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Palabras transparentes

9 diciembre, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 8 de diciembre de 2017.

Este artículo sobre el imposible Finnegans Wake no pretende aconsejarles que lo lean; ni siquiera defenderlo. Creo que, como al don Pedro Girón que ensalzaba Quevedo (Faltar pudo su patria al grande Osuna / mas no a su defensa sus hazañas…), le bastan sus propios méritos para cabalgar, mientras le ladra.

Es un libro que me hace feliz, y quería decirlo.

Nieve

21 octubre, 2017 — Deja un comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 20 de octubre de 2017.

Nieve hostil, los principios de Tolstoi y un poco de Pushkin.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto: 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

NIEVE

La tormenta de nieve, de Tolstoi, es una obra corta, temprana y menor en su vasta producción, aunque Turgueniev, un exaltado, la puso por las nubes. Los mayores elogios suelen hacérsele a las descripciones de la tormenta. Sí, el ímpetu descriptivo se percibe enseguida;  la belleza verbal, no; sospecho que en una traducción se pierde parte de esa belleza que muchos buenos lectores rusos le atribuyen. En todo caso, escribir una novela para describir una tormenta se me antoja desmesura.

Unos personajes de distintas clases sociales quedan aprisionados en una gran ventisca. Tolstoi indaga en sus miedos ante los graves peligros que acechan. Los campesinos de Tolstoi son más resignados y dignos que los señores. Los caballos también son resignados y nobles. Brutos. El vendaval peinazota sus crines. Hay cosacos y kalmukos y trineos y campanillas: tilín tilín. La historia empieza cervantinamente: …salí de una estación que no recuerdo ahora cómo se llamaba…

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Una carretilla

3 julio, 2017 — Deja un comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 30 de junio de 2017.

Un hipnótico poema, con alma de haiku, de William Carlos Williams.

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TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

UNA CARRETILLA

La carretilla roja, de William Carlos Williams, es un puntal de lo que se llamó poesía imaginista, origen del modernismo poético.

 

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Del imaginismo se pregona que suprime todo enfoque personal del poeta, para subrayar los objetos en los que se fija. Lo segundo es cierto; lo primero no tanto. ¿Quién elige fijarse en la carretilla y no en otro utensilio? ¿Quién lo ve bajo la lluvia y no al sol? ¿Quién, donde las gallinas y no en el establo? ¿Cómo no van a ser esas elecciones un enfoque personal del autor? Digamos que la presencia del poeta es pretextual y centrémonos en el texto (y en el lector), como tiene por costumbre este faldón. Dejemos a otros el griterío del contexto.

Hay docenas de traducciones de este maravilloso poema que, al aislar un objeto y presentárnoslo con una trabajada sencillez, parece buscar el haiku.

El punto más delicado es ese glazed with rain water. Es un error traducirlo, como hacen algunos, por mojada. Ya sabemos que la lluvia moja las cosas y si el poeta no hubiese querido ir más allá de lo obvio, habría escrito wet o damp y santas pascuas.

Yo he visto carretillas, nuevas o herrumbrosas, cambiar su aspecto bajo la lluvia. El agua, al deslizarse lentamente por sobre ellas, frenada por la fricción, las reviste de una capa transparente, alisando por completo la superficie, aunque con un pequeño grado de turbiedad; algo nacarino. No me gustan lustrada ni bruñida, pues ambas requieren una acción decidida, un esfuerzo, un frotamiento vigoroso, que nada tienen que ver con la mansa acción de la lluvia.

Satinada es una cualidad que se consigue tratando una superficie, pero tampoco recoge la idea de una capa externa y distinta de lo que cubre, como el almíbar cubre un pastel. Por eso me quedo con barnizada: convoca mejor lo que me sugiere la imagen inventada por el poeta y no traiciona por completo el original.

También he preferido entre las gallinas, en lugar del habitual junto a, para reflejar mejor lo que ha de ser una tierna escena caótica, de desorden, de revuelo en la granja, que la voz poética contempla. Ese revuelo, por cierto, lo realizan mejor las alborotadoras gallinas que los piantes polluelos que eligen casi todos los traductores.

