Atención, «gore». Manejar con cuidado

27 febrero, 2015 — Deja un comentario

carteetterrotoireEstoy terminando de leer La carte et le territoire, del archicélebre, aclamado y premiado escritor Michel Houellebecq.

Me encuentro de súbito ante una breve escena de corte innegablemente gore, aunque no demasiado subido de tono. Al leerla no he podido evitar pensar en la escena gore que introduje en mi novela Tulipanes y delirios y en ponerme a pensar —con alguna ligereza por ahora, lo admito de entrada— en el papel del gore (y de la deformidad, de alguna manera), en la literatura. Como primer elemento de reflexión, se me ha ocurrido poner lado a lado (bueno, uno encima de otro) los dos fragmentos.

En ambos casos, la escena la cuenta un narrador testigo. En la novela de Houellebecq es un policía que no es el protagonista de la novela, sino un narrador de los que los narratólogos llaman homodiegéticos / «yo testigo». En mi novela la escena la refiere el protagonista, o sea que se trata de un —agárrense, que viene curva— narrador autodiegético (por su posición en la narración), intradiegético (por su situación respecto a la historia) y «yo protagonista» (por el punto de vista y el tipo de información que da). ¡Ustedes perdonen!

La decisión de introducir un pasaje de «casquería» en una novela, no es fácil para ningún escritor, a menos que se dedique al género, que no es el caso en estos ejemplos. Los motivos que haya podido tener Houellebecq podrían resultar ser más escabrosos de lo que parecen a primera vista. Su escena describe la matanza —la carnicería, a decir verdad— que un asesino ha cometido con su víctima, que no es otra que el propio Houellebecq, quien en esta novela ha decidido ficcionalizarse a sí mismo, dedicándose, por cierto, un buen montón de páginas. ¡El demiurgo ha querido inmolarse de una manera espectacular!

En Tulipanes y delirios la escena sirve para ejemplificar, de forma desnuda, la cruel y reservada personalidad de uno de los personajes, del que hasta ese momento los lectores sólo habían tenido apuntes y que aquí les muestra “todo su potencial”, pero también para establecer un apesadumbrado paralelismo entre el «gore físico» de la escena y un cierto «gore moral» que impregna toda la novela, no tanto en el plano de los personajes, considerados uno a uno, cuanto en el microcosmos que conforman todos ellos juntos. Después, claro, compete al escritor conseguir que toda esta morralla tenga la suficiente dignidad literaria para ser aceptable por el lector normalito (los lectores tarados, que los hay, son cosa aparte).

Ofrezco unas fotos del texto original, para quien prefiera leerlo en francés, y la traducción que he encontrado de ese fragmento (obra de Jaime Zulaika).

Michel Houellebecq. La carte et le territoire, (Partie III, Chap. 3)

(Antes de llegar al fragmento que reproduzco, Houellebecq nos ha deleitado un rato aludiendo a pútridos y nauseabundos olores que llegaban desde la escena del crimen).

houelle1houelle2

Y aquí la traducción:

La cabeza de la víctima estaba intacta, limpiamente cortada y depositada sobre uno de los sillones delante de la chimenea, sobre el terciopelo verde oscuro se había formado un charquito de sangre; frente a la cabeza humana, en el sofá, había la de un perro negro de gran tamaño, también segada por un corte limpio. El resto era una matanza, una carnicería, había jirones, tiras de carne desperdigadas por el suelo. Sin embargo, ni la cabeza del hombre ni la del perro estaban inmovilizadas en una expresión de horror, sino más bien de incredulidad y de cólera. En medio de los jirones de carne humana y canina mezclada, un pasillo intacto, de cincuenta centímetros de ancho, llevaba hasta la chimenea llena de huesos con residuos de carne todavía adheridos. Jasselin se encaminó hacia allí con precaución, pensando que probablemente había sido el asesino el que había abierto aquel pasillo, y se volvió; de espaldas a la chimenea, recorrió con una mirada circular la sala, que podía tener aproximadamente unos sesenta metros cuadrados. Toda la superficie de la moqueta estaba constelada de flujos de sangre que formaban arabescos complejos en algunas partes. Los jirones mismos, de un rojo que en algunos sitios rayaba en negruzco, no parecían diseminados al azar, sino con arreglo a motivos difíciles de descifrar, tenía la impresión de hallarse delante de un rompecabezas. No había huellas visibles de pisadas, el asesino había procedido con método, recortando primero los pedazos de carne que quería colocar en los rincones de la habitación, y volviendo poco a poco hacia el centro, con cuidado de dejar libre un camino hacia la salida.

 

Veamos la otra escena.

tulps

Sanz Irles. Tulipanes y delirios (Cap. 18).

