Publicado en Málaga Hoy el viernes 1 de junio de 2018.
En el fondo, toda novela muestra un proceso de descubrimiento de la verdadera faz del mundo y, como consecuencia fatal, un desencanto… o algo peor.
Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:
TEXTO SENTIDO
Sanz Irles. Escritor
DERROTAS INSIDIOSAS
El asunto medular de toda novela es contar el paso de un estado de inocencia a otro de experiencia, o sea, de desconocer a reconocer el mundo como es y no como el protagonista quería que fuera. Eso, naturalmente, suena a derrota.
También caracteriza a toda novela lo que otro crítico, Northrop Frye, llamó the quest, la busca. El protagonista de toda novela busca algo: sus orígenes, su amada, un tesoro, un ideal, una venganza. Pero al final casi siempre hay una derrota, aunque se disfrace. Don Quijote —adiós aventuras, adiós grandeza— muere con su camisola de dormir, acompañado del cura y aceptando que no es el Caballero de la Triste Figura sino Alonso Quijano; el balzaquiano Lucien de Rubempré se suicida en la cárcel —Oscar Wilde dijo que la muerte de Lucien había sido el gran drama de su vida— y nuestra Regenta termina la novela siendo besada en el suelo por un repulsivo campanero:
Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por probar un placer extraño […] inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.
Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.
Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.
En esto acaban las ansias de grandeza de la inolvidable Ana Ozores.
Pero la derrota de los protagonistas novelescos no es siempre tan aparatosa o visiblemente trágica. Hay derrotas disfrazadas, más insidiosas, más ponzoñosas, más purulentas. Como la de Pierre Bezújov, por ejemplo.
Bejúzov es uno de los protagonistas de Guerra y paz y las escenas finales de la novela sugieren que él y su mujer, la inolvidable Natasha, fueron felices y comieron perdices.
Natasha, muy abiertos los ojos resplandecientes de felicidad, se le acercó despacio, agarró de pronto su cabeza y la apretó contra su pecho diciendo:
—¡Ahora eres mío, todo mío y no volverás a escaparte!
Y Pierre, antes idealista social, anticonvencional y reformador en ciernes, ahora maridito, le cuenta las insufribles penas que amargan su vida:
Pierre […] contaba lo insoportable que le había resultado en San Petersburgo asistir a veladas y comidas con señoras.
—He perdido la costumbre de conversar con las damas; es algo que, sencillamente, me aburre.
Entonces Natasha, esposa atenta, oxea con dulces palabras los pájaros de mal agüero que podrían rondar por la cabeza de Pierre:
—Es una tontería eso de que la luna de miel y el periodo más feliz es al principio —dijo de pronto Natasha. Al contrario, ahora es la época mejor.
Los lectores, que hemos seguido los pensamientos y los anhelos de Pierre durante semanas y a través de dos mil de páginas, no podemos ignorar que el final feliz de Pierre Bezújov es a costa de su orgullo, sus ilusiones y su fe. Así son las novelas.