Artículo publicado en The Objective, el 7 de julio de 2022. https://theobjective.com/cultura/2022-07-07/otan-lienzos/

Corrado Giaquinto, fecundo pintor rococó que vivió unos años en el Madrid dieciochesco, tiene muchos cuadros en el Museo del Prado.
Sin embargo no he podido saber si los jefes de la OTAN allí congregados han contemplado ―o visto, al menos― su Alegoría de la Justicia y la Paz. Si no lo han hecho, no se han perdido gran cosa artísticamente, pero en cuanto a la imagen (¡ah, la imagen!), ¡qué fallo de comunicación política! ¡Qué ocasión perdida de vanilocuencia pública! Esos grandes jefes, esos Toros Sentados allí de pie, Atlantes con el peso del mundo a sus espaldas (altas y agraciadas las del doctor Sánchez), contemplando con expresión experta las figuras femeninas de Justicia y Paz: dos jóvenes rizorrubicundas bien alimentadas ―sin llegar al embonpoint, que dirían los francófonos―, envueltas en ampulosas gasitas y túnicas romanas; Paz sostiene un ramito de olivo; están juntitas, arrimaditas, y a su alrededor se afanan unos angelotes nalgoncetes y mofletudos que con un fuelle atizan fuego, mientras otro sostiene en sus brazuelos un haz de pajizo trigo, («Otro escondía sus ojos bajo el ala», dice Eliot de uno de sus Cupidos en La tierra baldía); por detrás de Justicia asoma un ave malencarada (qué lejos queda / del lascivo cisne de Leda) y hay alborotados y amenazadores nubarrones de los que, no obstante, salen rayos de luz que parecen regar algo de esperanza sobre un mundo tumultuario. ¡Qué mensaje para nuestros esclarecidos líderes!
También hay que consignar que Justicia y Paz enseñan un pechito cada una y buscan besarse. Columbro un Biden agitado como gallina que ve lombriz.
Hasta aquí mi écfrasis del día.
Lo que sí hemos visto ha sido a Boris Johnson ―el bullicioso Boris de rubias guedejas― recorriendo salas del museo, en plan exquisito y conspicuo, alejado del parloteo de sus colegas y haciendo de involuntario pero eficaz jefe de claque. Boris, al cabo, es un hombre estentóreo que se sabe de memoria largos pasajes de la Ilíada en griego homérico y gusta de vociferarlos, quizás buscando compensar así el drama de no ser alto ni agraciado, que es privilegio de otros, exentos, por tanto, de aprenderse nada.

Todo este irvenir, todo este bulle-bulle de mandamases por el Prado me han traído al recuerdo un artículo del turinés Guido Ceronetti, escritor con boina y titiritero (no es metáfora: tenía un teatro de marionetas), incluido en el volumencito El monóculo melancólico, de jonjuarístico título. El texto de marras es El chino y la «desnuda».
Resulta que hace algunos años visitó Madrid, y el Prado, Li Xiannian, a la sazón Presidente de la República Popular China. Cuando pasó frente a las Majas goyescas, sobre todo frente a la desnuda, parece que maniobró de forma aparatosa para que los fotógrafos no lo cazaran demasiado cerca ni demasiado interesado en el cuadro. A partir de ese hecho pudibundo, Ceronetti arma una crítica hiriente del totalitarismo comunista chino y, algo misteriosamente, si han de saber mi opinión, se zambulle en la incompatibildad entre el marxismo y el desnudo, que, nos recuerda, ya había sido señalada por Bujarin en 1925:
Continuar leyendo…