Publicado en Málaga Hoy, el viernes 29 de julio de 2016.
El haiku, la captura poética del instante, lleva tiempo de moda entre nosotros. Una notable excepción en un mundo en el que la poesía está proscrita.
Hablemos de él.
Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:
TEXTO SENTIDO
Sanz Irles. Escritor
575
Cinco siete cinco: fórmula del haiku. Tres versos de 5, 7 y 5 moras (parecidas a sílabas). En nuestra métrica, una especie de tercetillo sin rima.
Si el número de quienes leen libros es exiguo, el de quienes leen poesía se expresa con un guarismo negativo. Sin embargo, el haiku está de moda, aunque me temo que a la manera del sushi. El haiku es una instantánea, un fulgor. Atrapa un relámpago de vida. Su paradoja: dar impresión de fugacidad, de captar un embrujo porque el poeta pasaba por allí, cuando en realidad es una laboriosa destilación. Su otra paradoja: portentosa libertad de imaginería dentro de normas estrictas.
Gran palabrero, Barthes llamó al haiku Supremo bien de la escritura. Su atractivo no es solo intelectual y poético; también es visual. Su brevedad permite una disposición oreada en la página. Espacio libre alrededor; aire para que respire. Sólo mirarlo recompensa y desahoga. Su tenuidad nos limpia.
La brevedad no es frecuente en nuestra lírica, pero existe, como en este poema de un solo verso del sonoro Domenchina: Laurel del esfuerzo: la muerte, o el tercetillo donde a Miguel d’Ors le sale un casi-haiku de inesperada belleza:
Anónimos y en prosa
se consumen mis años.
Qué pequeña mi vida.
Son muchas las técnicas del haiku. Comparación: Siesta de primavera. / Río abajo / cerezos en brote (los brotes son flores por despertar). Contraste: Se desenvaina / la espada Tomokiri / y canta un cuco. Asociación: Va hacia el sol / y se lleva el caballo / la sombra del monte. El wabi (pobreza y sencillez): Gorrioncillo, / quita, quita de ahí, / que pasa don caballo. Hay muchas más.
El lector de haiku advierte pronto la presencia de una palabra que indica la estación del año a que se alude. Son los kigo o palabras estacionales, de las que hay prolijas listas para uso del poeta. Lo que el lector occidental no advierte es otro elemento clave del haiku, el kiru o palabra corte, que crea una pausa en el avance hacia su comprensión; el nipófono la percibe. Casi nunca hay kiru en las traducciones, pero sí kigo:
Viento invernal.
Los ojos de los gatos
parpadean.
Gatos a la intemperie que nos hacen sentir la plenitud del invierno. Callemos ahora ante las cigarras del estío:
Tanta quietud.
El canto de las cigarras
Perfora la piedra.
En el clásico haiku de Bashô, el kiru es la palabra ya, a veces pobremente indicada con una raya en las traducciones:
Furuike ya/ El viejo estanque—
Kawazu tobikomu/ Se zambulle una rana
Mizu no oto/ El sonido del agua
Preciosa anécdota la del maestro de haiku que, leyendo un ejercicio donde se hablaba de un bosque bañado por la luna, dijo: Está bien, ¿pero por qué un bosque? ¿No basta con un árbol?
Si el haiku captura un instante luminoso, su deleite nos exige un acto de inocencia. Entonces sí, el haiku resplandece y nos hace mejores.
Una excelente explicación sobre qué es un haiku, un placer por fin encontrarla; y como, tristemente, dices es algo tratado como moda, porque la gente no investiga (por ende no lee) sobre los haiku. Saludos
Gracias por el interés y el comentario.
¿De nuestro ínclito? No, no lo hay. Hace muchos meses que no sé nada de él. Un saludote, Gra.
Los haikus siempre me estremecen el alma.. 🙂 Abrazos de luz
Gracias, Mamen.
Hay un soplo de Carlos M en este viento, la callada sombra apunteril :-). Si no lo hay, deberías ponerte en contacto con él. Le gustará tu hermosa nota. Abrazos.