Von Keyserling: una pequeña obra maestra y tres joyas que la acompañan

16 septiembre, 2013 — 2 comentarios

La editorial Navona, a la que hay que darle las gracias por el regalo, nos ofrece Novelas bálticas, de Eduard von Keyserling, un pequeño volumen que agrupa cuatro maravillosas obras: Armonía, Aquel sofocante verano, Nicky y Un rincón apacible, traducidas por Miriam Dauster y X. Fernández .

Si tienen ocasión, no lo duden ni un instante: léanlas.

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Eduard von Keyserling

Von Keyserling, de aquellos alemanes del báltico que mantuvieron su lengua y su cultura en la antigua Curlandia (parte de la actual Letonia) y constituyeron una de las élites comerciales e intelectuales del imperio ruso, es un digno representante del impresionismo literario, corriente entregada el esfuerzo de registrar, antes que cualquier otra cosa, las sensaciones y reivindicar la imaginación, y que luchó por deshacerse de lo que tenía por contaminaciones intelectualistas. Ya he tenido ocasión de comentar alguna vez cuánta importancia doy a los detalles en la narración literaria; por eso leo con gusto obras impresionistas, porque les dedican una atención muy meritoria y esmerada.

Si tuviera que resumir en una palabra las impresiones (nunca mejor usado, el término) que me ha dejado esta maravillosa lectura (que sigue y sigue rondando en mi cabeza, zumbando como laboriosas abejas y sin querer irse), tal vez escogería «delicadeza». La prosa, propia de un escritor de aquella pequeña aristocracia provinciana de finales del XIX y principios del XX, parece el vuelo de una mariposa: liviano, ingrávido, silente y lleno de gracia; una temblorosa y titubeante gracia.

Pero esta descripción es engañosa porque Von Keyserling, pese a centrarse en contarnos las, aparentemente, superficiales penas de una aristocracia en plena decadencia, autocomplaciente y aislada, como entre gasas, del mundo en el que pululaba, toca, con mucho tino, temas que siempre importan y siempre duelen: la muerte, los celos, la familia, la zozobra ante las dudas sobre la propia identidad, el sentimiento de pertenencia.

Las cuatro novelas empiezan igual: con un pequeño viaje, ya de regreso al hogar, ya de partida del mismo para irse al lugar de veraneo. Y las cuatro tratan, en el fondo, de lo mismo: de la soledad de las personas, y de los desgarradores conflictos que abrasan el alma cuando uno se descubre extraño entre los suyos.

Hay que decir que se trata de cuatro novelas cortas; tanto que, sobre todo en el caso de las tres primeras, estamos justo en la sutil raya que separa la novela del cuento, y ya no solo por su relativa brevedad, sino porque en ellas los rasgos que distinguen las unas de los otros están desdibujados. La novela se caracteriza, por ejemplo, por la polifonía: son muchos los agentes, variados los puntos de vista, múltiples, en resumen, las voces que en ellas hablan y confeccionan la trama de lo narrado. El cuento va por el camino opuesto. Además, la novela suele avanzar en varias direcciones, con bifurcaciones frecuentes en su desarrollo y zigzagueando, mientras que el cuento, como una caballería con anteojeras, avanza resuelto en una sola dirección predeterminada.

novelas_balticas_-_coberta_webLas novelas de Von Keyserling están a caballo entre estas dos formas de narrar, excepto la última, Un rincón apacible, que sí parece ya una novela más que cualquier otra cosa.

He ido tomando notas a vuelapluma durante la lectura y prefiero ser fiel a esas primeras «impresiones» y dejarlas tal cual, antes que reelaborarlas en un texto mejor hilvanado y menos fragmentado pero también, seguramente, menos fresco. Las notas son estas:

  • El mundo rural se trata con el respeto de lo que se sabe extraño, ajeno, pero igualmente importante:

La cuadra estaba llena del cálido olor de los grandes animales yacentes. […] Se oía el ruido que hacían las poderosas mandíbulas al masticar y roznar y el que hacía la leche al manar sobre los cubos. Pues era la hora del ordeño. […] El grasiento vaho de los animales, de la leche y de los hombres producía en Félix un efecto cálido y calmante.

  • No obstante, este mundo rural es respetado, siempre que se mantenga en el lugar que le corresponde y que los límites entre las cosas permanezcan claros e inalterados.

[…] pero ahora le daba igual cuánta leche dieran las vacas. Uno no puede dedicar casi un día entero a hacer algo desprovisto de arte.

  • Y esta desconfianza de fondo hacia la naturaleza enraizada en los personajes, queda revelada sin tapujos con las palabras de la linda baronesa Nicky:

Siempre se habla de la naturaleza […] pero no hay nada que se compadezca menos de nosotros que la denominada naturaleza.

  • A pesar de centrarse en ellos, en los suyos, en esa particular clase de grandes comerciantes y pequeños aristócratas, celosos de conservar contra viento y marea su estilo de vida, Von Keyserling sabe desplegar una ironía estilizada y demoledora, como cuando el narrador de la primera novela, hablando de su mujer y la familia de esta, y tras haberla caracterizado lapidariamente con:

[…] una raza que siempre había estado convencida de que lo más selecto de la vida le estaba reservado.

la despacha con las siguientes líneas magistrales y admirables:

[…] pero su madre era una Raafs-Pelsock y solía discutir con su padre porque para ella nada era lo suficientemente distinguido. […] eran tan distinguidos que apenas podían vivir. Se extinguían. El tío Thilo no se había casado, aspiraba a ser el último conde de Elmt. Extinguirse es distinguido.

