Hay autores hipertróficos al igual que los hay anémicos.
Proust es sin duda uno de ellos, de los hipertróficos, como un atlante que cargara sobre sus hombros la tradición de la novela occidental para ponderar el peso narrativo que una obra puede resistir. Escribir A la búsqueda del tiempo perdido fue una tarea (vámonos de mitos) ciclópea, tantálica y prometeica: a Proust le consumió la vida, encerrado en su laberinto como un minotauro sin más ariadnas que cientos de páginas en blanco.
Ventajas de la hipertrofia: la posibilidad de acercarse a lo inefable a fuerza de atosigar la escritura hasta sus últimas consecuencias.