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El Golem

17 septiembre, 2017 — 1 Comentario

Publicado en Málaga Hoy el viernes 15 de septiembre de 2017.

Regresa Texto sentido a las páginas, muy hospitalarias, de Málaga Hoy, tras dos meses de reposo.

La lupa, hoy, la pongo sobre algunas aspectos estilísticos de la intrigante fantasía que urdió un igualmente intrigante Gustav Meyrink. A su manera, esta novela dejó huella en la historia de la literatura. He sabido hace poco, después de leerla, que también interesó mucho s Borges. Por algo será.

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto: 

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

EL GOLEM

El austriaco Gustav Meyrink (1868-1932) es el autor de El Golem, una fantástica novela fantástica que lleva de Dickens a Kafka. Mucho puede decirse de esta obra singular; hoy comentaré sólo uno de sus capítulos, titulado Praga, que tengo por una lección de gran literatura.

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Gustav Meyrink de joven

Todo sucede en una concisa unidad espacio-tiempo, un cronotopo perfecto: un lugar pequeño —una puerta cochera— y un tiempo corto —el de un chaparrón—. Un grupo de gente se refugia del aguacero y entonces se despliegan, con magistral pericia narrativa, muchas claves de la novela.

Ante nuestros ojos aparece, mágica y siniestra, una ciudad dickensiana que cobra vida propia; no sus habitantes, sino sus calles y casas:

La lluvia barría los techos y caía sobre las fachadas como ríos de lágrimas.

Adelantando un poco la cabeza veía mi ventana […] tan mojada por la lluvia que los vidrios parecían haberse fundido, opacos y grumosos como cola de pescado.

La banalidad del símil como ríos de lágrimas queda redimida por la genialidad del siguiente: los vidrios gelatinosos, como cola de pescado, al estar bañados por la torrencial lluvia. ¡Qué imagen extraordinaria y precisa!

La descripción del hacinamiento de las viejas casas, que cohabitan con promiscuidad, es una pura maravilla; los símiles aquí —las bestias ceñudas, el colmillo— muestran a un escritor muy dotado y pletórico de imaginación y recursos:

Las casas descoloridas, que se recostaban unas contra otras bajo la lluvia, como viejas bestias ceñudas. ¡Qué aspecto lamentable y decaído tenían todas!

Edificadas al azar […] sin tener en cuenta a las demás. Allá, una casa retirada, la fachada torcida, y otra al lado, sobresaliendo como un colmillo […] ellas mantienen un misterioso conciliábulo mudo.

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Tras el callado conciliábulo de las casas, nos topamos con esta originalísima descripción de la telepatía:

En ocasiones, se atizan con tanta fuerza los pensamientos, que estos pueden brotar y caer sobre la mente de una persona cercana, como chispas.

Todo el capítulo es pertinente para el desarrollo de la historia, que no voy a glosar. Nomás quería poner de relieve unos cuantos detalles que lo dotan de una especial belleza, netamente literaria. Vean cómo un ramillete de novia arrastrado por la fangosa corriente, calle abajo, es una poderosa e hiriente imagen de la desesperanza y la desolación:

Mire, ahí va un ramillete de novia —dijo repentinamente Charousek, señalando un ramo de mirtos mustios que pasaba arrastrado por el agua sucia.

Cinco páginas después entendemos más:

Esas criaturas enigmáticas que viven alrededor de mí: atraviesan la existencia sin voluntad, animadas por una corriente magnética invisible… igual que hace unos instantes ese ramillete de novia flotaba en el arroyo repugnante.

Algo en esas palabras me recordó, fugazmente, el ritornelo de Eleanor Rigby, de los Beatles: Oh, look at all the lonely people.

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Gustav Meyrink en su salsa

 

Ese capítulo es una formidable concentración de sucesos, alusiones e imágenes que el desbocado talento narrativo y literario de Gustav Meyrink concentra en diez páginas de sórdida belleza. Tensión emocional y estética desde la primera línea hasta la última.