Pero dejemos las tecniquerías tiquismicosas de la traducción. Lo maravilloso es cómo nos contagiamos los lectores de la fuerza evocadora de estos sencillos versos. Sin duda, esa carretilla fue vista mil veces, pero ese día de lluvia, esas gallinas gritonas, ese rojo casi infantil… todo eso junto rompió el dique de los recuerdos, que cayeron en tromba sobre el protagonista del poema y ahora sobre nosotros. La carretilla roja es como las moscas de Machado:

vosotras, moscas vulgares

me evocáis todas las cosas.

La carretilla es amada apasionadamente por los niños, que reíamos llenos de júbilo cuando un mayor nos metía a varios en una y nos paseaba alocadamente por el camino. Así de gozosa, aunque nostálgica, nos la devuelve el poeta. Hay que leer este poema las veces que sea menester, hasta oír el fino tamborileo de la lluvia sobre la yerba, interrumpido de tanto en tanto por el contrapunto de un grueso goterón que cae de un alero; hay que leer hasta ver el perfecto velo de agua sobre el metal encarnado y oler la tierra mojada.

Tras leer este poema, nadie puede ver una carretilla sin recordarlo. Ya lo verán.

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Dos fotografías del poeta

 

Publicado en Málaga Hoy el viernes 26 de mayo de 2017.

El gran poema del siglo XX: La tierra baldía, de T. S. Eliot.

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TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

QUE NO SE ACABE NUNCA

Hay que leer el impresionante poema de T. S. Eliot, La tierra baldía (o asolada, como prefería Borges) para tener una comprensión cabal de la literatura del siglo XX. Cuatrocientos treinta y tres versos que no se olvidan.

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De este poema colosal se pueden decir muchas cosas: es una cima de la literatura modernista; rezuma simbolismo; explora nuestros clásicos grecolatinos y los traslada, con extraña crueldad, a nuestro tiempo. A mí me basta con decir que es un poema subyugante. ¿He dicho crueldad?

Abril es el mes más cruel, hace brotar

lilas de la tierra muerta, mezcla

recuerdos con deseos…

El propio Eliot da una clave fecunda cuando habla, en un ensayo sobre Joyce, del paralelismo entre la contemporaneidad y la antigüedad.

Como todo buen libro —y más aún si es de poesía—, la clave de su disfrute consiste en no leer para terminarlo, sino, justamente, en lo contrario: leer deseando con todas nuestras fuerzas que no se acabe nunca. ¿Quién quiere ver secarse un venero de gozo?

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Un jovencísimo T. S. Eliot

Así, iremos de asombro en asombro, haciendo posada en cada verso, sin pasar al siguiente antes de hacerlo nuestro, por ósmosis o por fagocitación, deteniéndonos ante cada imagen, cada evocación, cada alusión secreta y cada referencia velada (y la sonoridad, la sonoridad, si se lee el original). Si por ventura no caemos en la cuenta de que hay versos que aluden a Ovidio o a Dante o a Shakespeare o a Nerval, o que recogen canciones infantiles (London bridge is falling down) no pasa casi nada; la fuerza del poema seguirá intacta.

El invierno nos cobijó, cubriendo

la tierra de nieve olvidadiza…

Ese maravilloso forgetful snow fecunda nuestra imaginación, antes de proseguir.

De pronto surge un grito que concentra la amargura del poema:

…Oh hijo de hombre,

no lo puedes decir ni adivinar, pues sólo conoces

un puñado de imágenes rotas, donde bate el sol

y el árbol muerto no da refugio, ni consuela el grillo

ni brota el agua de la piedra seca…

Se prefigura un apocalipsis, y este célebre verso ahonda en lo ominoso:

I will show you fear in a handful of dust.

Su traducción habitual (Te mostraré el miedo en un puñado de polvo) pierde, ay, la rotundidad rítmica.  (Hay bastantes traducciones al español. Sean cuidadosos al elegir la suya).

