Si les interesa pensar sobre la literatura además de leerla, es probable que este libro les interese. Lo mejor será empezar por el final y así ya deciden ustedes si les apetece seguir.
Después de haberle dado mil y una vueltas (interesantes vueltas) al concepto de «teoría de la literatura», su historia, evolución y temas esenciales (cuando tengo el día cursilón, esto de «esencial» me pone como una moto), Eagleton nos dice que, en el fondo, la teoría, toda teoría, no es más que una empresa condenada al fracaso, y eso por dos razones, que son las siguientes:
- La teoría es el momento en que las prácticas (culturales, sociales o las que sean) entran en crisis y se ponen a pensar en sí mismas, a «pensarse», para ver cómo salen del atolladero en el que se han metido. (Eso, por cierto, las convierte en algo bastante narcisista, como advierte el propio Eagleton).
- La teoría consiste en que una práctica X se curva sobre sí misma para escudriñarse, para escrutarse las entrañas, lo que le impide un análisis con las imprescindibles dosis de desapego y distancia. Resultado: el fracaso inevitable.
No nos dice, pero cabe colegir que lo piensa, que en el periplo hacia ese fracaso pueden producirse cosas interesantes y valiosas de las que sacar algún provecho. Algo es algo.
No debemos sorprendernos demasiado. A fin de cuentas lo que Eagleton va repitiendo cada dos por tres a lo largo del libro es que
no se puede elaborar una teoría de la literatura porque, en realidad, la literatura no existe.
Bueno, sí existe, pero nadie sabe lo que es, aunque sí sepamos (o sepa Eagleton) que no es lo que se dice que es.
Si desenredamos un poco esta curiosa madeja, adonde llega Eagleton es a que la literatura no tiene la especificidad que se le supone y que más valdría aceptar eso, disolver todos los departamentos de literatura de las universidades y, en el mejor de los casos, subsumirla (otra palabreja que me sube el rijo cultureta) en algo más grande, ampuloso, vaporoso y quantumperlambrético cual las prácticas discursivas de Foucault, oh, oh.
¡Oído cocina! ¡Marchando una de prácticas discursivas!
Pero, oiga, después de todo, ¿por qué no? Quiero decir que el libro de Eagleton es lo suficientemente coherente y articulado como para que esta propuesta no sea (no del todo, al menos) una simpleza. Los que llevamos años dándole vueltas al asunto de qué cosa sea la literatura, persiguiendo nuestro particular Grial bajo la especie de esa huidiza literaturnost de los formalistas rusos, o sea, esa cosa o cosas que hacen que un determinado texto sea «literatura» frente a los que no lo son, los que somos, a la postre, unos pobres Templarios del arte palabrero, casi hemos renunciado ya a saberlo. Definir la literatura es una de las empresas intelectuales más huidizas que se conocen. Si no se han puesto nunca a pensar en ello con algo de detenimiento es probable que les parezca exagerado lo que estoy diciendo. Les pido que me crean.
Pero ya es hora de llegar al principio.
Una introducción a la teoría de la literatura del inglés Terry Eagleton es un buen libro, aunque ya tenga sus añitos (es de 1983) y le falte actualidad. Habría sido muy interesante, por ejemplo, saber qué opinaría de Eve Sedgwick, Edward Said, Lauren Berland, Giorgio Aganbem y gente así, pero el libro, como he dicho, se detiene antes. Resignación.
El autor recorre, con espíritu analítico y crítico —y con la necesaria dosis de mala uva—, las principales teoría literarias del siglo XX (aunque al principio se remonte brevemente al siglo XVIII en Inglaterra). Es decir, que no hace incursión alguna en Platón, Aristóteles o Longino, como es costumbre en otros textos de historia de la teoría literaria.
La cosa se organiza en seis capítulos:
- Ascenso de las letras inglesas
- Fenomenología, hermenéutica y teoría de la recepción.
- Estructuralismo y semiótica.
- El postestructuralismo.
- Psicoanálisis.
- Conclusión: crítica política.
La relación de la literatura con la filosofía es intensa. Por eso, con buen tino, Eagleton se extiende con generosidad, en cada capítulo, para explicar con inteligencia y notable capacidad de síntesis, lo principal de cada una de las escuelas de pensamiento enunciadas, antes de analizar de qué forma se han aplicado a la comprensión y el análisis de la literatura. Por esta razón, el libro funciona a las mil maravillas como introducción a esas escuelas filosóficas, además de a sus derivadas en la crítica de la literatura.