Sin metáforas ni símiles, la literatura es planicie.

 

Aquí hay más reflexiones sobre El Golem.

Chateaubriand

6 marzo, 2017 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 3 demarzo de 2017.

Sobre uno de los grandísimos:

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Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

CHATEAUBRIAND

Las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, son un Everest del estilo. No es este el rincón donde glosar sus méritos históricos o políticos; bastante haré si puedo contagiar un poco de mi entusiasmo por su prosa, que hipnotiza renglón tras renglón. El lujo mágico de su estilo, decía Marc Fumaroli.  Hoy sabemos que esta prodigiosa obra va más allá de eso y constituye una reflexión certera sobre la era democrática que inauguran —de manera bien distinta, eso sí— las revoluciones americana y francesa. Así empieza:

Como me es imposible prever el momento de mi fin, y a mis años los días concedidos a un hombre no son sino días de gracia, o más bien de rigor, voy a explicarme.

El próximo 4 de septiembre, cumpliré setenta y ocho años: es hora ya de que abandone un mundo que me abandona a mí y que no echo de menos.

Digresión: Una lectura llama a otras y las funde en la cabeza, y así se tienen dos obras a la vez, la que se está leyendo y la resultante de la superposición de otras. Palimpsesto en la memoria. Al leer lo de arriba recordé unos versos de Borges:

Este verano cumpliré cincuenta años;

La muerte me desgasta, incesante.

Volvamos a Chateaubriand. Con esta elegancia explica la naturaleza serpenteante de la vida:

Las formas cambiantes de mi vida se han invadido así unas a otras: me ha ocurrido que, en mis momentos de ventura, he tenido que hablar de mis tiempos de miseria; en mis días de tribulación, describir mis días de dicha. Mi juventud, al penetrar en mi vejez; el peso de mis años de experiencia, al entristecer mis años mozos; […] mi cuna tiene algo de mi tumba, mi tumba algo de mi cuna…

Remacha con una idea que deambula entre la amargura de la vejez y la ironía salvífica:

La vida me sienta mal; tal vez me vaya mejor la muerte.

La muerte está presente en esta obra como una fuerza impulsora invencible, y ya a las pocas páginas nos dice que:

Estaba casi muerto cuando vine al mundo.

Un día fatal, el niño deja de serlo y aparece el hombre. Habla Chateaubriand:

Apenas vuelto de Brest a Combourg, se produjo una revolución en mi vida; una vez desaparecido el niño, se manifestó el hombre con sus alegrías pasajeras y sus tristezas duraderas.

Antes de Proust ya estaba Chateaubriand. ¡Hasta el Combray de aquel parece este Combourg! Tenía Chateaubriand una parecida concepción (hoy, mirada, palabrita fetiche entre los más conspicuos representantes de la modernura) del tiempo, pero una prosa superior. La traducción no refleja los cuatro hexasílabos (reglas métricas en mano) que se suceden con un compás hipnótico:

l’énfant disparut et l’homme se montra avec ses joies qui passent et ses chagrins qui restent.

Chateaubriand fue un hombre de una pieza entre dos mundos opuestos, el de antes y el de después de la Revolución Francesa, y entre dos vocaciones, la de político y la de escritor. Roland Barthes dijo que Chateaubriand era un Malreaux con estilo. Yo digo que es uno de los mejores escritores de todos los tiempos y en todas las lenguas.

A los cuarenta

24 septiembre, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy el viernes 23 de septiembre de 2016.

Donald Justice es uno de mis poetas favoritos. Ojalá vean por qué.

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2016_09_23_a-los-cuarenta

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TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles

A LOS CUARENTA

Hace unas noches, tras cumplir gayamente con el ínclito débito, leí poemas de Donald Justice (Florida 1925 – Iowa 2004). Su sencillez y su contenido lirismo me asombran cada vez, y me conmueven.

Men at forty
Learn to close softly
The doors to rooms they will not be
Coming back to.

