Todos los conocemos, aunque no nos hayamos detenido a ponerles un nombre: son esos momentos, mágicos de verdad (¡por una vez!), en los que, de improviso, un recuerdo no buscado nos toma por asalto y se mete en nuestras cabezas sin que lo hayamos llamado y sin pedirnos permiso. Cualquier cosa puede liberarlos —son un genio en su lámpara—, sobre todo los impactos sensoriales (un olor, un sabor, un sonido…).
Entoces el pasado regresa, pero con tal furia, con tal ímpetu, con tal viveza, que se funde, indistinguible, con el presente: no recordamos, sino que revivimos. Con esa magia grandiosa e inexplicable, algunos grandes escritores han construido asombrosos edificios. Están ahí, con las puertas entornadas para que entremos en ellos cuando queramos. O cuando nos atrevamos. Continuar leyendo…