanla. Háganse ese favor.

Queridos segundones

12 febrero, 2017 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 10 de febrero de 2017.

A veces, los personajes secundarios de la literatura tienen mucho que decir.

2017_02_10_segundones

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

QUERIDOS SEGUNDONES

¿Qué les pasa a los personajes secundarios de la literatura cuando hacen mutis por el margen? ¿Qué va a ser de ellos? Un buen lector puede imaginar novelas enteras protagonizadas por estos comparsas fugaces.

Tolstói lleva lejos su cariño hacia los secundarios y pone su atención hasta en personajes que sólo aparecen para abrir una puerta o afilar una guadaña: uno era un buen bailarín, otro era diestro en aparejar caballerías, aquella se ocupaba con esmero de la educación de sus hijos. Ningún personaje es anónimo o sin alma, para Tolstói; de ellos siempre nos da detalles que sobrepasan la nimiedad de sus acciones o lo ancilar de sus funciones.

He aquí algunos de los personajes que revolotean a menudo por mi cabeza:

El enano Fajardo es un siniestro tipo que sale en La noche, novela corta y circense de Antonio Soler que nos hace pensar en la inolvidable película Freaks (La parada de los monstruos), de Tod Browning. En un texto que entrelaza la intensidad poética con la sordidez, destaca este malaje:

El enano Fajardo avanzó un paso más y se metió de lleno en el baño de luz. Tenía los ojos con más agua de lo acostumbrado […] un tipo como Fajardo, cicatriz y hiel, enano.

Desde que irrumpe en la historia no podemos zafarnos de su presencia maligna. Y, por cierto, su poder de seducción le debe mucho a su nombre (gran tema, este de los nombres novelescos) y al sintagma que nos coloca el escritor ante los ojos, el enano Fajardo, que se fragua enseguida como una yunta indestructible y enano como un epithetum constans (atención, gramáticos), sin el cual Fajardo no puede ya existir. Fajardo es el enano como Kautsky es el renegado (atención leninistas).

Celedonio es el repulsivo monaguillo que abre y cierra La Regenta. Dice Clarín, nada más empezar:

Celedonio, hombre de iglesia, acólito en funciones de campanero […] ceñida al cuerpo la sotana negra, sucia y raída […] escupía con desdén y por el colmillo a la plazuela.

Sombría descripción que nos conduce de nuevo a él, novecientas páginas después, en la última escena. Con la hermosa Regenta desmayada en el suelo de la catedral, Clarín retuerce el cuento del príncipe convertido en rana y redimido por un beso:

Celedonio sintió un deseo miserable, […] inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.

Ana volvió a la vida rasgando las tinieblas de un delirio que le causaba nauseas.

Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

Clarín consigue que este tipejo se nos haga nauseabundamente inolvidable, aunque nunca me ha parecido que este final llegue a la altura de tan gran novela.

Y por fin déjenme hablarles del hada Campanilla. Me leyeron Peter Pan, del escocés J. M. Barrie, un par de años antes de ver la película. Los de Disney se inventaron una campanilla hipersexualizada que con su figurín de diminuta Lolita y sus polvitos mágicos ha excitado la lubricidad de más de cuatro adultos retorcidos que yo me sé. Barrie, más sutil (y con los cánones eróticos preanoréxicos de principios del XX), enmarca el erotismo edénico de un vestidito de hoja, en una figura rellenita (embonpoint, dice con gracia afrancesada en el original):

… Campanilla, primorosamente vestida con una hoja, de corte bajo y cuadrado, a través de la cual se podía ver muy bien su figura. Tenía una ligera tendencia a engordar.

Tintineando de aquí para allá, convirtiéndose en un símbolo travieso y alado de los celos (casi tan real como el mismísimo Otelo), el hada Campanilla entra en nosotros para no abandonarnos nunca más, así pasen los lustros y las décadas. Ellos y mil más son mis queridos, queridos segundones de la literatura.

Vetusta erótica

23 julio, 2016 — 2 comentarios
Publicado en Málaga Hoy, el viernes 22 de julio de 2016.
También disponible aquí.

 

La Regenta es una de las mejores novelas jamás escritas en lengua española. Y además de su gran calidad literaria, su lectura garantiza unos ratos divertidísimos. No es menester añadir más, aunque he querido, en mi artículo semanal, señalar dos de sus muchos aspectos notables: humor y erotismo:

cabecera

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TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

VETUSTA ERÓTICA

La heroica ciudad dormía la siesta.

La zumba de la primera oración nos avisa: la ironía es ingrediente principal de La Regenta, novela de la mediocridad provinciana y de las desventuras de Ana Ozores, una de las grandes adúlteras novelescas, junto a Emma Bovary y Ana Karénina, aunque más panoli y sopiboba que ellas.

El humor atraviesa toda la novela y ya los desopilantes nombres de muchos personajes lo atestiguan: Pompeyo Guimarán, Restituto Mourelo, alias Glocester, Frígilis, Fortunato Camoirán, Petronila Rianzares, alias El Gran Constantino, o la jamona oficial de Vetusta, la sin par Obdulia Fandiño, ante la que rápidamente se nos pone en guardia:

Es epicurista. No cree en el sexto.

Menos atención que el humor ha merecido su erotismo, que no recorre toda la novela, pero la sazona con genialidad e interesante gradación; un imperceptible crescendo. De súbito nos llega una ráfaga de voyerismo con sutil aderezo sádico:

Desde allí veía, distraído, los movimientos rápidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer fuerza al manejar los pesados colchones. Ella azotaba la lana con vigor y la falda subía y bajaba […] En uno de sus movimientos […] Teresina dejó ver más de media pantorrilla y mucha tela blanca.

La  tensión de la escena la resuelve Clarín con un ingenioso quiebro:

De Pas sintió en la retina toda aquella blancura, como si hubiera visto un relámpago.

Y tras la ráfaga, un vendaval. Nabokov pasa por haber inventado el lolitismo literario (con permiso de Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas), pero Clarín llegó antes. Veamos al clérigo Fermín de Pas, que siempre se pone como gallina que ve lombriz con ciertas cosas, prefigurar las inclinaciones del Humbert Humbert de Lolita:

 …las niñas de ocho a diez años, anafroditas las más […] algunas rodeadas de precoces turgencias, que sin disimulo deja ver su traje de inocentes […] Mirando estos capullos de mujer, don Fermín recordaba el botón de rosa que acababa de mascar…

 ¿Turgencias? ¿Capullos? ¿Botones de rosa? ¡Don Fermín, que se pierde!

Pero cuando surge un erotismo poderoso y desbordante es el día en que la hermosa Ana Ozores, presa de uno de sus furores místicos, decide salir en procesión. Vestida de nazarena, con su sayal y descalza. ¡Conmoción en Vetusta! Pies desnudos que desatan la lujuria asomando bajo el hábito. Mujer casada atrayendo sobre sí el callado berreo de los verracos. El talento narrativo de Clarín legitima a los lectores para preguntarse cosas que él no menciona: ¿Llevará solo una enagua debajo? ¿Irá desnuda? ¿Rozará la burda tela su piel cálida, sus negros pezones sin duda erectos, su vientre terso y virginal?

Leí toda la escena con la respiración contenida, la emoción creciente y con otras alteraciones somáticas que mencionar no debo. Pura maravilla. Háganse ustedes el favor: léanla o, si ya lo han hecho, repitan.

clarin

Leopoldo Alas, «Clarín»