Eso sí: Eagleton es marxista y no lo oculta (aunque tampoco lo declare abiertamente), ni tendría por qué hacerlo. Es un marxista serio y un intelectual con las ideas muy bien organizadas, sus críticas a las diferentes teorías que va analizando son razonables y, teniendo en cuenta sus convicciones de partida, comprensibles. Es su falta de sectarismo combativo (y su humor, patente en casi cada página) lo que nos hace amena su lectura, a pesar de las numerosas referencias de corte ideológico que no siempre logran evitar el lugar común.
Aunque Eagleton no repara en ello, mirando la lista de los capítulos del libro es fácil constatar que se puede trabajar con una primera gran división que ayudaría a comprender mejor el conjunto de lo que aborda el libro:
1. Teorías de la literatura intrínsecas o “del texto”:
Formalismo ruso; estructuralismo; postestructuralismo; crítica fenemenológica.
Son las teorías que se centran en el texto y en su naturaleza formal y que definen la literatura (simplificando la cosa) como un objeto fijado e independiente formado por palabras en unas páginas.
2. Teorías de la literatura extrínsecas o “del contexto”.
Crítica psicoanalítica (en sus distintas versiones: freudiana, lacaniana, junguiana); marxismo; feminismo; postcolonialismo (que Eagleton no toca).
Son las teorías que se ocupan de la naturaleza moral de la obra literaria y de sus efectos (en la sociedad, las personas, etc.).
No me resulta tan fácil encuadrar la interesantísima Teoría de la recepción —que centra su atención en el lector y en cómo este recibe la obra literaria y lo que hace con ella al leerla— en uno u otro grupo. Parecería pertenecer a las teorías del contexto, pero contiene aspectos que la acercan también a las teorías del texto.
En cualquier caso, y esto sí lo señala con acierto Eagleton, conviene recordar, panorámicamente, que hay una gran línea evolutiva en la crítica literaria moderna en función de dónde se ponga la atención del crítico, y que podemos representar así:
Focos de la atención de la crítica literaria moderna:
Introducción (¿Qué es la literatura?)
Eagleton se detiene sobre todo en el formalismo ruso, una teoría de la literatura cuya importancia e influencia son mucho mayores que lo que parece decirnos en este capítulo, donde cede un poco a la tentación de deformar y caricaturizar algunas de las ideas de los formalistas.
Es verdad que el formalismo se desinteresa bastante del contenido de la obra literaria y se centra en su forma, en los recursos que utiliza para captar la atención del lector y constituirse, precisamente, en literatura. Uno de sus principales representantes, Roman Jakobson, lo explica a las mil maravillas en unas pocas palabras: la literatura es una forma de escribir en la que se violenta organizadamente en lenguaje ordinario.
La parcialidad y las limitaciones del formalismo ruso como herramienta de comprensión del fenómeno literario son manifiestas, pero su notable y habilísimo esfuerzo por desentrañar lo específico de la literatura frente a otras formas de escritura son, no sólo de un interés fascinante y casi hipnótico, sino también de enorme influencia, tanto por quiénes lo han seguido y creado teorías derivadas de él, como por quiénes se han creído en la obligación de desmontarlo.
Imposible no mencionar el fecundo concepto formalista de la «desfamiliarización» (ostranenie, en ruso), acuñado por Víctor Shklovsky, una de las armas secretas de la literatura y que consiste en presentar ante el lector cosas ordinarias de una forma extraordinaria, extraña, haciendo que dejen de serle familiares, lo que inmediatamente atrae hacia ellas una atención que, de otro modo, habría pasado de largo.
No es mi intención resumir aquí el libro de Eagleton, así que pasaré deprisa por los distintos capítulos antes de volver al final, por donde empecé, para concluir.
Ascenso de las letras inglesas
Se dedica a darle palos a Matthew Arnold (por trabajar denodadamente en apuntalar los valores de la clase dominante), a T.S. Eliot (por lo mismo), y nos ofrece unas interesantes notas sobre F. R. Leavis y la revista literaria Scrutiny que merece la pena leer.
Aquí dejo algunas cosas para que les llegue el aroma del capítulo:
- En Inglaterra la crasa ramplonería del utilitarismo pronto se convierte en la ideología dominante…
- La literatura […] es una ideología…
- La literatura entrenaría a las masas […] Las haría sentirse orgullosas de la lengua y la literatura de su nación. (No digan que no se lo advertí).
