El monólogo interior, ese alquimista.

6 abril, 2015 — 7 comentarios

En esta entrada hay breves apuntes sobre:

  • El nacimiento del monólogo interior como técnica narrativa.
  • Apuntes sobre la novela Les lauriers sont coupés, que trajo el monólogo interior al mundo.
  • Pinceladas teóricas sobre el susodicho monólogo.
  • Cronología del monólogo interior: principales valedores.
  • Dimes y diretes.

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En el año del Señor de 1887 aparece, sin alharacas, una novelita del simbolista francés Édouard Dujardin titulada Les Lauriers sont coupés («Han cortado los laureles»). No está del todo claro si Dujardin, poeta, ensayista, amigo de Mallarmé y wagneriano devoto, era consciente de la trascendencia de lo que acababa de hacer con dicha novela: nada menos que inventar el monólogo interior (que aún no se llamaba así), uno de los símbolos indiscutibles de la modernidad novelística.

¿De verdad lo inventó él? (Defíname «inventar», hágame el favor). Estas cosas son difíciles de asegurar, pero desde que Su Majestad Joyce así lo afirmara y, con caballerosidad encomiable, reconociera su influencia en la escritura de Ulises ­–¡se dice pronto!-, así ha pasado a la posteridad. Yo me inclino también a concederle ese título, aunque, como vamos a ver, Dujardin tuvo precursores ilustres, alguno de los cuáles quizás pudiera esgrimir argumentos para disputarle esa gloria inmortal.

Antes de llegar a ello, ¿qué es ese famoso monólogo interior?

Es (recuerde el alma dormida…) una técnica narrativa que permite la expresión directa del pensamiento no pronunciado de un personaje, en el mismo momento en que se está produciendo. Ese pensamiento, próximo al inconsciente, se nos presenta, por lo general, de forma caótica, exaltada, desorganizada, incoherente.

Conviene recordar, antes de adentrarnos en el berenjenal, que el monólogo interior, técnica muy influida por las teorías del psicoanálisis, es, ante todo, un monólogo, sólo que claramente diferenciado del monólogo clásico por unos rasgos que le son propios: frases cortas, obsesivas, repetidas; elipsis y truncamientos; asociaciones de ideas, ora conscientes, ora no; expresiones faltas de toda lógica (aparente, al menos); frecuente ausencia de puntuación o anomia en su uso; acumulación de detalles triviales que lentifican la narración —lo cual, por cierto, es una tremenda paradoja, pues ese aquietamiento es simultáneo al frenético ritmo del pensamiento que se nos exhibe tan impúdicamente—.

El monólogo interior suele darse en 1ª persona del singular, pero ese yo se desliza, en ocasiones, hacia un autorreflexivo y, al hacerlo, el narrador se convierte, a la vez, en narratario, narratario de sí mismo. (Narrador, narratario y tiro porque me toca).

Hasta ahora, prometiéndonoslas muy felices, sólo hemos hablado de monólogo interior, como si con ese sintagma quedara la cosa despachada. ¡Qué ilusos!

Para algunos, monólogo interior es lo mismo que flujo de conciencia (stream of consciousness, como lo bautizó William James —sí, el hermano de Henry James—). Otros niegan que sean expresiones intercambiables, alegando que el monólogo interior es menos desordenado y confuso que el flujo de marras. Así, por ejemplo, M.H. Abrams (A Glossary of Literary Terms) propone usar flujo de conciencia como la etiqueta genérica con la que nombrar distintas técnicas para describir el estado y los procesos de conciencia de un personaje, mientras que monólogo interior denotaría una de esas técnicas, concretamente la que busca reproducir el desarrollo y el ritmo del pensamiento mientras ocurre en la mente del personaje, sin la intervención del autor y sin someter la descripción de dichos procesos a las reglas gramaticales, de la lógica o del orden narrativo convencional. En Ulises, en efecto, Joyce usa el flujo de conciencia de varias formas, por lo que la distinción bien podría tener sentido y utilidad.
Pero los narratólogos no son gente fácil de contentar ni van faltos de palabras. ¿Que Abrams propone considerar el monólogo interior como una variedad del flujo de conciencia? Pues Matías Martínez y Michael Scheffel  (Introducción a la narratología) no iban a ser menos, así que proponen lo contrario: el flujo de la conciencia como una forma radical del monólogo interior que renuncia a una sintaxis ordenada y tal y cual.
Otros proponen que por flujo de conciencia se entienda la materia, la cosa que se narra, mientras que por monólogo interior se haga referencia a la técnica con la que la susodicha cosa se le presenta al lector. (En todo caso no hay que confundirlo, como hacen los poco avisados, con el estilo indirecto libre, una de las niñas de mis ojos, narrativamente hablando).

