
Los capítulos 21, 22 y 23 del El barón rampante, de Italo Calvino, son un diamante engastado en un anillo de platino.
La novela es el anillo, de por sí un magnífico espectáculo literario. Esos tres capítulos son el diamante, un prodigio de invención, la de una historia de amor enmarcada en un realismo mágico que le da sopas con honda a unos cuantos charlatanes del boom (hay hasta un caballo que trepa a un olivo para mordisquear las hojas entre sus ramas). Estos capítulos son, por sí mismos, una de las cumbres más altas que ha producido la historia universal de la novela, un ocho mil literario.
Se cuenta en ellos la evolución de una historia de amor entre los dos protagonistas, desde unos vagos orígenes en la infancia, hasta la consumación en la edad adulta. Los personajes, las anécdotas, los escenarios… todo en ellos crea el arte que nos hipnotiza al leerlos, pero más que ninguna otra cosa, lo que obra el prodigio de estos capítulos, y les confiere su inmensa calidad, son los tres artificios narrativos, con los que el escritor construye y nos presenta lo que quiere que sepamos y cómo quiere que lo sepamos. Esas técnicas narrativas son los garfios que engastan la gema en la montura.
El primero de ellos es la repentina aceleración de la historia, que tras un ritmo más o menos sereno de casi toda la novela, de pronto sabe condensar en unos pocos párrafos un montón de años de vida. Magia.
La aceleración narrativa nos permite a los lectores contemplar panorámicamente toda la tragedia que se abalanza sobre Cosimo y Viola y que los separará definitivamente. Tragedia que ellos no desean, pero que provocan sin saberlo. Lo sabemos los lectores, pero no ellos. Vemos desarrollarse fulminantemente la tragedia de un amor roto por la impericia de los amantes en manejar el conflicto de los sentimientos; sentimientos que se callan, frente el orgullo que se expresa y produce la catástrofe. Nos dan ganas de retroceder a la infancia, al teatro de guiñol, y gritarles ¡cuidado, cuidado! a los protagonistas, al ver el mal acercárseles sin que ellos, incautos, inexpertos, inocentes a su manera, lo adviertan.
Corrió a la villa, hizo las maletas, partió sin decir nada a nadie, ni siquiera a los colonos. Cumplió su palabra. Nunca regresó a Ombrosa.
Corse alla villa, fece i bagagli, partì senza neppure dire niente ai luogotenenti. Fu di parola. Non tornò più a Ombrosa.
Esa aceleración narrativa (¡qué maravilla!, ¡qué bien controlada!) nos deja recorrer, en pocos segundos de lectura, los años que llegarán sin que estén juntos, y esa visión privilegiada produce gran tristeza y nos hace vivir anticipadamente lo que ellos vivirán el resto de sus vidas bajo la especie de la nostalgia y quizás del arrepentimiento.
Este recurso narrativo ha sido precedido de otro que también resulta muy eficaz para anclar al lector a la historia, haciéndolo cómplice de su desarrollo: la reaparición de un personaje, el rescate inesperado de una figura ya olvidada.

En El barón rampante la reaparecida proviene de los inicios de la novela misma. Se trata de Viola, la niña impertinente y tiranuela de la que el lector se despidió muchas páginas atrás, hasta casi olvidarla, y que ahora irrumpe de nuevo en la historia, con gran sorpresa, a caballo, esplendorosa amazona, siguiendo a un perro que intenta a toda costa conducirla hasta su antiguo amigo de la infancia, como si supiera que tienen pendiente esa historia de amor que en los primeros capítulos no podía desarrollarse.
Primero se reconocen ellos. Cósimo a Viola. Viola a Cósimo. Ese reconocimiento tras mucho tiempo de separación es el tercer artificio narrativo, un conocido recurso retórico —la anagnórisis— que Calvino usa aquí con singular maestría.
¡»Es ella! ¡Es ella!», pensaba Cósimo, cada vez más enardecido por la esperanza, y quería gritar su nombre, pero de sus labios solo le salía un trino largo y triste como el del chorlito.
«È lei! É lei!», pensava Cosimo sempre più infiammato di speranza e voleva gridare il suo nome ma dalle labbra non gli sortiva che un verso lungo e triste come quello del pievere.
Después es nuestro turno de reconocer a la reaparecida y, al hacerlo, los sorprendidos lectores nos sentimos inmediatamente atados a la historia. Nos sabemos dentro de ella, poseedores de sus claves; si reconocemos al personaje después de tantas páginas, que son años, ¿no es también imaginable que el personaje nos reconozca a nosotros? ¡Qué halago! ¡Qué merecido premio a una lectura atenta y devota! La reaparición de un personaje olvidado crea vínculos muy fuertes entre un lector y una novela.
Aceleración narrativa, reaparición de personajes y reconocimiento entre ellos o anagnórisis. La gran novela no son sólo tramas, palabras u oraciones perfectas; antes que eso, y más que eso, son arquitectura narrativa.
Traducciones propias.

Querido Luis, Muchisimas gracias por el envio. Felicitaciones! Lo leere. Como estas, por estos tiempos muy tristes? Un fuerte abrazo fraterno, Eugen
Estamos bien individual y familiarmente, pero tristes por lo que se nos ha echado encima. Vivo en una sensación de irrealidad. Eso no es necesariamente malo. Pero por primera vez en mi vida tengo la sensación de que el mundo que habrá después de esto ya no será el mundo que siempre he conocido. No es que fuera un gran mundo, pero, ¡coño!, era el mío, el nuestro.
Gracias, Luis. Saludos desde Panamá. Espero tu y los tuyos estén bien. Cómo se puede conseguir esa novela? Jorge
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Hola, Jorge:
Qué alegría. Estamos bien, en medio de la tormenta.
Bueno, estoy seguro de que te la podrán encargar en tu librería de confianza o de que podrás adquirirla en amazon y similares.