  • El voluntarismo optimista con el que algunos de los personajes encaran la vida, resulta muy revelador. Así es como una madre consuela a su hijo porque la casa de veraneo a la que acaban de llegar no reúne aún las condiciones de comodidad a las que están acostumbrados:

Sé lo que estás pensando. Todo esto es desagradable y un poco triste, porque hace frío y porque todos corren alborotando de un lado para otro, y porque la lluvia golpea otra vez las ventanas y las montañas parecen negras, y abajo, en el pueblo a oscuras, ladran los perros. Pero no hace falta que todo sea desagradable y triste si no queremos que lo sea. Podemos decir: tiritamos un poco, pero enseguida nos confortará el calor de la chimenea; la lluvia canta, acogedora, ente nuestra ventana; las montañas nos rodean como un muro protector, la tía Dina va de un lado para otro con su crujido de papeles, y abajo en el pueblo hay perros muy buenos que ladran un poco, que quieren hablar entre ellos porque se conocen unos a otros. A no ser que nosotros queramos, nada es desagradable ni triste.

  • ¡Ah, qué desazón la del joven señorito!:

¿Es que acaso no existía nada prohibido que pudiera hacer?

se pregunta, mientras yace sobre el césped en medio de un trigal.

  • Naturalmente, en una prosa tan aristocrática, toda carnalidad, toda brutalidad, debe ser razonablemente disimulada, y por eso se llega a un grado altísimo de lo que en narratología suele llamarse “aceleración”: un brusco cambio del ritmo de la narración que nos relata en muy pocas palaras lo que en realidad habría durado mucho más tiempo. El grado máximo de la aceleración sería la elipsis, donde, sin más contemplaciones se elimina algo de debería haber pasado, y que pasa, sí, pero no se nos cuenta. Cuando Von Keyserling tiene que describir el consabido escarceo entre el señorito y una criada (algo totalmente de rigueur en novelas de aquellos días en las que salían chachas), recurre a esta técnica, con finalidad claramente pudorosa, y tras habernos contado la aproximación entre ambos personajes, dice:

Margusch me acariciaba el brazo:

―Nuestro señorito está triste…

Entre excitado y febril, me aferré a ese cálido y tranquilizador cuerpo de muchacha. Entonces se entregó a mí, generosa y, en parte, por compasión.

Y se acabó: despachado un coito (o polvo, o quiqui, o coyunda…) en línea y media. Pero lo cierto es que en estas historias, en el ambiente que se describe y en el estilo del autor (vuelvo a recordar lo de la delicadeza), cualquier abandono a la carnalidad explícita habría resultado no sólo tosco como un gargajo en la cuchipanda de una primera comunión, sino una traición imperdonable al tono general en el que se narran.

Estas cuatro maravillosas historias ejercen una poderosa y misteriosa fascinación, porque nunca llegamos a comprender del todo a qué se debe: queremos avanzar, llegar al final, terminar de leerlas, pero no sabemos a qué pregunta le estamos intentando buscar respuesta. Aquí no hay un “¿quién es el asesino?, ¿se casarán finalmente los protagonistas?, ¿triunfará el bueno o será el malvado quien se salga con la suya? Aquí, mágicamente, cosquilleantemente, no sabemos qué peguntar, y tal vez por eso ardemos en deseo de terminarlas, por si apareciera la pregunta tranquilizadora.

La última de las cuatro novelas, Un rincón apacible, es, lo digo con toda convicción, una pequeña obra maestra. El narrador es un niño, frágil y asustadizo que, un poco a la manera de la niña protagonista de What Maisie knew, que Henry James escribiera veinte años antes, observa el mundo adulto de sus padres, y al presentarlo desde su perspectiva infantil, nos muestra aristas y perspectivas que no veríamos desde otro punto de vista.

Un ejemplo de la maestría narradora de Von Keyserling (que aquí tiene mucho de la técnica de Tolstoi) lo tenemos en la espectacular manera de describir el desencuentro entre marido y mujer ―de la que ya se ha insinuado antes que podría estar encaprichándose de otro hombre―, a través de los movimientos de la mano de esta, vistos, naturalmente, con los ojos del pequeño Paul:

A Paul le pareció que el padre empezaba a hablar otra vez como reconviniendo a alguien, aun cuando seguía cogiendo de la mano a su madre […] Paul observó cómo la pequeña y blanca mano permanecía inmóvil bajo la enorme mano oscura.

y un par de párrafos más adelante:

Pero la pequeña y blanca mano bajo la enorme mano oscura estaba inquieta y poco a poco fue retirándose, se liberó para arreglar algo en los rizos de la frente y ya no volvió a su sitio.

Todo este amable (aunque atormentado) mundo, confortable, burgués, decadente en el que hemos vivido durante la lectura de las cuatro novelas cortas, acaba, sin embargo, en un final verdaderamente sobrecogedor y narrado con una eficacia pasmosa y admirable, que yo, naturalmente, no voy a revelar.

Una lectura inolvidable. Léanla. No se arrepentirán.

Eduard von Keserling: Novelas bálticas. (Ed. Navona).

2 comentarios para Von Keyserling: una pequeña obra maestra y tres joyas que la acompañan

  1. 

    Estoy terminando la «Armonía». Es precioso el texto y leerlo es como volver a casa después de un viaje largo. Gracias por el descubrimiento.

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