- Culturalmente desplazado y espiritualmente desheredado llegó Eliot a Inglaterra, y dentro de lo que se ha denominado atinadamente “la más ambiciosa hazaña del imperialismo cultural entre las que quizá llegue a producir el siglo”, comenzó a poner en práctica una labor de salvamento y de demolición de las tradiciones literarias.
- La solución de Eliot pertenece al autoritarismo de extrema derecha.
En este capítulo también se nos da cumplida noticia de la Nueva crítica norteamericana, dicho sea de paso.
Fenomenología, hermenéutica, teoría de la recepción.
La crítica fenomenológica intenta una lectura del texto que no se vea afectada por nada externo a ella. Eagleton la despacha pronto con una ristra de adjetivos cariñosos motejándola de idealista, esencialista, antihistórica, formalista y organicista.
La parte dedicada a la Teoría de la recepción me ha parecido particularmente interesante y bien trabajada por Eagleton:
- La obra literaria sólo existe en la forma que […] Ingarden llama conjunto de «esquemas» […] que el lector debe actualizar. Para hacerlo el lector aportará a la lectura ciertas precomprensiones, un tenue contexto de creencias y expectativas…
- En la elaboración de todo texto literario se tiene en cuenta al público «en potencia», y se incluye una imagen de aquellos para quienes se escribe. Toda obra contiene en clave lo que Iser llama el «lector implícito»
El capítulo nos pasea por Husserl, Georges Poulet, Heidegger, Gadamer, Hirsch (hermenéutica), Ingarden, Wolfgang Iser y Barthes (recepcionismo) y muchos más.
Estructuralismo y semiótica
Empieza retomando el tema de la Nueva crítica y desmenuza la obra de Northrop Frye antes de adentrarse en el meollo del estructuralismo, que ha hecho aportaciones fundamentales a la teoría de la literatura (la narratología, por ejemplo), pero que tiene algunas pozas insalvables.
Comparto la opinión de Eagleton de que para los estructuralistas: Mientras se conserve intacta la estructura de las relaciones internas, las unidades individuales siguen siendo reemplazables. […]El método ve con indiferencia el valor cultural de su objeto. Yo añado que el estructuralismo se desentiende por completo de la dimensión estética, y se niega a indagar sobre si la obra analizada es bella o artística. (Si, ya sé que esa negativa es de principio y que obedece, precisamente, a negarle valor a ese asunto. De eso me quejo, pues no comparto que ese asunto no tenga importancia).
En este capítulo nos encontraremos con quienes cabía esperar: Saussure, Jakobson, C.S. Pierce, Lotman, Todorov, Genette, Greimas e via dicendo.
El postestructuralismo
Desmintiendo a Saussure, el significado no es un concepto firmemente anclado a su significante, ya que se deriva (el significado) de su diferencia, su interacción (potencialmente infinita) con otros significantes.
Voilà, así en plan grueso, la tesis central del postestructuralismo. Eagleton dedica unas cuantas densas páginas a analizar qué aplicación y efectos ha tenido esta teoría en la crítica literaria. Entramos de lleno en la «deconstrucción», de modo que en este capítulo iremos de la mano de Derrida y demás compaña.
- Una teoría así de la historia como simple evolución lineal no toma en cuenta la compleja urdimbre de los signos que he estado descubriendo, el movimiento del lenguaje en los procesos reales, hacia adelante y hacia atrás, presente y ausente, lateral, etc. Esta compleja urdimbre es lo que el postestructuralismo designa con el nombre de «texto».