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El ascenso del monólogo interior al estrellato literario se produce, como es sabido, con la aparición de Ulises, en 1922. Joyce, como hemos dicho, le reconoció al escritor y crítico Valery Larbaud haber descubierto esta técnica:

…en un libro de Dujardin, publicado en plena época simbolista y anterior, en casi treinta años, a la composición de «Ulises».

En ese libro, sigue diciendo Joyce:

Dujardin instala al lector, desde las primeras palabras, en el pensamiento del protagonista.

Édouard Dujardin

Édouard Dujardin

Dujardin, que no le había puesto nombre a su invento (de hecho nunca se lo puso, pues fue Valery Larbaud quien lo bautizó así, definiéndolo como “pensamiento íntimo en formación”) recogió el cumplido encantado y, con gran sentido de la oportunidad, escribió en 1931, o sea, treinta y cuatro años después de la publicación de Les lauriers sont coupés, un ensayo sobre la técnica del monólogo interior que tiene, a mi juicio, mayor interés que la propia novela en la que se lo sacó del caletre y que no es, en verdad, gran cosa, aunque contenga destellos de genio y momentos de gran belleza e inspiración poéticas, y aunque el mismísimo Mallarmé la pusiera por las nubes; Mallarmé, por entonces, ya era Mallarmé y podía permitirse decir lo que le viniese en gana y sentar cuanta cátedra le apeteciese, sin que nadie viniera a toserle.

¿En qué consiste Han cortado los laureles? Lo resume el propio autor en una carta a sus padres, cuando les dice que se trata de un:

relato de seis horas de la vida de un joven enamorado de una damisela; seis horas en las que nada ocurre, ninguna aventura acontece y cuyas tres cuartas partes las  pasa el personaje en soledad. Se encuentra con un amigo (cap.1º), cena en un restaurante (2º), regresa a casa (3º), se asea (4º), relee su correspondencia (5º), se llega a la casa de su enamorada (6º), permanece allí media hora (7º), dan un paseo nocturno (8º) y la acompaña de vuelta a su casa (9º y último).

Podemos añadir, para dar una visión más completa del asunto, que el protagonista, Daniel Prince (sí, ¡Daniel Píncipe!), le costea caprichos y le paga facturas a la melindrosa, pero no llega nunca a acostarse con ella. En aquella época no existía la Fanta, pero sí los pagafantas, como se ve, aunque bien que se cuida el bueno de Daniel de repetirse a sí mismo una y mil veces la belleza de un amor platónico y desinteresado como el suyo. Al parecer, estaba muy de moda.

¿Qué piensa el propio Dujardin del monólogo interior? A la vista del su ensayo, pensaba muchas cosas, que resumiremos con sus propias palabras (traducidas por mí):

…es el discurso escenificado de un personaje, que tiene por objetivo introducirnos directamente en su vida interior, sin que el autor intervenga mediante explicaciones ni comentarios, y que, como todo monólogo, es un discurso sin audiencia y no pronunciado; pero se diferencia del monólogo tradicional en lo siguiente:

-por su materia: es la expresión del pensamiento más íntimo, el más cercano al inconsciente;

-por su espíritu: es un discurso que precede a cualquier organización lógica y que reproduce el pensamiento en el momento de su nacimiento y en bruto.

-por su forma: se hace con frases directas y reducidas a su mínimo sintáctico.

Lo que no dice, sin embargo, es lo más importante y lo que le da a la técnica del monólogo interior su inmenso y verdadero valor: convertir en material literario de primer orden algo que antes no lo era, a saber, el pensamiento más profundo y secreto de los personajes.

El monólogo interior es, pues, un valioso alquimista.

Antes del monólogo interior, el lector sólo podía conocer esos pensamientos a través de las torpes y pesadas intervenciones del narrador omnisciente, que todo lo sabe; más, incluso, que los propios personajes. Esa era la focalización narrativa a la que estaban acostumbrados los lectores hasta el XIX y que hoy resulta indigerible (menos para los lectores del XIX que sigue habiendo).