At rest on a stair landing,
They feel it
Moving beneath them now like the deck of a ship,
Though the swell is gentle.

And deep in mirrors
They rediscover
The face of the boy as he practices trying
His father’s tie there in secret

And the face of that father,
Still warm with the mystery of lather.
They are more fathers than sons themselves now.
Something is filling them, something

That is like the twilight sound
Of the crickets, immense,
Filling the woods at the foot of the slope
Behind their mortgaged houses.

1967

Comparto mi traducción del maravilloso Los hombres, a los cuarenta.

Los hombres, a los cuarenta,
aprenden a cerrar con sigilo
las puertas de los cuartos
a los que ya no volverán.

Justice, como DanteNel mezzo del cammin di nostra vita—, sabe que ha llegado al parteaguas de la vida, al día a partir del cual los horizontes de popa son más anchos ya que los de proa. Recordamos también el cuarto verso de Límites, de Borges: …hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo. 

De pie en el rellano de la escalera,
lo notan ahora
moverse bajo sus pies, como a bordo de un barco,
aunque es suave el balanceo.

¿Qué es ese lo? Es el tiempo, sin duda. Su paso por nosotros; el viaje de la vida. ¿Vamos o nos lleva? Se balancea; cuidado; ¡qué mareo! Pero no es tan violento después de todo. Un descanso en el rellano, en cubierta. Recobrar el resuello para seguir. Singladura.

Y en el fondo de los espejos
descubren otra vez
el rostro de aquel niño que en secreto practicaba
cómo anudarse la corbata de su padre,

El rescate de la niñez, de su recuerdo, se hace sin ningún dramatismo, con naturalidad y, sobre todo, depositando en ese recuerdo algo importante: la unión y continuidad generacionales. Recuerdos comunes de padres e hijos, que se anudan, como las corbatas.

y el rostro de ese padre,
tibio aún por la espuma misteriosa.
Ahora son ya más padres que hijos, estos hombres.
Algo los inunda, algo

que es como el crepuscular canto
de los grillos; algo inmenso
que llena el bosque al pie de la colina
detrás de sus casas hipotecadas.

Grillos, bosque, colinas… ¡hipotecas!

Cinco estrofas en verso libre que nos hacen temblar, aunque no sé bien de qué.

Una pequeña sorpresa para concluir: he aquí el inicio de una conocida estrofa de Wallace Stevens, de 1918: Si los hombres, a los cuarenta, se ponen a pintar lagos…

No debe extrañarnos. Justice amaba a Stevens y aprendió de él que la poesía oculta tanto o más que revela. Yo le agradezco a Justice que no dé consejos ni recetas de cómo lidiar con el volar del tiempo. Mejor eso que un iracundo Dylan Thomas:

Que arda y urle la vejez al acabar el día;

Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

 

Enumeración

13 agosto, 2016 — Deja un comentario
Publicado en Málaga Hoy, el jueves 4 de agosto de 2016.

Un recurso retórico común. Bien empleado, puede sorprender.

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2016_08_04_Enumeración

Para quien pueda tener dificultad de lectura con la foto del artículo, aquí va el texto:

 

TEXTO SENTIDO

Sanz Irles. Escritor

@SanzIrles 

Enumeración

La retórica —uso persuasivo del lenguaje— ya no se estudia, pero sigue viva en libros y media, aunque los más no la vean, pues ignoran su rostro.

En Viaje a Italia, de Goethe, me he topado con ejemplos de una figura retórica común y fácil de reconocer: la enumeración, que consiste en desgranar una a una las partes de un todo. En literatura, claro, tiene un propósito distinto al del camarero que nos recita la lista de postres.

