Grúas, elefantes y metáforas

24 abril, 2021 — 3 comentarios

Elogié por tuíter hace poco un interesante símil que se inventa Thomas Mann en La montaña mágica. Es este:

«En los muelles del puerto las imponentes grúas de vapor imitaban la tranquilidad, inteligencia y fuerza gigantesca de elefantes domesticados transportando toneladas de sacos, fardos, cajas, toneles…».

Una amable seguidora (o fologüeresa) me hizo algunas preguntas y me pidió algunas aclaraciones al respecto. Le respondo con gusto y gratitud.

En primer lugar reitero que estamos ante un símil, aunque se haya desviado de la estricta fórmula que nos enseñaron a algunos, según la cual un símil dice que A es como B. Mann no dice «las grúas son como elefantes», sino «las grúas imitan a los elefantes». Es verdad que los dos términos del símil quedan más alejados entre sí unirse con imitan en vez de mediante son como, pues en este último caso vemos que las naturalezas de ambas cosas están muy cerca por su propia constitución, es decir, que siempre están muy cerca, mientras que la imitación puede indicar sólo una aproximación temporal y dependiente de la voluntad del imitador, no de su propia constitución o esencia. Pero esta diferencia, aunque no sea baladí, no impide afirmar que estamos, en efecto, ante un símil.

Los retóricos insisten en subrayar la diferencia entre símil (las grúas son como elefantes) y metáfora (los elefantes del puerto transportando… o también las grúas, elefantes transportando…). El primer ejemplo es una metáfora implícita, pues sólo aparece uno de sus dos términos, y el segundo es una metáfora explícita, donde tenemos ambos términos a la vista y donde la frontera entre ambas figuras, metáfora y símil, queda ya muy diluida.

La distinción entre ambas figuras es a fin de cuentas bastante forzada y traída por los pelos, de modo que no veo inconveniente en explicar el símil con las categorías que se usan generalmente para explicar las metáforas desde el punto de vista de la retórica y sin entrar en puntos de vista más modernos, como las metáforas conceptuales o cognitivas de Lakoff y otras lindezas para los «adeptos a los trabajos», que dicen los italianos .

Si aplicamos la teoría de la retórica clásica al símil de Mann, tenemos lo siguiente:

Como en todo símil, ambos términos están presentes. (En esto los símiles se diferencian de las metáforas, pues algunas de ellas, las implícitas, pueden prescindir de uno de los términos, obligando al lector a un mayor esfuerzo de imaginación para suplirlo. Los símiles, por definición, siempre son explícitos). En una metáfora (y por expensión en un símil) operan los siguientes elementos: vehículo, tenor, fundamento y tensión. En nuestro caso:

  • El vehículo o término imaginario es «elefantes».
  • El término real (el tenor, como dicen los retóricos de habla inglesa) es, lógicamente, grúas.
  • El fundamento (ground) es la semejanza entre los términos, o sea, lo que estos comparten, lo que permite que la metáfora (y en menor grado el símil) funcione, es decir, que el lector la entienda y la disfrute. En el caso de este símil tenemos un fundamento razonablemente fuerte (pero incompleto, creo), que consiste en el tamaño, la fuerza y la gran capacidad de carga y transporte que grúas y elefantes poseen. A ellos se añade un elemento común más, que refuerza el símil: el hecho de que los elefantes estén domesticados y obedezcan las órdenes de su guía, igual que lo hacen las grúas del puerto, que carecen de voluntad y autonomía.
  • La tensión, por el contrario surge de las diferencias entre ambos términos, de todo aquello que los separa. En el símil de Mann la tensión es considerable: las grúas son objetos artificiales y mecánicos, los elefantes son seres vivos, los elefantes viven en la sabana, las grúas tienen su hábitat (otra metáfora, por cierto) en ciudades y polígonos industriales, etc.

Las metáforas y los símiles funcionan bien cuando hay un razonable equilibrio entre su fundamento y su tensión. Si el primero es fuerte y la segunda débil (un coche es como un carro sin caballos), la metáfora o el símil pierden interés, resultan obvios y pueriles, no seducen ni produce ningún placer estético e intelectual. Si lo exageradamente fuerte en la tensión (he roto mi águila por el dolor de escribirte mi despedida, asumiendo que el lector no tendrá problemas de llegar a la estilográfica a partir del hecho de que las águilas tienen plumas), la metáfora también corre el riesgo de resultar estéril.

Lo interesante del ejemplo de Mann es ver cómo la distinción teórica entre metáfora y símil puede tener su justificación, (aunque yo mismo acabe de decir que es una distinción traída por los pelos): el símil soporta mejor una tensión fuerte de lo que lo hacen las metáforas implícitas (las que sólo contienen el vehículo).

Si en vez de «En los muelles del puerto las imponentes grúas de vapor imitaban la tranquilidad, inteligencia y fuerza gigantesca de elefantes domesticados transportando…», Mann hubiese usado la metáfora y no el símil, el resultado habría sido algo como:

«En los muelles del puerto los imponentes elefantes transportaban…»

En este caso no es ni mucho menos seguro que la mayoría de los lectores hubiese entendido a la primera que se hablaba de grúas. Es muy probable que muchos, aunque extrañados ante esa imagen y detenidos por eso en su lectura, hubiesen pensado que podría tratarse de algún caso especial, como el desembarco de alguna compañía de circo o de animales para un zoo. Seguramente también, tras unos segundos de extrañeza y cavilación, casi todos (siempre hay tarugos) habrían terminado por entender la metáfora, pero esa dilatada pausa y reflexión para llegar a una conclusión que, en sí misma, tampoco resulta de una excepcional riqueza poética o intelectual, habría anulado todo valor literario: demasiado esfuerzo y tiempo para algo de poca monta.

Sin embargo, al plantear la comparación como un símil, con la presencia de ambos términos, la conexión entre vehículo y tenor es inmediata, el fundamento es algo mayor que la tensión pero se conserva un buen equilibrio entre ambos, y de esa inmediatez y equilibrio surge la sonrisa de complicidad del lector, quien, ahora sí, aprecia el ingenio y la chispa del símil.

Thomas Mann

No creo que Mann eligiera el símil frente a la metáfora tras haberse hecho unas cábalas como las que acabo de hacer yo. Eligió por instinto, por intuición de escritor.

«Las grúas imitaban a los elefantes» funciona. «Los elefantes del puerto transportaban…» habría sido bastante ridículo.

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