… Chaparro, calvo y recio, y moviéndose como una gacela. Pura magia. Vi su cara. No se movía ni un músculo. La boca cerrada, apretada, y la mirada fija en su presa. Dos punzones por ojos. En un instante estaba en el escalón entre Sandra y el hombre, y cuando este bajó el brazo para asestar un navajazo, Jerulo paró el golpe agarrándole la muñeca con una mano y el pantalón con la otra, a la altura del ombligo. Entonces, como si fuera un endeble alambre, dobló en brazo del tipo hasta que la punta de la navaja quedó apuntando hacia su barriga y después estiró del pantalón. Se agachó un poco y cuando volvió a auparse vimos que tenía al hombre levantado por encima de su cabeza, completamente suspendido en el aire. Jerulo aguantaba todo el peso con su brazo derecho estirado hacia arriba. Cuando lo bajó, el tarado se ensartó con la navaja por su propio peso, mientras Jerulo, que seguía sujetándole con fuerza la muñeca, la movía con violentos giros, hincando la hoja más y más, rasgando piel y músculos y haciendo brotar borbotones de sangre espesa que caían sobre Jerulo como una ducha satánica, antes de formar enseguida un gran charco en el suelo. El jodido Reynaldo había soltado vaso y paño y estaba inmóvil con la boca abierta. Eddie, inmóvil también, estaba muy atento, con los ojos entornados. Miré hacia Sabine. Estaba de pie delante de la banqueta. Rígida. Sus ojos vidriosos abiertos de par en par, mirando hacia el fondo del bar, al vacío. Sin miedo en su rostro, sólo hastío. Sandra se había derrumbado y yacía a los pies de Jerulo, y la sangre del loco le caía también a ella sobre las piernas. El cateto y las rubias temblaban alebrados bajo una mesa. Tras unos segundos con el tipo ensartado sobre su cabeza, Jerulo terminó de voltearlo. Cayó de espaldas sobre una gran silla, que se partió en pedazos, y volvió a golpearse la columna contra el suelo con un crujido brutal. Jerulo, que en ningún momento había soltado la muñeca del hombre, cayó encima de él y siguió hurgándole la barriga con una fuerza sobrehumana, hasta que la navaja entera y las dos manos, la suya y la de su víctima, desaparecieron dentro del abdomen. Entonces lo oí hablar: mientras escarbaba y agrandaba el boquete en la carne, le preguntaba al moribundo, en su rudimentario holandés, si eso era lo que quería, sacarle el puño por la espalda a su Sandra. No sé cuánto tiempo estuvo ensañándose encima de aquel desgraciado. Al cabo de un rato se levantó y tiró de la mano del tipo, que aún tenía asida la navaja, dejando a la vista un horrendo pozo en el que un amasijo de vísceras bullía y se removía extrañamente, resbalando sobre su propia viscosidad y saliendo poco a poco, como leche hirviendo en un cazo, rebosando. Pero ya nada detenía el enloquecimiento de Jerulo, que metió con rabia las manos en el cuerpo destrozado y extrajo un montón de tripas chorreando sangre y repugnantes babas negras y verduzcas, y siguió estirando de aquellas entrañas palpitantes hasta que casi las tuvo a la altura de su cara.

En La carte et le territoire la geometría interviene, also sorprendentemente, como si se tratara de un esfuerzo en poner algo de racionalidad, de orden, en aquella locura:

  • recorrió con una mirada circular la sala, que podía tener aproximadamente unos sesenta metros cuadrados.
  • flujos de sangre que formaban arabescos complejos… (la geometría adquiere conciencia de la complicación de la escena y de la situación).

Ese afán por la geometría es inmediatamente puesto frente al caos y al desorden, con jirones… diseminados al azar // delante de un rompecabezas, pero una vez más aparece un retorcido deseo de orden, pues el el propio asesino quien había procedido con método, recortando primero los pedazos de carne que quería colocar en los rincones de la habitación, y volviendo poco a poco hacia el centro…

En Tulipanes y delirios, la terrible escena la cuenta el narrador, pero junto a él hay otros cuantos personajes que son igualmente testigos, y cuyos puntos de vista no son omitidos por completo, sino que son aludidos, casi en flash, dando una mayor visión panorámica a la escena, que no solo se ve desde un único par de ojos.Para empezar, el camarero Rynaldo y el chuloputas surinamés Eddie:

El jodido Reynaldo había soltado vaso y paño y estaba inmóvil con la boca abierta. Eddie, inmóvil también, estaba muy atento, con los ojos entornados…

Un cliente palurdo y dos furcias también contemplan el horror, muertos de miedo: El cateto y las rubias temblaban alebrados bajo una mesa.

Y, sobre todo, está ella, Sabine (que tiene un papel agazapadamente estelar en la novela) y que también está allí «viéndolo» todo a su manera, pues es ciega: Miré hacia Sabine. Estaba de pie delante de la banqueta. Rígida. Sus ojos vidriosos abiertos de par en par, mirando hacia el fondo del bar, al vacío. Sin miedo en su rostro, sólo hastío.

En cuanto a la acción, más allá de sangre y vísceras, lo que predomina y acapara la atención, lo que irremediablemente atrae la cámara hacia él, es la cólera diabólica de Jerulo, que va hilvanando toda la escena.

En fin, que no es preciso escribir una novela gore para que haya gore.

gore

Sanz Irles. Tulipanes y delirios. S&B ebooks. 2014.
https://www.youtube.com/watch?v=VDmnRbW0Xps

Michel Houellebecq. La carte et le territoire. Editions J'ai lu. 2012.  //
El mapa y el territorio. -Trad. Jaime Zulaika. Anagrama (versión e-book
ISBN:978 - 84 - 339 - 3314 - 0

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