En un pasaje describe las artes y mañas de una jovencita amancebada —cabe suponer— con un viejo caballero inglés, a quien deleita posando sin cesar, con un peplo por toda vestidura, en mil y una insinuantes posturas:

En pie, de rodillas, sentada, acostada, seria, triste, burlona, extravagante, provocativa, contrita, amenazadora, temerosa…

Goethe logra que veamos y casi toquemos la salacidad de la situación entre la damita y el embobado vejancón (a quien después disculpa con el socorrido subterfugio del arte: Hamilton es un hombre de gusto sin fronteras, y, tras haber recorrido todos los reinos de la creación, ha llegado a una hermosa mujer, la obra maestra del gran artista). Ya. La inverecunda damita, por cierto, sería la famosa Lady Hamilton, de profesión dar que hablar y futura amante de Nelson.

La enumeración retórica tiene pedigrí. Así, el mismísimo Eclesiastés, que a la enumeración añade la anáfora:

Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar…

Las hay de muchos tipos. Entre las más vistosas están las llamadas enumeraciones caóticas. Borges, siguiendo a Whitman, las bordaba. En La suma concibe pintar:

…en la blanca pared el mundo entero:                                                                                               puertas, balanzas, tártaros, jacintos,                                                                                                  ángeles, bibliotecas, laberintos,                                                                                                              anclas, Uxmal, el infinito, el cero.

Cenit de la enumeración arbitraria (y desopilante), podría ser esta otra, también de Borges, donde se remeda la absurdidad del cosmos, en el que cualquier clasificación es conjetura:

Los animales se clasifican en a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.

Quiero probarme que se trata, como he dicho, de un recurso muy común. Abro al azar Opiniones de un payaso, que tengo junto a mí, y en poquísimos segundos, esto:

Hombres como mi padre deben tener siempre lo mejor: el mejor cardiólogo del mundo […]; el mejor crítico teatral […]; el mejor sastre, el mejor champán, el mejor hotel, el mejor escritor.

La enumeración es una respuesta al deseo que algunos tenemos de nombrarlo todo. Un vano intento, pero gozoso, de agotar el mundo. Soberbia de escritor que aspira a demiurgo.

 

 

Los adioses

29 noviembre, 2014 — 2 comentarios

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Nada más escribir el título de estas notas caigo en la cuenta de que hay una sinfonía de Haydn, la 45, que es conocida, precisamente, como la Sinfonía de los adioses. En ella, durante al adagio final, cada músico recoge su atril, su partitura y su instrumento y va abandonando el escenario, quedándose al final tan sólo dos violines. Cuentan que con este arreglo de cosas, Haydn quería mandarle un recadito a su mecenas, el príncipe Esterházy, quien habia estado reteniendo a los músicos mucho más tiempo del que habría sido prudente en su residencia de verano y estos, y el propio Haydn, estaban ya un poco hartos.

Pero esto ha sido una digresión antes de hora, porque yo quería hablar de otros adioses, de esos que, a lo largo de nuestra vida, vamos diciendo, a veces sin darnos cuenta, a medida que hacemos cosas por última vez, que cerramos carpetas que ya nunca han de abrirse, marcamos números de teléfono que jamás volveremos a componer, estrechamos una mano hasta el fin de los tiempos, damos un beso que no habrá de repetirse.

Son, por tanto, gestos finales y, como tales, grandiosos, pero solo a partir de cierta edad empezamos a ser conscientes de ellos, y ni siquiera lo somos de todos.

Donald Justice

Donald Justice

Donald Justice, en un apabullante poema, nos recuerda que a partir de cierta edad aprendemos a cerrar con sigilo esas puertas que no hemos de volver a abrir.

Men at forty / Los hombres, a los cuarenta, 
Learn to close softly / Aprenden a cerrar con sigilo
The doors to rooms they will not be / Las puertas de los cuartos a los que
Coming back to. / Ya nunca volverán .

At rest on a stair landing, / De pie en el rellano de la escalera,
They feel it / Lo notan ahora
Moving beneath them now like the deck of a ship, / Moverse bajo sus pies, como a bordo de un barco,
Though the swell is gentle. / Aunque es suave el balanceo.