En otro pasaje, sombríamente (y pensando en Baudelaire) escribe:

Ciudad irreal

bajo la niebla parda

de un amanecer de invierno…

Irreal y brumosamente mitológico es casi todo el poema, aunque sorprenda a veces con sus repentinos cambios de tono, como cuando oímos la estrambótica voz de la vidente Madame Sosostris o cuando se recrimina prosaicamente a una mujer, por no haberse arreglado los dientes para complacer a su marido.

Cuando llegué a estos versos:

En la hora violeta, la vespertina hora

que nos empuja hacia el hogar y que devuelve a casa, salvo, al marinero…

recordé el Requiem de R. L. Stevenson (Home is the sailor, home from the sea) y pensé en el aire oscuro de las tormentas en el mar, cuyo secreto Eliot desentraña al haber sabido verlo violeta, color, aquí, de gran tristeza.

El poema me atrae por estar hecho de versos contenidos, racionales, pero llenos de emoción. Para escribir así hay que tener una grandísima capacidad de concentración, casi de enfrascamiento. T. S. Eliot debió de ser un hombre capaz de oír crecer la hierba.

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Cruel Trifles

4 abril, 2017 — Deja un comentario

English version of my weekly literary column “Texto sentido”, published in the Spanish newspaper Málaga Hoy.

Reading Tolstoy.

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TEXTUAL INSTINCT

Sanz Irlers. Author

CRUEL TRIFLES

The huge literary impact of Tolstoy owes much to the meticulous attention he pays to all of his characters. No coachman, maid, cook, nor peasant is too small for him not to stop to give us some form of outline of who they are, their desires, resentments or dreams, in short, their overall humanity. Tolstoy builds his novels with the evolution of the characters, not on their vicissitudes.

To do this he scrutinises seemingly banal reactions and discovers in them signs of the changes that have occurred in the characters’ ideas and feelings. In an unforgettable scene, although somewhat farcical, Anna Karenina, who has been flirting with the handsome Vronski on the train and is falling in love with him, sees her husband upon alighting, and what does she see and think?

…the first person who attracted her attention was her husband. “Oh, my God! Why do his ears stick out like that?

For the first time, she notices this silly ugly physical feature in her husband: the sticking-out ears propping up the brim of his round hat. She will later discover ugly moral features and use all these deformities as her excuse to throw herself into adultery, or true love, depending on how you wish to see it.

Tolstoy’s astute narrative makes the most of this discovery, and many pages afterwards it is Anna herself who suffers from a similar judgement. Stern symmetry. Her lover also changes:

[Vronsky] could not at once recall what he had been going to say. These fits of jealousy, which of late had been more and more frequent with her, horrified him, and however much he tried to disguise the fact, made him feel cold to her…


Vronski’s ardor dies out just as Anna’s did before that with her husband; we know this from the disenchanted perception the seducer now has of his lover:

She was utterly unlike what she had been when he first saw her. Both morally and physically she had changed for the worse. She had broadened out all over […] He looked at her as a man looks at a faded flower he has gathered, with difficulty recognizing in it the beauty for which he picked and ruined it.

Anna puts on weight and Vronski’s passion fades. In a moment of great intensity, Anna confronts her husband. The way in which Tolstoy recounts the scene is absolutely masterful:

“No, you are not mistaken,” she replied, with measured words, casting a look of despair on her husband’s icy face. “You are not mistaken; I was in despair, and I could not help being. I hear you, but I am thinking only of him. I love him, I am his mistress. I cannot endure you, I fear you, I hate you! … Do with me what you please.

 Like no other, Tolstoy illustrates the cruelty hidden in trifling day-to-day gestures. In The Cossacks, the young Olenin, in love with Marianka, has to leave the village. With sadness and believing it to be an important moment, he bids her farewell. They say goodbye, but shortly afterwards:

Olenin turned round. Daddy Eroshka was talking to Maryanka, evidently about his own affairs, and neither the old man nor the girl looked at Olenin.

It has taken only seconds to forget him. Life carries on without poor Olenin!

Tolstoy has always taken us to those terrible moments with a perturbing naturalness and with a narrative skill that makes him a firm candidate to be the best novelist in the history of literature.