Publicado en Málaga Hoy el viernes 11 de noviembre de 2016.
Tres grandísimos, Chateaubriand, Stendhal y Goethe, suben al Vesubio.
Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:
TEXTO SENTIDO
Sanz Irles. Escritor
VESUVIUS
El Vesubio ha fascinado siempre a los europeos. En el 79 d. C. arrasó Pompeya y creó su leyenda. Plinio el Joven fue testigo de la erupción y se la contó por carta a Tácito. Su tío, Plinio el Viejo, más atrevido, se acercó demasiado y murió.
Los siglos XVIII y XIX se infatuaron con el Vesubio. Erupciones horrísonas, estruendosas nubes, llamaradas del Averno, ¿cómo no iban a cautivar a los impetuosos del Sturm und Drang?
Grandes testigos vesubianos: Chateaubriand, Stendhal y Goethe. Divido sus consignaciones en tres partes:
El fatigoso ascenso.
Chateaubriand primero y Goethe, años después, se sirven de sherpas locales:
…la cima del Vesubio permanece en la niebla. Hago un trato con un cicerone, para que me conduzca hasta el cráter del volcán. Llega con dos mulas…
Al pie de la abrupta pendiente nos recibieron dos guías. […] Nos arrastraron, repito. Puesto que estos guías se ciñen con un cinto de cuero, al que se aferra el viajero…
Para el francés, dos mulas; para el alemán, dos guías. Stendhal, mientras, anda enfurruñado:
Ayer subí al Vesubio: fue la experiencia más fatigosa que he tenido en toda mi vida. Lo endiablado es subir el cono de ceniza…
Goethe también atestigua las dificultades, pero, más esbelto y ágil que Stendhal, no se queja.
Ascendí al Vesubio, aun cuando el día no era claro y la cima aparecía envuelta en nubes. […] Más lejos aún se sube trabajosamente al monte de cenizas. […] Finalmente alcanzamos el viejo cráter […] en dirección al vapor, cuando este se hizo tan espeso que apenas me veía los zapatos.
El ermitaño.
Los tres se fijan en esta curiosa figura que vive en las laderas del infierno, aunque Goethe apenas se ocupa de él. Chateaubriand, sí:
El ermitaño ha salido a recibirme. […] es un hombre de buena facha y rostro franco. Me ha invitado a su celda; ha puesto la mesa y me ha ofrecido pan, manzanas y huevos…
Le pide que escriba algo en su libro de visitas y el chauvinismo francés aflora incontenible cuando, al hilo de los comentarios dejados por sus compatriotas, anota ese buen gusto consustancial a su país.
Stendhal es más lapidario y mordaz:
[…] el supuesto ermitaño suele ser un ladrón […] valiente banalidad se lee en su libro de visitas, firmada por Bigot de Préameneu. […] comemos la tortilla…
Tortilla para Stendhal; pan, manzanas y huevos para un Chateaubriand más conversable. Goethe, siempre más científico y observador, no está para tortillas.
Lo terrible.
La visión del monstruo sobrecoge a los tres: cenizas, lava, humo, vendavales y brumas.
La prosa, sonora, perfecta, de Chateaubriand es superior. El volcán se le antoja una metáfora de la vida y la muerte, y compara:
…el horror de este lugar. El Vesubio, separado por las nubes de las comarcas encantadas que hay abajo, parece situado en el más hondo desierto, y el terror que inspira no lo debilita el espectáculo de una floreciente ciudad a sus pies.
Goethe, el más científico, también siente la grandiosidad ominosa:
…y así fuimos rodeando el cono, que ruge sin cesar mientras escupe piedras y cenizas. […] espectáculo grande y sublime. Primero, un poderoso trueno, que resonaba de la más profunda sima; enseguida piedras miles, grandes y pequeñas, arrojadas al aire, envueltas en nubes de ceniza.
Pero la literatura puede, a veces, pedir auxilio a la pintura. Quizás habría que leer estos testimonios mientras se admira La erupción del Vesubio, de Turner, con esas llamas furiosas que iluminan asombrosamente el cielo antes de arrasarlo todo.