And deep in mirrors / Y en el fondo de los espejos
They rediscover / Descrubren otra vez
The face of the boy as he practices trying / El rostro de aquel niño que en secreto practicaba
His father’s tie there in secret / Cómo anudarse la corbata de su padre

And the face of that father, / Y el rostro de su padre,
Still warm with the mystery of lather. / Tibio aún por la espuma misteriosa.
They are more fathers than sons themselves now. / Ahora son ya más padres que hijos, estos hombres.
Something is filling them, something / Algo los inunda, algo

That is like the twilight sound / Que es como el crepuscular canto
Of the crickets, immense, / De los grillos; algo inmenso
Filling the woods at the foot of the slope / Que llena el bosque al pie de la colina
Behind their mortgaged houses. / Detrás de sus casas hipotecadas.

(Traducción propia)
En nuestra lengua Borges lo expresó con una fría lucidez (la suya, la de siempre) que roza la crueldad, en su inolvidable Límites:
Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.
(J.L. Borges, El hacedor) (Cuatro años después, en El otro, el mismo, vuelve sobre el tema con otro poema de igual título).
Este tema aparece también en mi última novela, Tulipanes y delirios:

De repente me pareció caer en la cuenta de algo. En los últimos seis meses la gente se me estaba despidiendo mucho. Era como si se hubiese desatado una estampida y la llanura retumbara con miles de cascos de bisontes, tapatún tapatún, huyendo despavoridos, pero sin saber adónde ni por qué. Ahora Rodolfo, pero un par de semanas antes Alain Daudet, el huesudo semiólogo francés que no leía libros, sino sólo «textos», y que un día —¡capullo!— había intentado sin éxito levantarme a Hermien (pero a Hermien no le gustan los huesudos, aunque sí los chalecudos tincudos, maldita puta de mierda), y no mucho antes Federico —al que yo llamaba Federense o «el fodido Federense»—, con su aire antiguo y polvoriento de mancebo de colmado metiendo alubias pintas en cucuruchos de papel de estraza, y el peruano Jaramillo, que de día hacía colgantes de hojalata y de noche chapas en los urinarios de Sarphati Park con viejos decrépitos y purulentos, «que para algo tengo un miembro colosal. ¿Que no me lo has visto, Genio?», me decía cada dos por tres. Creo que no había caído en la cuenta de la traicionera mella que esos adioses iban haciéndome, pero el de Rodolfo materializaba todas esas despedidas anteriores, que me habían parecido humo blanco y pasajero y ahora, de golpe, cobraban peso. ¿Por qué? Alain, Jaramillo o el fodido Federense no eran casi nada en mi vida. Los había tratado muy poco, unos breves momentos en contadas ocasiones: una cerveza en la barra de un bar, un café rápido al encontrarnos por la calle, un porro en alguna casa flotante de Jacob van Lennepkade. Alain contándome su tristeza («Déjame que te platique…», decía tras sus años en México) porque su mujer lo había plantado y después pidiéndome veinte florines, que me devolvería en dos o tres días; Jaramillo, que se volvía a Lima con la flor de la canela en el culo horadado por hordas de bujarrones y su colosal badajo colgón tolón colgando entre las piernas, como el rabo de un chucho cobardica, porque Europa no era lo que le habían contado.

Rodolfo seguía callado, concentrado en su cerveza, sin perder su sonrisa jocosa de capibara lascivo, y esas despedidas recientes me fueron trayendo a la memoria una impetuosa riada de personas que habían ido pasando por mi vida. Entonces pensé que la vida es como un gran lienzo que van rellenando cientos de pintores. Algunos tienen una parte importante en la composición del cuadro y su huella es visible y enérgica; pero muchos otros, la mayoría, en realidad, son como fantasmas fugaces que aparecen un buen día, toman el pincel, trazan una línea, una mancha o una sombra y después, sin quedarse a ver el resultado final, desaparecen para siempre.

¿Dónde estarán ahora Alain el flaco, Federense el anticuado o Jaramillo el coloso tolón? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Qué trazo pinté yo en sus lienzos?

Ni que decir tiene que, tras todo lo dicho, no voy a decir adiós. Sólo hasta luego