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El monólogo interior es, sin duda, uno de los artilugios que ha traído la modernidad a la novela. Veamos una simplificada cronología del monólogo interior como técnica narrativa:

Precursores :

1757 Tristram Shandy – Laurence Stern.

Novela —o lo que sea— insólita, superlativa y rompedora, que manda a paseo el viejo y sagrado concepto de la unidad. Piénsese que la novela acaba antes del nacimiento del protagonista y que el prefacio se nos ofrece en el tercer volumen de la obra.

1843 The Tell-Tale Heart – E.A. Poe

TRUE! —nervous— very, very dreadfully nervous I had been and am; but why will you say that I am mad? The disease had sharpened my senses —not destroyed —not dulled them. Above all was the sense of hearing acute. I heard all things in the heaven and in the earth. I heard many things in hell. How, then, am I mad? Hearken! and observe how healthily —how calmly I can tell you the whole story.

1881 Portrait of a Lady – Henry James

La invención:

1887 Les lauriers sont coupés – Dujardin

Seguidores:

1890 An Occurrence at Owl Creek Bridge –  Ambrose Bierce

Fascinante y sorprendente historia que muestra ejemplos de rechazo a la mera narración linear en favor de la conciencia y los pensamientos del protagonista. ¡Léanla; no se arrepentirán!

1890 Hambre – Knut Hamsun.

1895 Paludes – Gide

1900 El teniente Gustl – Arthur Schnitzler

De esta novela y su autor se ha llegado a decir que son los verdaderos creadores del monólogo interior o, al menos, de la plenitud de su uso.

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Virginia Woolf

James_Joyce_by_Alex_Ehrenzweig,_1915_restored

Joyce

Faulkner-Sound-and-Fury-10001922 Ulysses – Joyce

¡De rodillas todo el mundo!

1929 The sound and the fury – Faulkner

1931 The waves – Virginia Woolf

1953 El innombrable – Beckett // Martereau – Natalie Serraute

1962 La muerte de Artemio Cruz – Carlos Fuentes.

1964 Les corps étrangers – Jean Cayrol

Que aguarda ya turno en mi mesilla de noche.

En la literatura española se me ocurren ahora nombres como Max Aub, Cela, Martín Santos o Juan Goytisolo, entre quienes han empleado esta fecundísima técnica con distintos grados de acierto y de intensidad.

 

No cabe duda alguna (no cabe para mí y no me cabría en la cabeza que le cupiera a alguien) de que el momento cumbre de esta técnica nos lo da Joyce en su Ulysses. A su lado, todos los demás ejemplos palidecen, pese a la enorme calidad de muchos de ellos. (Quizás ha llegado el momento de quitarse la máscara: en punto a este género “tan burgués” y cuya muerte ya ha sido anunciada innumerables veces, para mí hay dos nombres indiscutibles:

  • Un novelista: Tostói
  • Una novela: Ulises.

(Il resto è mancia).

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Con el monólogo interior y el flujo del cacumen pasa lo mismo que con la ultimísima y desestructuralizadora-deconstructivista cocina. Joyce / Faulkner y algún que otro genio han creado escuela y engendrado legiones de seguidores, igual que Joel Robuchon / Ferrán Adriá lo han hecho en los fogones. Cuando los discípulos salen buenos es maravilloso. Pero, ¡ay!, también salen de los otros.

Mi vida de lector, de lector de novelas en este caso, me ha enseñado que el buen uso de estas técnicas nos lleva mucho más allá del hecho, importante, de poder explorar la mente de los personajes de forma inédita, convincente y muy atractiva. Son “modos narrativos” que consiguen, no ya meternos en la vida interior de esos personajes, sino meter el libro y todo lo que nos cuenta, en nuestras propias vidas o, como dice la canción: …under my skin.

7 comentarios para El monólogo interior, ese alquimista.

  1. 

    Te recomiendo un hermoso cuento de Ana Mª Shua, que, si no inspirado en la técnica narrativa del de Bierce, al menos fue transpirado por él, seguro seguro 🙂 Se llama «Cirugía menor». Si lo querés y no lo encontrás, chiflá pa’l lado del mail y te lo mando. Abrazos.

  2. 

    Todos llevamos un muñeco dentro y nosotros somos su ventrilocuo.

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