En mi novela Tulipanes y delirios hay, miren por dónde, una pequeña chanza sobre este asunto del «texto»:
… Alain, el gabacho semiólogo perdido en el templo y hallado entre los doctores, «¿qué haces tú aquí?», que se había tirado casi tres años fuera, «pos por México anduve de nuevo, mano. ¿Y tú que cuentas, güey?», y que había vuelto a Ámsterdam como la cabra que tira al monte. Tenía ganas de platicar, el pinche Alain, y cuando por fin le dije adieu y me fui a coger el tren, ya me había soplado seis gin-tonics seis, de la ganadería de doña Pilar Población, de vistosa divisa e imponente trapío, y qué coño, pensé, iría por Blas, fue por Blas, va por ti, Blas, maestro, picha, ehe torito, uno, dos y tres, tres banderilleros en el redondel; así que los gin-tonics fueron por Blas, al que enterrábamos dentro de cuatro días, que vaya tute que nos estábamos dando Angelona y yo organizándolo todo, y Alain, que seguía leyendo «textos», dale que te pego platicando y dándome la tabarra con Severo, que si Severo por aquí, que si Severo por allí, como si cenara en casa de Severo tres veces por semana, a partir un piñón, Severo y él, vamos, no te digo, y uno, claro, tenía que saber que hablaba de Severo Sarduy; saberlo, pero no decirlo, porque entonces se rompía el encantamiento de complicidad entre sabelotodos en el que se suponía que nos movíamos como sinuosas anguilas en al agua, según una convención que él daba por hecha; total, que muy bien, que Severo era lo más de lo plus, y sus textos, oh, ah, textos de gozo, ¡de gozo!, tu comprends bien, ne c’est pas, Genio?, y que ahora pensaba quedarse un par de añitos más por Holanda para terminar no sé qué proyecto y luego ya se volvería a su casa, por Carcasonne o por ahí, oh là là.
Psicoanálisis
Capítulo muy interesante y bien urdido, que además servirá de excelente y comprimida introducción a la teoría psiocoanalítica para quien no haya tenido la oportunidad o las ganas de adentrarse en este limo fascinante y tenebroso del inconsciente y toda la mandanga anexa. Tras asumir nuestra condición de animal neurótico y prematuro, lo que sea menester, queridos amigos.
Así pues Freud, Lacan, Norman Holland, los textos-sueño, la parapraxis, la neurosis, el deseo (ese movimiento potencialmente interminable de un significante a otro, Lacan dixit).
Resulta curioso el breve análisis psicoanalítico que se nos ofrece de la novela Hijos y amantes, de D.H. Lawrence.
Conclusión: crítica política
Eagleton, por fin, llega adonde era evidente que quería llegar, a hablarnos de las crítica marxista y feminista.
Nada les destripo si les digo que lo que pretende es demostrar, sin excesiva animosidad, eso sí, la superioridad de estas formas de crítica, eminentemente políticas, para estudiar la literatura.
Pasamos, claro, por Marx, Walter Benjamin, Julia Kristeva y aprendemos el interés de Eagleton en estudiar la literatura a partir de los efectos que produce en la sociedad. Es interesante notar, como el propio Eagleton hace, que con este punto de vista no andamos lejos de la vieja retórica (desgraciadamente postergada en la escuela and everywhere else), pues esta estudiaba los discursos y los textos para ver cómo estaban construidos con el fin de lograr ciertos efectos y propósitos.
He dicho que Eagleton, un intelectual serio, no ha pecado de sectario en su interesante recorrido por las distintas teorías estudiadas. Pero ya al final sí se le advierte una cierta intransigencia cuando, por ejemplo, censura a quienes, como yo, sin ir más lejos, apostamos por utilizar no uno solo sino varios de estos métodos de análisis al abordar una obra.
«¡Ah, no no! —parece decirnos—. Nada de eclecticismo burgués. ¡Elija, mójese!»
¿Por qué, Dr. Eagleton? Se diría que desconoce algo tan sencillo como el simple punto y aparte, que nos permite, por ejemplo, terminar una análisis formalista de una determinada obra y después continuar con un «Hasta aquí la visión formalista. Adentrémonos ahora en analizar la novela de Gordimer desde la perspectiva postcolonial…», por ejemplo.
En este capítulo la ecuanimidad de Eagleton de diluye ya un poquito, como cuando se pone a hablarnos, sin poder disimular un tono admirativo, de esas «luchas globales» que arrecian en los 60 y principios de los 70, «como las del nacionalismo revolucionario». No creo equivocarme al pensar que es el adjetivo lo que lo pone cachondo, y no dejo de sonreír ante esta cabriola que tienen que hacer muchos marxistas para elogiar y hacerle cucamonas al asunto del nacionalismo. Para un marxista serio, como Eagleton, tiene que ser un mal trago. Pobre.
Lo más tierno del libro, sin embargo, me lo he encontrado ya hacia el final, cuando Eagleton aboga enérgicamente por la necesidad de ser específicos, concretos, de ir al grano en nuestros análisis y no andarnos por las ramas.
¿Y qué es, para Eagleton, lo concreto?
Pues lo concreto, señoras y señores, lo verdadera e inequívocamente concreto es, en sus propias y concretas palabras:
…las situaciones políticas del pueblo en general (sic)
«¡¡El pueblo en general!!» ¡Aleluya!
aleluya!